Elena Burke sin duda, es una de las más importantes del cancionero del siglo XX en Cuba. Antes de iniciar una sólida carrera como solista,Elena Burke había pertenecido ya al conjunto Las Mulatas de Fuego (1947), el trío Las Cancioneras y los cuartetos de Facundo Rivero, Orlando de La Rosa y de la pianista Aida Diestro (1956), junto a Omara Portuondo, Moraima Secada y Haydée Portuondo.
CUBA ETERNA GABITOS
Fue dueña de una de las voces de contralto más hermosas de la música cubana. Bautizada como La Señora Sentimiento, debuta en 1941 como aficionada en un programa de CMQ Radio, y al año ya su voz y calidad interpretativa le abren paso al camino profesional donde se mantiene como primera figura hasta su muerte.
Romana Burgues, era su verdadero nombre, nació en la capital cubana, un 28 de febrero de 1928, justo para ser una atrevida jovencita de voz insospechable, cuando el movimiento feeling de la cancionística cubana empezó a dar crecientes señales de vida, desde los inicios de la década del cuarenta. Ella, como muchas otras figuras de la música popular cubana, debutó en la radio y de allí muy pronto pasó al cabaret.
En 1940 cantó en la radio por primera vez, en la emisora habanera CMC. Interpretó un tango, «Caminito», de Peñalozza y Filiberto, que había conocido en voz de Libertad Lamarque, ídolo de los cubanos de la época. Por aquellos días Elena estaba muy atenta a todo lo que escuchaba en la radio, en la calle o en los discos: Miguelito Valdés, los conjuntos de sones, los boleros, las guarachas y la rumba.
Muy joven se escapaba de la familia para reunirse en la casa de Ángel Díaz con “los muchachos del filin”, compositores e intérpretes que transformarían la canción cubana: César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Justo Fuentes, Pablo Reyes, Armando Peñalver, Ñico Rojas, Niño Rivera, Frank Emilio. Elena aprendió una tras otra las canciones nuevas y allí conoció a Omara Portuondo.
En 1943 se presentó en el programa de aficionados más importante de Cuba, la Corte Suprema del Arte, de CMQ Radio, y fue premiada junto a otros dos jóvenes que tendrían una exitosa carrera posteriormente: Rosita Fornés y Miguel Ángel Ortiz. Un día se presentó ante Onorio Muñoz, directivo de la emisora Mil Diez y le dijo: “Por favor, óigame cantar”. Así quedó contratada para presentarse en el programa Ensoñación, con una orquesta dirigida por Enrique González Mantici y Adolfo Guzmán.
Al mismo tiempo comenzó a actuar como solista en varios centros nocturnos –entre ellos El Kursaal– acompañada al piano por Dámaso Pérez Prado. Con Prado de acompañante, participó en actividades organizadas –en fábricas y otros centros de trabajo– por el Partido Socialista Popular, al que pertenecía Mil Diez, emisora que contaba con un extraordinario elenco artístico.
A mediados de la década de 1940 actuó en shows con Las Mulatas de Fuego, en los teatros Fausto y Alkázar, y junto a Josephine Baker en el teatro Encanto.
En 1946 cantó canciones sentimentales en programas que difundía la emisora Radiodifusión O’Shea, donde la presentaban como “la primera intérprete de filin”.
Integró –con Adalberto del Río, Aurelio Reynoso y Roberto Barceló– el Cuarteto de Orlando de la Rosa, compositor y pianista que le entregó a Elena varias de sus canciones para que las estrenara, e incluso le dedicó un bolero: «Tu alma». El cuarteto debutó en la emisora RHC Cadena Azul de La Habana en 1948.
Formó pareja de baile con Rolando Espinosa y luego con Litico Rodríguez. Con Litico se presentó en espectáculos de cabarets en Kingston, Jamaica y Caracas, Venezuela.
Llegó a México con el show Rapsodia en Bronce y Negro con Las Mulatas de Fuego, espectáculo contratado para presentarse en el Follies Bergere. Poco después se unió al cuarteto vocal del pianista Facundo Rivero, con el cual giró por países de Centro y Sudamérica.
A su regreso a Cuba se reincorporó al cuarteto de Orlando de la Rosa que fue contratado para actuar en Estados Unidos en centros nocturnos y hoteles.
La formación del grupo en ese momento incluyó dos voces masculinas (Reynoso y Barceló), y dos femeninas: Elena Burke y Omara Portuondo. Actuaron incesantemente en ciudades de varios estados a lo largo de seis meses.
Antes de ser solista, sus dotes innatas de cante se alimentaron con la participación en varios de los más importantes cuartetos vocales de los años cuarenta. En ellos fermentaba el repertorio del feeling y su particular manera de decir la canción.
En 1952 se constituyó el Cuarteto D’Aida con la pianista Aida Diestro, como directora, y las voces de Elena, Omara, Moraima Secada y Haydée Portuondo. Tras apenas cuatro semanas de ensayo, debutaron el 16 de agosto de ese año en el programa de televisión Carrusel de la Alegría, de CMQ interpretando «Mamey colorao», de Peruchín Jústiz y «Cosas del alma», de Pepé Delgado. Luego actuaron durante una semana, también en televisión, en el Show del Mediodía. En cada presentación estrenaban nuevos números: «Qué jelengue», de José Antonio Méndez, «Profecía», de Adolfo Guzmán, «Ya no me quieres», de María Greever, «Las mulatas del chachachá», de Evelio Landa.
El cuarteto comenzó a trabajar en cabarets cada vez de mayor calidad: La Campana, Club 21, Montmatre, Tropicana. El grupo fue contratado para actuar en New York, en el programa de televisión de Steve Allen, y de allí pasaron a Venezuela, México y Argentina.
En 1957 se distribuyó un disco de larga duración para la RCA Victor con una orquesta “todos estrellas” dirigida por Chico O’Farrill: Una noche en Sans-Souci con el Cuarteto D’Aida.
Hacia el final de la década del 50 Elena se separó del cuarteto para continuar su carrera como solista. Comenzó a presentarse en pequeños e íntimos clubes habaneros acompañada tan solo por un solista al piano: Frank Domínguez o Meme Solís. No solo dio a conocer nuevas canciones, sino que impuso un estilo de interpretar letra y melodía. Su público creció, sus fanáticos la perseguían de escenario en escenario.
En 1957, Álvarez Guedes le produjo a Elena Burke su primer disco de larga duración para su sello Gema. El puso condiciones espléndidas desde el punto de vista orquestal, para que ella enseñara sus poderosas cartas credenciales como una de las más importantes voces del cancionero en lengua hispana durante el siglo XX.
Los propietarios de la casa discográfica Gema le propusieron grabar su primer disco respaldada por una gran orquesta dirigida por Rafael Somavilla: Con el calor de mi voz, que incluyó «Perdido amor», de César Portillo de la Luz, «Libre de pecado», de Adolfo Guzmán, «Mil congojas» de Juan Pablo Miranda, «Juguete», de Bobby Capó entre otras composiciones de María Greever, Mario Ruíz Armengol, Ernesto Duarte, Frank Domínguez y Eligio Valera. Los columnistas de espectáculos la proclamaron “mejor intérprete de 1959”.
Su segundo disco, La Burke canta, con Meme Solís al piano y la guitarra de Pablo Cano contenía versiones de viejas canciones cubanas como «Corazón», de Sánchez de Fuentes o»Idilio», de Augusto Tariche, junto a creaciones de nuevos compositores marcados por la expresión del filin, como Marta Valdés (!Tú no sospechas1), Ela O’Farrill (1Ni llorar puedo ya!) o Solís (!Qué infelicidad!). Por entonces se le llamaba “Su Majestad, La Burke”.
Grabó un tercer disco para la firma Gema, con orquesta dirigida por Eddy Gaytán con boleros de Piloto y Vera, Pepé Delgado, Marta Valdés, Mario Clavell y otros autores. Se presentó en varias ocasiones en la sala de conciertos del Museo de Bellas Artes y en el teatro Amadeo Roldán acompañada al piano por Frank Emilio, Enriqueta Almanza y el guitarrista Froilán Amézaga.
Lo demás fue madurar y darse a conocer cada vez más. Es decir, vivir intensamente cada día que se ha topado por delante. En ese tráfago vital, Elena ha logrado convertirse en vehículo muy especial de los sentimientos de la immensa mayoría de la gente. Ella es de alto aprecio entre los más humildes moradores de la mayor de las Antillas, como entre los individuos de más soberbio elitismo. Esta mujer que ha logrado, con su voz de inacabables recursos, dar siempre la impresión de que te está cantando a ti y muy cerca del oído, aunque tú seas uno de los miles de espectadores que ha colmado un coliseo para ir a disfrutarle, se ha convertido en un modo de ser de la espiritualidad cubana.
El musicólogo Odilio Urfé escribió en las notas al programa de un recital ofrecido por Elena en 1963 que era una intérprete vocal con un estilo íntimo y profundo. La cantante, después de cultivar con éxito todas las expresiones genéricas de la música popular cubana, se afianzaba en el caudal de la canción moderna y dominaba un amplio repertorio.
En esa década abrió un espacio diario en Radio Progreso que se mantuvo en el aire por muchos años: A solas contigo. En sus inicios, Elena compartía el programa con Luis García y el cuarteto de Meme Solís pero, a partir de 1969 hasta entrados los años 80, continuó en solitario.
Apareció en el largometraje de Rogelio París Nosotros la música y grabó en 1964 otro disco de larga duración, Bellos recuerdos, con Frank Domínguez y Froilán Amézaga, considerado entre los mejores de su carrera.
Elena actuó en la clausura del Festival cinematográfico de Cannes de 1964 y se presentó en el Olympia de París con el espectáculo Grand Music-Hall de Cuba. Resultó premiada su actuación en el Festival de la canción de Sopot, Polonia, en 1966. En el II Festival Internacional del Disco, en México, actuó junto a Pérez Prado, Ray Charles y Armando Manzanero.
En 1968 dio a conocer creaciones de Juan Formell en un disco con la orquesta Revé. En 1970 se publicó el larga duración Elena, en el que incluyó nuevas composiciones de Formell («De mis recuerdos», «Lo material», entre otras), de Marta Valdés («Hay mil formas»), Pablo Milanés («Mis 22 años») y Silvio Rodríguez («Hay un grupo que dice»).
Su repertorio se nutrió igualmente de la obra de nuevos compositores y de la de los “consagrados”. En una entrevista declaró que no temía a nada que viniera encerrado en una letra y en una buena música.
La “Señora Sentimiento” actuó en 1978 con la Orquesta Aragón y Los Papines en el Lincoln Center de Nueva York. En la década siguiente realizó nuevas giras y grabaciones. Cantó el tema musical de la película Una novia para David (1985) de Orlando Rojas, «Ámame como soy» de Pablo Milanés, que se convirtió de inmediato en un éxito nacional. En 1988 grabó un disco con canciones de Marta Valdés, acompañada con la guitarra de Carlos Emilio y los pianos de Frank Emilio y Enriqueta Almanza.
En 1993 su álbum doble Canta lo sentimental, que celebraba sus cincuenta años de carrera artística, obtuvo el Gran Premio del Disco en Cuba. Grabó además un disco con canciones de Vicente Garrido acompañada al piano por el autor.
Viajó a México donde permaneció actuando hasta 1995, año en que regresó a Cuba y grabó Elena en persona, con Enriqueta Almanza, el guitarrista Felipe Valdés y el percusionista Tata Güines. Hizo presentaciones en teatros en varias ciudades de Cuba. Se presentó en el centro nocturno Delirio habanero durante una extensa temporada y más tarde en El Gato Tuerto, donde se mantuvo actuando, muy cerca del final, mientras sus dolencias físicas se lo permitieron.
Acerca de Elena Burke, el notable escritor Gabriel García Márquez comentó que ella descubre con su voz lo que hay en su interior, y por eso por donde pasa deja huella y deja huella, porque sus interpretaciones consiguen imponer en el escucha el texto, la melodía y el ritmo de las canciones.
ELENA EN EL CIELO
La Mora podía contarle cuánto la había extrañado y de su inseparable hija adoptiva la espectacular Leonora Rega. Preguntarle por sus nietos y pedirle que le contara de sus últimos éxitos en Veracruz. Era la lógica conversación entre dos amigas que se reencuentran. No estaba de más, en el inusitado diálogo, la frase irónica de la Mora: “Elena, tú no solo llenabas teatros, cabarets y salas de concierto, también llenaste el cementerio de La Habana, en tu función de despedida.” Las dos se abrazaron riendo. Y el eco de la carcajada debe haber llegado a cualquier lugar del mundo en que estuviera conquistando sonados éxitos con la música, que ellas cultivaron.
Son razones suficientes para advertir la angustia en las calles, en los hogares, en cualquier sitio de la Isla, cuando se supo que estaba gravemente enferma en Ciudad México. Y también en esos mismos medios que se palpó como un respirar más descansado, al conocer que enferma y todo había llegado a La Habana. Ya estaba en casa y podía potenciarse la esperanza que no se nos muriera cuando más falta nos hacía.
Todos sus paisanos, pero sobretodo el habanero, se mantuvo en vilo mientras su convalecencia era estacionaria y mucha gente lloró cuando algún malvado desató el rumor de su muerte... Por eso, en el momento en que la radio y la televisión dieron la noticia de que ella volvería a la Sala Avellaneda a cantar, Cuba, como un solo corazón, se paralizó.
Todo el que cupo se metió en el Teatro Nacional de Cuba a ver a Elena el día señalado, más bien, a comprovar que era verdad que todavía era posible querer o malquerer a través de las canciones de ella, como una carpa milagrosa arma con su voz. Al fin se abrió el telón y todo el mundo se quedó callado al verla ahí, en un sillón de ruedas con un micrófono delante... El amor pudo más que la incertidumbre y poco después rompió un aplauso interminable, al que ella respondió diciendo: "Yo hubiera querido agredecerles de pie".
Una voz del público le interrumpió: "No importa, Elena. Estás aquí con nosotros". Entonces ella empezó a cantar tímida, como una adolescente que sale por primera vez al escenario. Cantó muchas canciones tratándose de entregar toda y empezaron a gritos las peticiones.
Nadie sabía, ni quería saber, como terminaría aquello. Fue cuando a petición de un admirador que estaba en el tercer balcón, ella comenzó a cantar Yolanda, de Pablo Milanés. Todavía no había llegado ni a la mitad de la canción y se quedó en blanco. Era claro que se la había olvidado la letra. El guitarra acompañante le volvió a dar el pie, ella decía dos o tres palabras y no podía seguir... Entonces los presentes le devolvieron lo que durante décadas ella les había entregado. Un coro de más de dos mil personas se fue alzando hasta el clamor, mientras le cantaba a Elena la canción de Pablo. Desde ese momento se vio bien claro que ella nunca se iba a morir.
Después de esa noche, Elena Burke, ya sin apuros en su sillón de ruedas, sale a cantar con la seguridad que le entregaron en el Teatro Nacional. Se la ve cantando cada semana en el mítico Gato Tuerto del Vedado y también en el piano bar del Meliá Habana. Ella es todavía un resistente pulmón de la sensibilidad del cubano, a quien lamentablemente no se conoce mucho más allá de sus aguas territoriales.
La Burke vivió sus últimos días en silencio, alejada de la farándula, sólo acompañada por sus recuerdos y las visitas ocasionales de sus íntimos. Pocas veces se le vio en público, salvo aquella noche de diciembre de 1999 cuando familiares y amigos se reunieron en el Habana Café del Hotel Meliá para festejarle un año más de vida.
Sobrellevaba con entereza el padecimiento del sida, enfermedad contraída durante su estadía en México, y que ninguno de sus amigos, y nadie del público le preguntó o hizo referencia estando la cantante en vida por el gran cariño e inmensa admiración a su persona y su arte.
La mañana 9 de junio del 2002, falleció en La Habana a causa de una enfermedad terminal SIDA que controlaba desde hacia cuatro años, la destacada cantante Elena Burke, quien fuera calificada como la Señora Sentimiento por su modo peculiar de interpretar boleros y canciones de corte romántico.
Era tanta la admiración y el cariño que sentía el pueblo asistente al sepelio de “La Señora Sentimiento”, que todo el tiempo, en el cortejo, las anécdotas chispeantes, las evocaciones de canciones famosas, iban dibujando una especie de nostálgica alegría.
Alguien dijo que Moraima y Leonora Rega, la esperaban en el cielo. Una gran manifestación de pueblo que la acompañó por las calles del cementerio de Colón, cantando a toda voz el Para Vivir de Pablito, y aquel aplauso desacostumbrado y estruendoso que coreó su bajada a la tumba.
La Mora en el cielo podía contarle cuánto la había extrañado y de su inseparable hija adoptiva la espectacular Leonora Rega. Preguntarle por sus nietos y pedirle que le contara de sus últimos éxitos en Veracruz. Era la lógica conversación entre dos amigas que se reencuentran. No estaba de más, en el inusitado diálogo, la frase irónica de la Mora: “Elena, tú no solo llenabas teatros, cabarets y salas de concierto, también llenaste el cementerio de La Habana, en tu función de despedida.” Las dos se abrazaron riendo. Y el eco de la carcajada debe haberle llegado a Omara en cualquier lugar del mundo en que estuviera conquistando sonados éxitos con la música, que ellas cultivaron.
Ella ha sido de las pocas, por no decir la única, que logró combinar con sabiduría y buen gusto estilos tan variados como los de Ernesto Lecuona, Ignacio Piñeiro, Sindo Garay, Mirta Silva, entre otro. Y eso no es una identificación, sino la prueba más rotunda de su condición de gran estilista, que le permitió en vida abarcar cuanto registro y cuanto acorde existe sobre el pentagrama; porque ella descubrió con su voz la maravilla de lo nuevo.
Elena se ha ido pero aquí, de pie, como decía en su canción, se ha quedado la Señora sentimiento, cuyo legado es la vigencia de su voz retratada en más de 20 LP y un enorme mapa sentimental por el que se guían las buenas razon.