Nutrición y mayores. 1ª Parte
También hay que distinguir, desde un punto de vista nutricional, a los mayores sanos de los que padecen enfermedades crónicas, que pueden afectar hasta a un 40% de los sujetos mayores de 75 años. La presencia de enfermedades crónicas y su tratamiento con frecuencia produce molestias digestivas y falta de apetito, que contribuyen a disminuir los alimentos que se toman.
También influye si el paciente realiza una vida normal y autosuficiente, o requiere algún tipo de asistencia para sus necesidades diarias. Por todo ello, es muy difícil hacer generalizaciones que se puedan aplicar a toda una población tan heterogénea en cuanto a los problemas y necesidades nutricionales.
Según un estudio del servicio de salud británico el 7% de los ancianos que vive en su domicilio padece malnutrición. Esta cifra asciende al 14% en los que superan los 80 años y la presencia de una enfermedad aumenta la frecuencia de malnutrición, como sucede en pacientes hospitalizados o ingresados en residencias.
A su vez, las alteraciones nutricionales en el anciano pueden contribuir al deterioro de la salud incrementando la necesidad de cuidados médicos o ingresos hospitalarios. La disminución en la actividad física, que se produce con la edad, conlleva una disminución del aporte calórico y, por tanto, del aporte global de nutrientes. A esta situación se añaden los problemas físicos ocasionados por enfermedades como artrosis, alteraciones visuales etc., y en ocasiones problemas económicos que dificultan realizar una dieta correcta.
Necesidades calóricas y de nutrientes
Calorías
El envejecimiento y la reducción en la actividad física que lo acompaña disminuyen las necesidades calóricas. Por ello, si se continua comiendo lo mismo, a pesar de que se produzca cierta disminución en el gasto de energía, puede haber una ganancia de peso y desarrollo de obesidad. Si la reducción en las necesidades calóricas se acompaña de disminución en el consumo de alimentos, pueden producirse deficiencias nutricionales. Por ello, es importante mantener la actividad física a medida que se envejece, ya que el ejercicio previene muchas enfermedades y, además, quemar calorías permite hacer una dieta más rica y variada.
Proteínas
Las personas mayores utilizan de una manera menos eficaz las proteínas de la dieta que las personas jóvenes. Por ello, las necesidades de proteínas en personas mayores deben situarse por encima de 1g por cada kilo de peso, salvo en algunos casos de enfermedades renales o hepáticas, en que se debe limitar los alimentos ricos en proteínas. Es decir, las personas mayores deben tomar diariamente una ración de pescado, queso o huevos, o en su defecto carne (preferiblemente pollo).
Las legumbres y cereales
También son una buena fuente de proteínas, además de aportar carbohidratos y fibra, muy importante en los sujetos con estreñimiento, hemorroides y otras enfermedades del colon. Por ello se debe recomendar al menos un pato de legumbre o cereales al día, preferiblemente como plato único o acompañado de una ensalada, para así aumentar la ingestión de fibra, vitaminas y minerales.
Grasa
Se debe limitar la grasa animal, incluso la de cerdo ibérico. Pero no es necesario restringir el aceite de oliva o girasol por lo que se pueden tomar alimentos fritos. Aunque es aconsejable disminuir la ingestión de colesterol, no se debe eliminar los huevos de la dieta, pudiéndose tomar dos o tres días por semana. En personas con dificultades para comer carne o pescado constituyen un alimento con proteínas de calidad óptima.
Los derivados lácteos
Los derivados lácteos también constituyen una excelente fuente de proteínas y de calcio, y deben tomarse al día al menos tres unidades (vaso de leche, yogur o 50 g de queso fresco), preferiblemente desnatados.
En algunas personas, con la edad disminuye la capacidad para digerir la lactosa, (un carbohidrato de la leche) y si no se toleran la leche ni otros productos lácteos puede ser necesario tomar un suplemento de calcio. Los pacientes con poca exposición solar tienen mayor riesgo de deficiencia de vitamina D y mayor propensión a padecer osteoporosis y osteomalacia (falta de calcio en los huesos).