
Espíritu que vaga por los estadios anímicos del alma penitente, silueta tatuada a oro y fuego en los recuerdos atesorados allá, en el desfondado arcón de la pertinaz memoria, que se recrea en avivarlos al menor hálito de añoranza.
Remembranzas que surcan sin barcos ni aguas, un piélago carente de riberas donde los sueños no cesan de nadar para acabar ahogándose.
Quimeras al amparo de un puerto, guarecidas de las elucubraciones tempestuosas que desata en el seno; lo deseado y no tenido, lo que se anhela y no se sacia... aquello que pudo ser, mas no ha sido. Mala ventura es despertar a las silentes sombras que habitan el palacio del olvido.


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