Cuando me siento atribulado por algo que dije o hice que pudo haber herido a alguien, encuentro refugio en el consuelo sanador de la gracia de Dios. He sido bendecido con el don de la gracia, no tengo que ganarla ni guardarla. Nada de lo que yo pueda decir o hacer puede perturbar o destruir jamás mi vínculo con Dios.
Como ser espiritual, mi valor es inherente. Recuerdo esta verdad y tengo presente el amor perdonador de Dios. Reconozco mis errores, y utilizo las experiencias para mi crecimiento. La gracia divina me restaura. Mediante la sabiduría y el amor de Dios cada aparente falla se convierte en una oportunidad para cambiar. La gracia imbuye cada momento con la posibilidad para la redención y la transformación.