Era la hora del crepúsculo, cuando las hojas de los árboles caen lentamente y cuando los caminos adquieren contornos fantasmagóricos bajo el imperio de la penumbra. La luna ascendía desde el horizonte desafiando el ladrido de los perros y la infantil curiosidad de los poetas.
Un hombre desprevenido avanzaba por el sendero. Venía muy contento porque traía un disco de cristal azogado en una mano y en el había aprisionado a la luna. ¡Cómo se regocijaba el incauto agitando el espejo en el aire para ver los viajes que hacía la luna en su pequeña cárcel de azogue!
Un hombre envidioso lo vio y sintió ira ante la alegría de aquel semejante que reía llevando un astro en su mano. No pudiendo contener el impulso que lo arrastraba a destruir aquella apariencia de felicidad, inclinóse hacia el suelo y tomando un guijarro lo lanzó contra el hombre desprevenido rompiéndole su espejo en menudos pedazos.
El envidioso huyó riendo, satisfecho de su hazaña. El hombre desprevenido quedó momentáneamente paralizado, sin comprender el por qué de aquella agresión. Luego miró hacia el suelo. Muy afligido se agachó tratando de reunir los fragmentos del espejo que se hallaban dispersos a sus pies, y entonces, ¡oh magia de la Divina Bondad que trueca en Bien todo el Mal diseminado enteramente a través del Universo! Rió feliz nuevamente al comprobar que allí, al alcance de su mano, tenía, no una luna, sino múltiples lunas, haciéndole guiños amistosos desde cada uno de los pedazos de cristal que yacían sobre el sendero.
Entonces se sintió artista y, arrancando un trozo de resina del tronco de un árbol que lloraba lagrimones gomosos al borde del lugar, se sirvió de ésta adhiriendo en forma armoniosa y estética los menudos fragmentos del espejo sobre la seda de su pañuelo, con el cual hizo un destellante banderín el cual alzó gozoso hacia los cielos.
Sereno, con la serenidad que da la limpidez espiritual, continuó su camino. Y ahora, ya no parecía un hombre, sino Genio de Bien que, a su paso, iba diseminando la luz de sus mil lunas sobre la oscuridad de la vereda.
Mi propósito hoy es que ningún acto, pensamiento o palabra mía contribuya a aumentar el mal sobre la Tierra, sino que por el contrario aumente el bien.
De Somar La Roca