El cuarto Aspecto Principal de Dios es Inteligencia.
Cuando claramente caigas en la cuenta de que éste es un
universo inteligente, eso hará cambiar tu vida. Es obvio que
en un universo inteligente no puede haber inarmonía alguna
porque todas las ideas tienen que trabajar juntas por el bien común.
Esto quiere decir que no puede haber ningún tipo de choque o
superposición en ninguna parte, como tampoco puede haber ninguna
carencia. Un motor que ha sido diseñado inteligentemente no tiene
ninguna parte innecesaria, como tampoco le faltan partes esenciales.
Es especialmente importante caer en la cuenta que Dios es
Inteligencia, y ello por la razón siguiente: A veces ocurre que
cuando se supera la idea, infantil, de que Dios es sólo un hombre
magnificado, se pasa entonces al extremo opuesto y se piensa
que Dios es meramente una fuerza ciega, como la gravedad o la
electricidad. Esto quiere decir que han perdido todo sentido del
Amor y de la Paternidad de Dios, y una idea de este tipo no difiere
mucho de una forma sutil de ateísmo.
Dios no es una persona en el sentido usual de la palabra.
Dios tiene todas y cada una de las cualidades de la personalidad,
excepto su limitación. Es verdad que la mente humana no puede
imaginarse una personalidad que no sea limitada, pero esta
dificultad emana de las meras limitaciones de la mente humana
en sí y, por supuesto no afecta la naturaleza de Dios. La Biblia
dice, de hecho, que “sea lo que penséis que Yo Soy, eso será
en vosotros”; y esto quiere decir que si le atribuimos a Dios toda
cualidad de una personalidad infinita, inteligente y amorosa, que
tiene infinito poder, Dios será justamente eso para con nosotros.
De manera que podemos decir que creemos en un Dios personal.
Los niños y la gente joven responden muy rápidamente a los
tratamientos por Inteligencia. Si estás interesado en un niño
de edad escolar o en un joven universitario, hazle varias veces
a la semana un tratamiento de Inteligencia, y te sorprenderá
encontrar cómo aumentará su progreso en sus estudios.
Recuerda también el maravilloso hecho de que cuando le
haces un tratamiento espiritual a una persona (o a ti mismo),
el resultado de dicho tratamiento permanecerá con dicho
paciente no sólo en el tiempo presente, sino por el resto de su vida.