Canto profundo
Yo observo al hombre trabajar la tierra y al ave que en el hueco de la rama de un tibio limonero se acomoda. En su holgazanería así se cansa.
Su trino es el diamante del deseo.
Y tú, mi prójimo que mueres, habla: ¿por qué la misma piedra así te encorva al convertirse la creación en alba y la razón del tiempo en un reloj? Ah... yo. Si llega el día ya me afanan un raro oficio, una encorvada pena: lavar de enormes piedras las palabras, buscar un verso donde estuvo un grillo.
Nadie tan triste como algún poeta.
Para dudar, después, de su juicio, ¿qué Dios oirá esta noche mi poema?
Delfina Acosta
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