El ideal de hijo para una madre difícilmente se cumple, porque es ilusorio y la realidad siempre se impone; y aferrarse a los ideales impide vivir las experiencias del presente y no permite aceptar a las personas como son.
Toda madre tiene que hacer el duelo de quien su hijo no es para poder aceptarlo como es, tratando de vivir esa relación de la mejor manera.
Hay mujeres que desean fervientemente tener un hijo y otras no pero que igual quieren tenerlo por presiones sociales.
Gran parte de esa necesidad de dar a luz es instintiva pero el deseo de realización profesional puede hacer que sea una opción y se termine postergándolo indefinidamente.
Los hijos necesitan presencia, dedicación y atención y todo esto demanda esfuerzos y exige renuncias tanto del padre como de la madre.
Una madre debe aprender a delegar a quienes se ofrecen para ayudarla y no pretender hacer todo ella sola; y tiene que comprender que su hijo es alguien que tendrá que ser en el futuro un ser independiente y posiblemente muy diferente a como se lo imagina.
Una madre tiene que tener intereses propios y no abandonar todo para ejercer la maternidad, porque ser una buena madre no implica alienarse en ese rol sino que significa ser responsable, que no es lo mismo, porque si renuncia a todo, sus expectativas con respecto a su hijo serán mayores y se convertirán para él en obligaciones.
Esta actitud de desapego, ayudará a esa madre a no vivir pendiente de su hijo, no crear una relación de dependencia y dejar que sea él mismo.
Una madre tiene que aprender a tomar distancia y encontrar el equilibrio justo para estar con sus hijos no más que lo suficiente.
Cuando una madre está equilibrada, puede ser flexible y emocionalmente estable y sus hijos serán más sanos de cuerpo y mente.
Actualmente, tener un hijo suele ser una decisión consensuada de la pareja y la tarea de criarlo compartida, porque los padres de hoy tienen una actitud más activa y participativa en el cuidado y la educación de sus hijos.
Ese interés común, que se refleja en el esfuerzo cotidiano de ambos, establece una conexión muy fuerte con los hijos que favorece su seguridad en sí mismos y su autoestima, beneficios que no se obtienen si son otras las condiciones.
Una madre tiene que aceptar que su cuerpo cambia después del embarazo y no vivir pendiente de su figura después del parto para responder a exigencias estéticas sociales, porque no es prudente perder peso, obligarse a hacer dietas estrictas o realizar rigurosos ejercicios físicos durante la lactancia y mejor será esperar que el cuerpo se vaya normalizando con el tiempo.
Una madre es el primer sostén afectivo del hijo y realizará esa función de la misma manera de como haya sido su propia crianza; y aceptar las diferencias es uno de los desafíos más difíciles que se le presentará en la relación con su hijo.
Con cada nueva experiencia de crecimiento, la madre tendrá que aceptar un cierto grado de desprendimiento de su hijo, para dar paso en el momento adecuado a una autonomía progresiva. El desprendimiento es algo natural porque así como el hijo crece la madre también tiene que crecer.
Cuando los hijos se van es el momento de comenzar a disfrutar de la pareja y también es la oportunidad de desarrollar los proyectos postergados.
Una madre que ha crecido a la par de su hijo, lo puede dejar tomar la dirección que desee, después de haberlo apoyado, acompañado y guiado en la vida.
La maternidad es una experiencia única que no se puede comparar con otra, que produce un lazo indisoluble entre la madre y su hijo, pero este lazo tiene que ser lo suficientemente flexible como para dejarlo ser quien desee ser y no otro, presionándolo con las expectativas.