La Sra. Thatcher asume el gobierno (año 1979)
A poco de hacerse cargo del Gobierno, los nuevos funcionarios de más alto rango del Gobierno conservador, relacionados con la política exterior británica, tomaron contacto con la cuestión de la disputa con la República Argentina por la soberanía de las Islas Malvinas. A ello se refiere el Informe Franks, en su punto 71:
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71. Luego de las Elecciones Generales de mayo de 1979 asumió al Gobierno el Conservadorismo. La Sra. Thatcher fue designada Primer Ministro y Lord Carrington, Secretario de Asuntos Exteriores y del Commonwealth. La Oficina de Asuntos Exteriores y del Commonwealth presentó al Sr. Ridley, nuevo Ministro de Estado, una completa gama de opciones políticas. Estas eran: interrumpir las negociaciones y disponerse a mantener y defender las Islas de la hostilización argentina o de algo peor aún (la “Fortaleza Falklands”); abandonar las Islas ofreciendo reubicar a los isleños en otra parte (cosa que sería moral y políticamente indefendible); simular que se sigue adelante con las negociaciones; seguir negociando de buena fe buscando una solución que, en última instancia, resulte aceptable a las Islas y al Parlamento. [...]
Fuente: Informe Franks, punto 71.
No escapa a una lectura atenta lo llamativas que resultan, a más de veinte años vista, cada una de las opciones que en aquel momento el Foreign Office le ofreció sobre el tema al flamante Gobierno conservador de la Sra. Thatcher.
Vamos a analizar con detenimiento cada una de ellas.
La primera opción
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“Interrumpir las negociaciones y disponerse a mantener y defender las Islas de la hostilización argentina o de algo peor aún (la “Fortaleza Falklands”).”
Como primer comentario, cabe señalar la notoria concordancia que guarda este texto con los acontecimientos históricos subsiguientes. ¿Será que los funcionarios del Foreign Office poseían capacidades premonitorias?
Es también llamativa la mención que se hace sobre la Fortaleza Falklands, la cual, en definitiva, se hizo realidad luego de finalizado el conflicto bélico. Nótese que la Fortaleza Falklands no se menciona en relación a la “hostilización argentina”, sino que –de manera por demás ambigua– queda referida a “algo peor aún” (En realidad, en la versión original en inglés se utiliza una expresión todavía más escueta: “worse”).
Cabe preguntarse qué otra amenaza percibía el Foreign Office en esa época, la cual, incluso, merecía ser calificada como “algo peor aún” que una supuesta “hostilización argentina”. Además, por qué razón aparece tal cosa mencionada en el Informe Franks siendo que parece no tener nada que ver con el conflicto bélico de 1982.
Efectivamente, lo que resultaba mucho más preocupante para Gran Bretaña, y para el resto de los paises de la Alianza Atlántica (OTAN), no era otra cosa que el conflicto Este-Oeste. Vale decir que, a pesar de que en el Informe Franks se ha hecho cierto esfuerzo literario para tratar de soslayarlo, el Foreign Office estaba advirtiendo al nuevo Gobierno conservador que la creciente presencia naval, a nivel global, de la ex Unión Soviética ya era considerada una amenaza muy superior a la inherente al propio conflicto territorial con la República Argentina.
La Fortaleza Falklands nunca fue una política destinada a prevenir posibles acciones militares argentinas; su propósito era contribuir al control aeronaval del Atlántico Sur por parte de Occidente.
Adicionalmente a este dato aportado por el Informe Franks, hay otras informaciones coincidentes. En 1980, el Consejo Nacional de Seguridad de los EE.UU. elaboró el llamado “Plan para el Océano Libre” que, en lo específicamente referido al Atlántico Sur, expresaba:
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“Aún cuando los EE.UU. puedan contar con un apoyo efectivo y duradero de la Unión Sudafricana y de Chile, y eventualmente de la Argentina, que facilite la ejecución de sus planes en el extremo sur de los tres océanos, es indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña [...] quien debe ser nuestra gran aliada en esa área, no sólo porque es nuestra amiga más confiable en el orden internacional, sino porque todavía ocupa diversas islas en el Atlántico Sur que, en caso de necesidad, podrían convertirse en bases aeronavales, de acuerdo con el modelo de Diego García, o como punto de apoyo logístico, como la isla Ascensión.”
Y en virtud de tales objetivos, agregaba:
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“[...] Debe persuadirse a Gran Bretaña de que su permanencia en las Falklands será de gran importancia estratégica para la seguridad del mundo libre.”
Como vemos, claramente expuesta, la doctrina naval-insular de Occidente establecía taxativamente que la Fortaleza Falklands era, en ese preciso momento (año 1980), un nodo de “gran importancia estratégica” para la red global de bases militares con que esperaban contar los EE.UU. en el contexto de la Guerra Fría.
La siguiente tabla detalla algunas de las islas-base, destinadas al control aeronaval de los océanos del hemisferio sur, además de la que, finalmente, instalara Gran Bretaña en las islas Malvinas después de finalizado el conflicto bélico de 1982, y aún cuando –lógicamente– ya no cabía considerar ninguna posibilidad de futuras acciones militares por parte de la República Argentina. Evidentemente, la Fortaleza Falklands era, a comienzos de los años ochenta, una necesidad imperiosa para hacer frente a la creciente presencia naval soviética en el Atlántico Sur.
Algunas Islas-base de Occidente
Ubicación Área de Influencia Antecedentes
Isla Ascención Océano Atlántico Medio Cedida por Gran Bretaña a EE.UU. luego de la Segunda Guerra Mundial
Isla Diego García Océano Índico Cedida por Gran Bretaña a EE.UU.
La totalidad de los 2000 habitantes nativos fueron desalojados –obviamente contrariando sus “deseos”– del archipiélago de Chagos, al cual pertenece la Isla.
Isla Trinidad Océano Atlántico Sur Militarizada por EE.UU.
Islas Georgias y Sandwich del Sur Océano Atlántico Sur Fortificación iniciada en Georgias por Gran Bretaña en 1987.
Isla de Granada Océano Atlántico Medio Ocupada militarmente por EE.UU. en 1983.
Isla de Pascua Océano Pacífico Sur Cedida por Chile a EE.UU. para uso futuro
En razón de lo dicho hasta aquí, y de otras innumerables constancias en el mismo sentido, puede tenerse como hipótesis más probable que la Guerra de las Malvinas fue un paso necesario para la militarización del Atlántico Sur, dado que la política de la Fortaleza Falklands era incompatible con la existencia de la disputa territorial activa entre Gran Bretaña y la República Argentina.
La segunda opción
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“Abandonar las Islas ofreciendo reubicar a los isleños en otra parte (cosa que sería moral y políticamente indefendible).”
Aquí se afirma que una solución que involucrara “reubicar a los isleños en otra parte” “sería moral y políticamente indefendible”. Sin embargo, a pesar de dichas objeciones, fue esa, exactamente, la conducta que Gran Bretaña decidió llevar adelante, entre 1968 y 1973, en el caso del Archipiélago de Chagos, ubicado en el Océano Índico.
En efecto, unos 2000 isleños fueron expulsados de su tierra natal, con el fin de “hacer lugar” para la instalación en la isla Diego García de una de las más importantes bases aeronavales norteamericanas.
La política de destierro llevada adelante con los isleños de Chagos no había tenido dificultad alguna en ser aplicada. Por esa razón, el Foreign Office en 1979 todavía consideraba como válida, también para el caso de las Islas Malvinas, una alternativa de esta categoría. En fechas muy posteriores saldría a la luz pública el caso de los Chagosianos (o Ilois), a raíz de lo cual se produjo en Gran Bretaña un escándalo político de magnitud. A pesar de ello, y de un proceso judicial que los favorece, pasados treinta años los Ilois permanecen en el exilio. Tampoco se han registrado gestos de arrepentimiento por parte de los funcionarios británicos involucrados en este escabroso asunto.
Para mayores detalles sírvase consultar los siguientes artículos (en inglés):
Vínculos Web
The Chagos Islands: A sordid tale (BBC News)
Islanders accuse UK of unlawful exile (BBC News)
Evicted islanders allowed home (BBC News)
Diego García
Excepto en discursos de políticos y diplomáticos, resulta difícil hallar, en la conducta de los sucesivos gobiernos británicos, un genuino interés por la existencia –mucho menos por los “deseos”– de los eventuales habitantes de las colonias británicas.
En ese sentido, cuando las prioridades en materia de geopolítica así lo indicaron, los chagosianos fueron expulsados sin más de sus hogares; y, a su turno, los habitantes de las Malvinas (y también los argentinos) tuvieron que afrontar en una “guerra prefabricada” en pos de objetivos que les eran completamente ajenos.
Seguramente, cuando el Foreign Office en su propuesta aclara que “sería moral y políticamente indefendible”, debe haberse referido solamente a la parte donde habla de “abandonar las Islas”, y no a la totalidad de la propuesta como, en principio, podría presumirse. Para el Gobierno Británico, “reubicar a los isleños en otra parte” no era para nada cuestionable dado que, anteriormente, eso mismo ya se había hecho sin mayores inconvenientes ni objeciones.
La tercera opción
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“Simular que se sigue adelante con las negociaciones.”
Si algo habría de resultar por completo “moral y políticamente indefendible”, eso hubiera sido la política de simulación que aquí se propone. ¿Cómo podría la Primer Ministro sostener y justificar ante el Parlamento semejante conducta?
Por otra parte, para el éxito de una política de ese tipo hubiera sido indispensable mantener un absoluto secreto a largo plazo, ya que cualquier filtración lo echaría todo a perder.
Lamentablemente, el Informe Franks no incluye mayores aclaraciones sobre el alcance de la propuesta, la cual no sólo resulta por demás objetable sino que, además, revelaría cierta incompetencia por parte de quienes se animaron a proponer algo así nada menos que ante la Sra. Thatcher.
La única certeza, más bien trivial, respecto al propósito de una política como ésta, es que simulando no se gana más que tiempo. Cabe entonces preguntarse para qué necesitaba tiempo el Gobierno Británico. La respuesta seguramente se encuentra en la atención que demandaba el desarrollo del conflicto Este-Oeste, cuya actividad principal, para esa época, se registraba en otras latitudes. Además de ello, la paciencia de los argentinos se estaba agotando a causa de reiteradas experiencias frustrantes en el terreno diplomático.
La cuarta opción
Aquí el Foreign Office parece recobrar su habitual buen juicio, o al menos parte de él. Si bien con esta propuesta no quedó redimido del todo, dado el mal paso que significa la propuesta precedente, por lo menos al fin logró llevar a manos de la Primer Ministro una alternativa políticamente sustentable.
Resulta llamativa, sin embargo, la expresión “seguir negociando de buena fe”, porque para negociar es condición sine qua non la buena fe. No existe una verdadera negociación si una de las partes tiene como objetivo evitar a toda costa cualquier acuerdo. A eso, precisamente, se refiere la tercera opción en la cual se propone simular que se negocia.
El hablar de “negociar de buena fe” es una manera poco feliz de proponer lo opuesto a la tercera opción. Ocurre que al hacer expresa referencia a la buena fe como aspecto diferencial entre ambas opciones, queda reconocida, expresamente también, la completa inmoralidad que representa la opción anterior: “simular que se sigue adelante con las negociaciones”. Debe haber sido todo un dilema, para el Foreign Office, encontrar las palabras justas para cada opción cuando, del modo que fuere, algo iba a evidenciar las carencias éticas de todo el planteo.
Posiblemente no hubiera sido bueno poner directamente como tercera opción: “negociar de mala fe”, y no por importar lo objetable que ello resultaría, sino porque podría llamar a confusión semejante contrasentido. Fue más favorable, a todas luces, haber caido en la aparentemente inocua redundancia de “seguir negociando de buena fe”.
Resumen
En 1979, el Gobierno Británico, respecto al tema Malvinas, recibe del Foreign Office un menú de cuatro alternativas posibles a seguir.
La primera se refería a la Fortaleza Falklands, la cual tenía su fundamento en el conflicto Este-Oeste y venía dada por las necesidades de los EE.UU. y la OTAN. La cuestión era por demás prioritaria para Gran Bretaña dado su rol en todo el asunto. En cuanto a una acción militar argentina –como luego veremos– si bien era posible, era también muy improbable.
La segunda opción era políticamente inviable, no por que hubiera requerido del destierro de los isleños como en el caso de Chagos, sino porque era inadmisible la entrega lisa y llana de las Islas.
La tercera opción, también deficitaria desde el punto de vista ético, sólo tenía la finalidad trivial de permitir ganar tiempo. No se especifica el propósito último de ésto, pero todo indica –visto lo ocurrido– que sería en favor de los preparativos para lo que fue el paso necesario para instalación de la Fortaleza Falklands, vale decir, el conflicto bélico de 1982.
La cuarta opción es la que puede calificarse como la “políticamente correcta”, pero –como veremos enseguida– cualquier esquema que implicara reconocer, tarde o temprano, la soberanía argentina sobre las Islas de ningún modo iba a ser aceptado por el Parlamento ni por los isleños.
Conclusiones
Luego de considerar estas cuatro opciones que el Gobierno Británico recibió del Foreign Office, es bastante claro lo favorable que resultaba, para todos los intereses en juego y para el propio gobierno, que la situación derivara en una guerra, acotada eso sí, con la Argentina.
La guerra, una vez ganada por cierto, otorgaría numerosos, y nada desdeñables, beneficios:
Permitir la instalación de la Fortaleza Falklands, sin objeciones por parte de la Argentina, logrando cerrar de ese modo una importante brecha en cuanto al control aeronaval del Atlántico Sur.
Favorecer al Gobierno Conservador en cuanto a su caudal de apoyo político, incluido el Parlamento.
Revalorizar a las Fuerzas Armadas Británicas, en especial a la Marina Real, logrando incrementar sus presupuestos sin enfrentar mayores cuestionamientos de orden político u económico.
Permitir a la Falkland Islands Company continuar operando normalmente; una preocupación permanente del Gobierno Británico.
Hacer desistir a la Argentina de cualquier reclamo por la soberanía, al menos por largos años; principal aspiración de los isleños y de quienes tienen intereses en las Islas.
En definitiva, la Guerra de Malvinas bajo esas circunstancias era un remedio para muchos males. Un remedio muy tentador que finalmente apareció pero no por generación espontánea, ni por trasnochadas decisiones tomadas en Buenos Aires.
Por otra parte, resulta poco verosímil el hecho de que un análisis como el precedente no haya sido realizado en algún momento en el seno del Gobierno Británico. Sin embargo, en el Informe Franks no se menciona nada al respecto. Es como si a nadie en el Gobierno se le hubiera cruzado siquiera la idea.
Esa omisión es algo que llama poderosamente la atención, por cuanto son innumerables las muestras de escrupulosa previsión que los funcionarios británicos han demostrado tener en todo el asunto. El propio Informe Franks da cuenta de ello en forma permanente a lo largo de todo su contenido.
De todos modos, es seguro que cualquier mención acerca una cuestión como ésta hubiera resultado contraproducente a los efectos de cumplir con el propósito específico que tuvo dicho informe, impediendo por completo que el Gobierno Británico fuera relevado de toda responsabilidad en cuanto al origen del conflicto bélico.