Tu mano me tañe la guitarra que me conforma el torso: mi cintura ágil y mi rotunda cadera de rusiente hembra; del mismo modo sucede con ese monte que emerge - eruptivo volcán – en la fértil llanura de mi vientre - frondoso vergel de tersa doncellez -.
Tu mano me espolea la grupa de montura dócil, de yegua vasalla, y avanza en la antípoda del mundo - en otro hemisferio - por la cordillera de mis carnes trémulas.
Y toma mi boca, e inocula en ella el letífero veneno del deseo.
Tu mano me abrasa, tu mano me incendia, se quema con ella el cendal liviano que cubre mis formas, y me muestro - ¡impúdica! - como la cariátide que desnuda el mármol con el beso ciego que del volcán brota.
Tu mano me arrasa, me quiebro ante ella, me torno paloma mansa a sus arrullos, postrada ante ti suplicante yazco, anhelante, al fin, del látigo tierno de tus dulces labios.
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