Encuentro razones por las cuales sentir gozo cada día, aun ante las circunstancias más desafiantes. Comienzo por centrar mi conciencia en el Cristo, la presencia divina en mí. Siento que el amor y la paz inspiran mi corazón, y las posibilidades para el bien llenan mis pensamientos. Puede que experimente el gozo como maravilla, emoción y entusiasmo.

El júbilo también puede surgir en mis momentos callados, según la seguridad apacible de Dios llena mi ser. Mi conciencia alegre ofrece una calidez y un resplandor hasta en los días más rutinarios. Prosigo de todo corazón a hacer lo que me corresponde, y lo hago con gozo. Mi regocijo es evidente en mi sonrisa, mis palabras y mi positivismo. Irradio felicidad con sinceridad y naturalidad.

Durante períodos retadores, me refugio en la Verdad. Me siento seguro, protegido y a salvo en la presencia de Dios. Tomo tiempo para acudir al lugar secreto del Altísimo, y comulgo con el Cristo morador.

Siento serenidad. Mi corazón es fuerte. Si surge un desafío, determino no permitir que el temor u otro sentimiento negativo crezca en mi conciencia.

El espíritu protector de Cristo bendice mi mente, mi cuerpo y mis asuntos. Nada que esté ocurriendo en mi vida puede perturbar mi paz cuando permanezco centrado en la luz divina en mí. Al regresar a mis actividades diarias, me siento renovado y seguro. Al recordar que yo soy un ser espiritual, me siento libre de toda angustia y bendecido en cada área de mi vida.

Me comprometo a progresar en cada área de mi vida. Tomo tiempo para apreciar a las personas y situaciones que alientan mi progreso. La gratitud que siento expande mi alma. Al afrontar las dificultades con fe, confianza y claridad, progreso.

Utilizo la sabiduría que he ganado de experiencias pasadas, y prosigo con confianza. Sé que todas las cosas trabajan para mi bien. Tengo el valor para ir en pos de metas nuevas, incluso cuando no me sienta seguro del resultado final.

Aprendo de mis errores. Permanezco abierto a la luz y el amor de Dios, obrando en mis relaciones personales y en todas las áreas de mi vida. Crezco en sabiduría y fe con cada elección que hago para cumplir con mi propósito.

A veces mis responsabilidades y el estrés que generan abaten mi cuerpo y mi mente. Puedo sentir el peso del mundo en mis hombros. Mi mente se siente agotada debido a pensamientos pesimistas y temerosos. Mi creatividad parece haberse esfumado. Malgastar mi energía de esa manera, es como orar por aquello que no quiero que suceda.

Al tomar tiempo para soltar mis cargas, descanso verdaderamente. Recuerdo que descansar es un aspecto esencial del cuidado propio, no es un lujo. Le ofrezco solaz a mi cuerpo mediante un sueño reparador. Aquieto mi mente leyendo material espiritual. Doy reposo a mi alma entrando en el santuario de la oración y apreciando mi unidad con Dios. Respiro el aliento divino, suelto toda preocupación y descanso.

Así como se experimentan las estaciones del año y las fases de la luna, mi vida sigue un plan ordenado divinamente. Me maravillo al contemplar el diseño magnífico de lo creado. Todo en la Tierra fluye en un ciclo de crecimiento, cambio y renovación.

Reconozco los patrones en mi vida. Puede que en algunas áreas sea tiempo de crecimiento y en otras tiempo de quietud. La actividad divina me guía tanto en los momentos de reto como en los momentos de gozo. Voy en pos de mis metas con la certeza de que todo sigue un orden divino. Mantengo mi gozo y mi ánimo tanto en momentos de siembra y espera como en los de cosecha y deleite. Yo soy paciente. Sé que el cumplimiento perfecto de mi propósito es parte del plan de Dios.

En el relato de David y Goliat, leemos que David luchó con el gigante Goliat. A pesar de ser joven y no tener experiencia, David rehúsa usar la armadura de Saúl para enfrentar valientemente al gigante. Goliat tiene mucho poder físico, mas David lo derrota al confiar y hacer uso de la fortaleza divina. Tal como David, yo también puede que enfrente desafíos gigantes que parecen difíciles de derrotar. Mas cada reto que supero aumenta mi tenacidad.

Al orar y meditar, tomo de la Fuente de fortaleza interna. Puedo hacerle frente a lo que está ante mí en esta experiencia humana cuando me centro en Dios. No importa cuán grande sea el gigante que tengo que enfrentar, persevero porque el espíritu de Dios mora en mí.

Mi libertad no requiere que las circunstancias a mi alrededor sean perfectas y sin contrariedades. No resistirme a las situaciones hace que experimente mi libertad ante cualquier desafío en la vida. Incluso cuando determino ir en pos de cambios deseados, no necesito que ocurran de cierta manera o en un tiempo determinado para sentirme satisfecho conmigo mismo.

Suelto mi apego a que las condiciones externas sastifagan mis deseos. Nada fuera de mí puede proveerme satisfacción verdadera. Al tener esto presente, me siento libre de corazón. Me torno flexible al andar por el sendero de la vida. Al aceptar lo que es y acoger lo que el momento presente me brinda, experimento paz duradera y prosigo con facilidad y gracia.

El Salmo 65:12-13 contiene un mensaje acerca de la abundancia que se encuentra en el mundo natural: “Los pastizales del desierto se ven rebosantes, y las colinas se revisten de alegría; los llanos se saturan de rebaños, y los valles se tapizan con trigales. ¡Todo canta y lanza gritos de júbilo!”

Pasar tiempo en la naturaleza me recuerda la ilimitada sustancia de la cual provienen todas las cosas. Cada estación contiene un tesoro en particular, y puedo observar patrones de renacimiento y renovación por doquier.

Hoy me conecto con el mundo natural. Tal vez observe a las nubes pasar, salga a respirar aire fresco o sencillamente cierre los ojos para apreciar conscientemente la abundancia y la riqueza del mundo que habito.