REFLEXOLOGIA
Cómo se realiza
Una de las mayores cultivadoras del masaje zonal, la norteamericana Funíce D. Ingha, sugiere realizarlo mediante presión con el pulgar, imprimiendo un movimiento similar al que emplearíamos para pulverizar un terrón de azúcar con el pulgar de una mano sobre la palma de la otra. Ante todo, es muy importante la posición tanto del masajeado como del masajista. Lo mejor, naturalmente, es que el paciente se tumbe con un cojín bajo las rodillas y el pie posado sobre las rodillas del masajista, el cual debe colocarse en una postura que le garantice la mayor comodidad posible. El movimiento del pulgar (o de otros dedos) sobre la parte masajeada debe ser lento, profundo y circular. No obstante, antes de comenzar el masaje es conveniente que el masajista se familiarice con cada píe, tomándolo entre las manos y manipulándolo durante al menos un minuto. Al mismo tiempo, el paciente se preparará para la operación relajándose con dos, tres respiraciones profundas.
Dado que, presumiblemente, en el masaje zonal se produce un auténtico intercambio energético entre masajeado y masajista, una especie de comunión, es conveniente que también este último se relaje y trate de respirar, mientras dura el masaje, en sintonía con su paciente. La posibilidad de que el masajista se cargue de energía negativa procedente del masajeado es un peligro constante, del que no obstante se puede salvar guardando una precaución relativamente sencilla: imaginar que alrededor de los codos brilla una luz blanca y repetirse que esa luz es un escudo suficiente para una protección completa. Si, aun tomando durante el masaje todas las precauciones debidas, se siente cansancio o tensión, para alejarlas basta con realizar dos movimientos decididos con las manos, cumo para liberarlas de unas gotas de agua. El hecho de lavarse las manos después de cada sesión y de mantenerlas cierto tiempo en agua fría contribuye a la relajación del masajista. Por cuanto respecta a la duración del masaje zonal, puede decirse que varía dependiendo de si la actuación tiene una finalidad meramente relajadora o bien claramente terapéutica. En el primer caso puede durar incluso una hora (medía hora cada píe); en el segundo caso hay que evitar excesos de estimulación, por lo que el masaje no debería superar el cuarto de hora para cada píe. Es mejor masajear durante unos minutos una zona para luego volver a ella más tarde, en el curso de la misma sesión.
Las toxinas que se liberan durante el masaje deben ser eliminadas. Para evitar acumulaciones peligrosas es conveniente espaciar las sesiones, del mismo modo que se aconseja que cada sesión vaya seguida de un corto descanso o de un sueñecito.
El masaje de las manos equivale al de los pies, pero entraña mayor dificultad por cuanto respecta a la localización de las zonas deseadas. Para compensar, el masaje de las manos puede realizarse en cualquier momento y prácticamente en cualquier lugar. Y, sobre todo, puede auto practicarse. Este último aspecto representa una gran ventaja. No obstante, es necesario conocer bien los puntos estratégicos, así como los movimientos, que hay que realizar con una habilidad que se adquiere sólo con la experiencia. Por todas estas razones el masaje zonal de las manos constituye una terapia inmejorable en casos de emergencia.
El éxito del tratamiento depende de la habilidad con la que se lleva a cabo. El principio fundamental es reducir la tensión y facilitar el aflujo de sangre al área afectada. La reflexología, según sus cultivadores, estimula además el flujo de energía fina, que revitaliza así todo el organismo.
Obviamente, la edad y las condiciones de la persona tratada influyen notablemente en la velocidad de curación. Si el trastorno es ya antiguo, la sustitución de células débiles y enfermas será un proceso gradual. El masaje zonal resulta beneficioso para personas de todas las edades, desde el niño muy pequeño hasta el anciano. Para el primero será suficiente un ligero frotamiento de la planta del píe. Los niños de edad más avanzada requieren un masaje más ligero que los adultos.