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@ Alguna calle concurrida de una ciudadela del Palacio.
Frente al rubio y la chica alada.

El reloj que siempre marcaba la hora exacta en la parte más alta del edificio retumbó sus campanas del medio día, junto con él, el resto de relojes de la pequeña relojería alzaban sus distintos cantares –piares, maullares, glockenspiels– nunca por encima de las campanadas mayores que lograban alcanzar hasta más de cinco cuadras a la redonda. La ciudad siempre activa (llena de gente que viene y que va, que huye y que decidió dejar de hacerlo) apenas detuvo su paso, sólo para cambiarlo y adoptar el nuevo ritmo que entregaban las campanadas.

Al cuarto tempo tonos de cuerdas se alzaron acompañando las campanadas. Al octavo campanar la percusión se preparaba para relevar el ritmo. La última campanada dio paso a la melodía por un cantar de viento cálido y vivaz, y así, a los ánimos y palmas de los transeuntes. Una pequeña banda de pueblo siempre acostumbraba a entonar canciones en la ciudadela cada hora y, en este mediodía, resultó la casualidad que la melodía entonada era una alegre y danzante, ¿una que quizá el emperador conozca?

La música animada no pudo evitar que personas que cruzaban cerca de los músicos paren en su camino y decidan bailar al ritmo danzante, con sus acompañantes o con algún desconocido que también quizo bailar. Al mismo tiempo, bufones del Palacio llegaban, apareciendo de callejones, techos, ventanales, cajas de víveres, de donde menos se los espera― todo para avivar aún más las calles, aprovechando la música para dar su propio espectáculo. Con peinados y maquillajes extravagantes, telas a montones que les ayudaban a colgarse de ventanas y atraer a gente al baile, y a veces con máscaras distinguidas, los bufones parecían no dejar de llegar, las estrechas calles de la ciudadela declaradas su nuevo escenario por los siguientes minutos― y es bien sabido que en un escenario los bufoons pueden realizar verdadera magia, por lo que no sería raro que entre las decenas de bufones que pareciera haber en el momento quizá solo sea un grupo de un solo dígito.

Nada les quitaba el crédito, claro. Manejar a los transeuntes y desviarlos de su camino por un rato no era nada comparado a manejar un público enorme en el Coliseo. Pero, una diferencia fundamental se hallaba entre ellos y era la voluntad de estar allí. Por suerte, los bufones no tuvieron que hacer más trabajo del necesario; el encanto de la música parecía manejar sus hilos al compás, y los bufones sólo tenían que aprovecharse de aquello.

Al final, solo era cuestión de aprovechar el momento preciso.

La bufoon cargaba la máscara veneciana que cubriría toda su cabeza, un cuello de volados que daba paso a una túnica larga y que parecía pesada que apenas dejaba ver sus manos, lo distinto siendo que la máscara estaba al menos 50 centímetros sobre su cabeza, dándole una apariencia mucho más grande. La forma en la que corría hacía que la mitad del cuerpo se doble de forma extraña para cuerpos normales, casi dejándose llevar por el viento pero a la vez este ayudándole a no perder la gracia en sus saltos y volteretas. Lanzaba telas como serpentinas a sus costados y atrapaba manos de personas y las enlazaba con otras para el baile, los colores mezclándose mientras las parejas giraban entre ellas como si hubieran olvidado cualquiern cosa que tenían que estar haciendo y sólo vivieran por el baile. Pero no era momento para descansar, no para los bufones; su trabajo era el de divertir al Emperador. Sin importar quién se viera involucrado, su trabajo era divertir. Sin importar que ella misma sea la víctima, su trabajo era divertir.

Ciertamente era difícil manejarse con el traje que llevaba y al mismo tiempo mantener el motivo de persona enmascarada enigmática, por lo que en un fallo de ritmo golpeó su 'cabeza' en uno de los pequeños letreros que colgaban en las entradas de las tiendas (por suerte el ruido del golpe quedó perfecto con el ritmo de la canción), y en su tambaleo peligroso fue golpeando personas y tirando estantes, enrredándose con las telas que ella misma había lanzado y chocándose con ventanas abiertas que por suerte no se rompieron. Parecía el baile de una persona borracha, con el cuerpo que se contorneaba peligrosamente rozando el piso hasta que la magia en ella se rompió y la pequeña estructura interna que sostenía la máscara en alto se rompió, la máscara cayendo hacia afuera y dejando a la bufoon dentro ahogada en telas.

Buscaba y buscaba cómo salir de ese mar de telas y al final encontrar la máscara grande la sacó de allí, revelando al fin sus cabellos de aquel característico violeta, sus ojos miel que brillaron ante quien tenía en frente, y su simple pero peculiar media máscara presente en su rostro. ¡¡Había caído ni más ni menos que en frente del Kaiser!! ¡¡Ooohhh era como estar frente a una celebridad!! De seguro sus ojos brillaban ante la luz natural que parecía desprenderse del Príncipe, y la posición arrodillada en la que había caído era simplemente la adecuada para rendirle todos los honores que se merecía. Oh pero, ¿el Kaiser recordará a una pobre bufoon como ella? Ah~ Era como un grano de arena para quien buscaba oro. ¡Pero no podía permitir que la vean triste! Así que el medio rostro que se veía llevaba una pequeña sonrisa que parecía haberse congelado al haberse retirado la máscara victoriana.

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EL se incorporo sacudiendo sus finas ropas le sonrió de forma gentil a Kanna, de sus bolsillos saco un pañuelo de seda color crema y se lo ofreció a la licht de mediana estatura. Kanna tomo el fino pañuelo y se limpio el polvo en su cara. 

 

 

 

 

@ Alguna calle concurrida de una ciudadela del Palacio - "Virent Aqua"
El Kaiser kya y una licht.

El ojo dorado descubierto de la bufoon intercambiaba miradas entre el joven Kaiser y la pequeña licht, un momento detenido en el tiempo de los tres, cada uno bajo su propio hechizo. Pero como siempre, el Kaiser es el único más fuerte, y venciendo cualquier duendecillo robatiempos le extendió cortesmente la mano a la bufoon. El rostro de Raki pareció iluminarse por completo, aún bajo la media máscara que llevaba― ¡la luz! ¡¡era como si hubiera visto la luz por primera vez!! ¿Y acaso sus oídos jugaban con ella también? ¿¿Acaso el mismísimo Kaiser había dicho que la recordaba?? La sonrisa congelada que cargaba se ensanchó mucho más, un grito interno era todo lo que se permitía hacer frente al Kaiser. ¡No quería quedar peor!

Correspondería la mano del Kaiser tan pronto como se quitara todo el montón de telas de encima. Volvió a entrar al montón de telas para retirárselas de abajo hacia arriba, pero había olvidado que cargaba los zapatos del atuendo, así que tuvo que volver al agujero de la cabeza y salir por allí, revelando un atuendo cómodo de una blusa con las mangas desacopladas y una pequeña falda en tonos morados, grises, y negros. Aún algo agitada por la danza y la emoción tomó la mano que le ofrecieron, ayudándose con ella a ponerse de pie, sacudiendo y desarrugando su ropa, todo este rato evitando la mirada del Kaiser hasta realizar el saludo formal, dando una reverencia con una mano delante y una detrás.

"Bufoon Imperial. Conocida como Jinx, mi nombre es Raki." Terminó el saludo formal, su voz no dudando por un segundo. Acto seguido se incorporó, mirada en alto, pecho rebosante de orgullo―ya no temía, nunca más―"¡¡Mi especialidad es el Tercer Acto!!"

El Kaiser volvió a referirse a la licht olvidada ¿¿y acaso la estaba invitando a salir?? ¡Si fuera posible ya hubiera despegado como un cohete! En alguna otra ocasión la hubiera rechazado por cortesía —¡no podría dejar que el Kaiser se mezcle con plebeyos!― pero esta vez era diferente; ¡No podía dejar pasar esta oportunidad! "¡¡sI---!! Erm, digo. Con gusto." Se detuvo a tiempo antes de gritar su respuesta, volviendo a retomar el debido protocolo con alguien como el Kaiser. Solo debía. Quitarse los. Zapatos. De la actuación. Y estaría. Lista. Para el té. Yyyyap.


La pequeña campanilla anunció el ingreso del pequeño grupo liderado por el Kaiser dentro de la cafetería, y a la cálida bienvenida que los dueños del lugar les daban parece que le hubiera caído un balde de agua helada al ver a la dueña de los infames cabellos violetas y media máscara pisar su local. La bufoon no podía evitar responder con una cálida sonrisa, una totalmente distinta a la que tenía frente al Kaiser la primera vez; conociendo cómo era la dueña de los cabellos violetas, sería lo lógico que los dueños de la cafetería culparan a la bufoon del infortunio que sufrió su letrero ¿verdad? Pero eso ya era lo de menos para Raki, ya no se dejaría lastimar por aquellas miradas de repulsión.

Los ubicaron en una de las mejores mesas, y toda la mejor atención era para el Kaiser y sus invitadas, aunque con mucho recelo con la bufoon. "Es un bonito lugar aquí, ¿no es así?" preguntó la susodicha para romper la tensión que provenía de los meseros, esto sólo preocupándolos más al fondo de su ser, y sólo rogando que las vajillas que se quiebren no sean las más caras.

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 No sabia como fue que había terminado en esa situación, pero acepto la invitación del rubio sin pensarlo mucho. Caminaron hacia la cafetería con cuyo letrero había chocado, el joven abrío con caballerosidad la puerta para que entraran ella y la boofon. Luego escucho que la boofon se llamaba Jinx mejor conocida como Raki, Kanna sintió un escalofrió que recorría todo su cuerpo. La pelimorada era la mala suerte hecha marioneta, las desgracias y en infortunio caerian sobre todo aquel que se cruzara por su camino, ahora lo recordaba, ese chica también acepto la invitación del rubio.