Nadie vio a Dios jamás, él Unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer:
Desde los tiempos de la manifestación de Jesucristo, a él se oyó decir en una oportunidad: “a Dios nadie lo vio jamás, el Unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Este dicho se hizo saber entre el pueblo hebreo; y otro que también muy sabido y conocido, era con respecto a lo escrito en Ex. 33.20, así: “No hay hombre que viendo a Dios, viva.”
Contrariamente a ello, es la conversación de Moisés cara a cara con Dios sin morir (Ex. 33:11); y lo ocurrido con el profeta Isaías que lo vio sentado en un trono alto y sublime (Is. 6:1-5). Aún lo acontecido con el Profeta Ezequiel, quien junto al río Quebar lo vio sentado en un trono que parecía de piedra de Zafiro (Ez. 1.1-26).
Jesucristo cual buen conocedor de las sagradas escrituras, sabía lo impreciso que significaba decir “a Dios nadie lo vio jamás”, y de manera sagaz lo adujo en una oportunidad, para revelar a sus discípulos que él lo estaba dando a conocer (Jn. 1.18). Esto que además de su dicho en cuanto si lo conocían a él, al padre conocerían y desde ahora lo habían visto, hace recordar a su discípulo Felipe, cuando queriendo que Jesucristo a todos los presentes les enseñara al Padre, Cristo le dijo: “Tanto tiempo hace que estoy con Vosotros, y no me has conocido Felipe, el que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn. 14.7-9).” ¿Cuál sería entonces la sorpresa de su discípulo Felipe?
Tomás llamado el Dídimo, quien siendo también discípulo del Divino Maestro, y estando al tanto de ello, a Jesucristo después de resucitado y viéndole las heridas en compañía de los otros discípulos, le dijo: ¡Señor y Dios mío (Jn. 19-31)!