Ser ungüento para tus heridas, bálsamo para tu quebranto, el elixir de tus desdichas, y la risa que opaque tu llanto.
Llenarte la mirada de estrellas, dibujarte el semblante con mis manos, desfruncir el ceño de tu frente, y ocupar con mis flores tus brazos.
Porque sólo ansío tu alegría, ver sonreír a tus ojos pardos, besar la mueca irónica que a veces te amarga los labios.
Y junto a ti emprender el vuelo hacía un mundo desbordado por riadas de esperanzas y avenidas de milagros.
No te sientas triste, mi niño, mira que nada es para tanto. Tras la tormenta llega la calma, tras los silencios vendrán los salmos.
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