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Poesia: A Ti!
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Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que lo dice todo en medio del silencio.
Esa mirada tuya, que eleva mi alma e inunda mi ser sin tocar aún mi piel.
Esa mirada tuya tan indescriptible que llena de amor a este libre corazón.
Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que me lleva a entender que aún estoy viva y siento.
Esa mirada tuya...
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Mi patria es altísima. No puedo escribir una letra sin oír el viento que viene de su nombre. Su forma irregular la hace más bella porque dan deseos de formarla, de hacerla como a un niño a quien se enseña a hablar, a decir palabras tiernas y verdaderas, a quien se le muestran los peligros del mundo.
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Mi patria es altísima. Por eso digo que su nombre se descompone en millones de cosas para recordármela. Lo he oído sonar en los caracoles incesantes. Venía en los caballos y en los fuegos que mis ojos han visto y admirado. Lo traían las muchachas hermosas en la voz y en una guitarra.
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Mi patria es altísima. No puedo imaginármela bajo el mar o escondiéndose bajo su propia sombra. Por eso digo que más allá del hombre, del amor que nos dan en cucharadas, de la presencia viva del cadáver, está ardiendo el nombre de la patria.
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De tu rostro purísimo y resplandeciente surge una luz silenciosa que todo lo desnuda, descubre paraísos y mares de ceniza, oculta sombras con su bella campana y vuela como un pájaro. Olvidar tu rostro es ahogar el corazón, tratar de ignorarlo es vivir a ciegas, dando tumbos; no es necesario volver a decir que tu rostro nos promete un reino en un universo inmóvil y destruido.
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Yo vi, joven señora, su bello cuerpo entre las piedras como una orquídea.
No había fuego entonces al servicio del hombre, ni dúctiles metales mostraban al asombro del primitivo ser sus formas.
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Andábamos descalzos como niños, desnudos como peces en el agua y corríamos libres como ágiles leopardos
Era el año dos mil o cuatro mil antes de Jesucristo. Las tribus combatían con pedernales, con piedras y cuchillos.
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Antes de ir al combate pinto estos signos en la pared antigua de una cálida cueva, junto a otros símbolos que mis antepasados en ocasiones similares escribieron.
Ignoro quién recogerá estas frases. Es posible que entonces no seamos, tú y yo, ni estática ceniza ni barro sumergido. Desde mi monarquía compartida, te recuerdo. Y si volvieras a nacer te prometo que siempre serías, como ahora lo eres, mi mujer y mi reina.
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En la mesa veo frutas, agua en los cántaros, peces con los ojos abiertos en las cuerdas del patio, el maíz calentándose en los cuartos.
El cazador soy yo, el cazador que sale en la noche a buscar el alimento diario, las hojas para el lecho, la fibra para el manto, la flor para tu pelo, la piel para el zapato.
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Hoy te traigo una flor selvática, una luna caída, un perfume barato, yo quiero que la pongas en tu pecho blanquísimo, en tu seno cubierto con cuero de venado.
Eso te traigo ahora, compañera mía, ojo para mi llanto. |
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Para ti las fúlgidas naranjas, la dura carne de las ciruelas, el azúcar mojado de la piña, la suavísima daga del plátano, la invicta blancura de la caña, el agua limpia del cocotero, el vello niño del durazno, la división de la guanábana, la aristocracia de la manzana y la tristeza de la guayaba.
Para ti todo eso con la mano que recoge en el monte la fruta, la deja en la mesa de cedro y la corta todas las mañanas.
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Niña invicta, te he visto ya en las onzas españolas
Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel, tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan, tu cabellera suave, tu corazón pequeño.
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Oye la campana del día apagando el luto de la noche mira la luz que silenciosamente nos cubre, mira el cielo: ese jardín sobre tu pecho; respira el aire quieto que el ruiseñor anuncia con su lanza, conduce tu desamor a un lago sepultado y háblame con tus labios excelsos.
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Llegué a sentir sobre las manos el agua efímera, el verano derribando sus torres, el abismo cerrando sus ventanas, el fruto abandonado, el mar abriéndose las venas, el fuego hundido, hasta que tú, niña mía, perfecta virgen repetida, me entregaste tu rostro.
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Veo de cerca la copa confusa de las aguas, busco tu claro nombre entre las rosas, tu dulzura en la esencia de los árboles, tu vigilia en el beso, tu olor en los duraznos, tu luz en el rocío y me doy cuenta sorprendido que todo me lo traes, niña mía, con tu mano sagrada. |
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Sobre mi pecho abatido por los golpes está tu estrella tibia, dolorosamente azul, diríase un cielo toda ella. No quiebra el agua su perfecta dulzura, su sencillez es transparente y tiene el uniforme brillo de la lluvia alta. Déjame este lucero, este cuerpo celeste sembrando sobre mi pecho lleno de golpes, estás ya tan humilde que tu nombre se puede decir con respeto y con pequeñas letras de amor, dios mío.
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