"Como no fue genial, no tuvo enemigos". Esta frase de Oscar Wilde resume por contraposición su propia persona. Capaz de vivir siempre en los límites, su genialidad lo empujaba a destruir barreras sociales y políticas. Pecador, si los hay, fue creador de una estética, de un personaje que le llevó la vida.
Oscar Wilde nació un 16 de octubre de 1854 en Irlanda, el único país del mundo que encontró en la literatura el aliento y fundamento para llevar adelante una revolución política, dos años antes que George Bernard Shaw. Hijo de Sir William Wilde, científico, padre de la otología moderna y de lady Francesca Jane Elgee, quien escribía bajo el seudónimo de Speranza sus artículos políticos y poesías en las que exaltaba al pueblo irlandés; nacionalista y feminista, fue miembro del Renacimiento Literario del 48 junto a figuras como William Butler Yeats, Lady Gregory y John Millington Singe.
Nacido en un hogar fuera de lo común, hijo de padres excepcionales, fue educado en los mejores colegios de Dublín y luego en Oxford. Se casó con Constance Lloyd con quien tuvo dos hijos, le tocó en suerte vivir durante el reinado de la Reina Victoria (1837-1902).
Cuando hacía apenas dos años que había llegado a Londres se convirtió una figura pública, caracterizó su persona desde la vestimenta, siempre a la moda y con ciertos toques extravagantes, a las opiniones intelectuales y políticas. Vivió en forma coherente con sus postulados casi toda su vida. El éxito lo acompañó, sus libros encantaban y sus obras teatrales generaban expectativa en todo Londres. La transgresión de las austeras normas imperantes fue una constante, Wilde cenaba con panteras, muchachos de los barrios bajos.
Su lucha contra la mojigatería victoriana está planteada en términos estéticos. "Podemos perdonar a un hombre por haber hecho una cosa útil siempre que no la admire. La única disculpa que tiene el hacer una cosa inútil es que uno la admire intensamente. Todo arte es completamente inútil". Se atreve a defender, en una sociedad que se enorgullece de producir objetos útiles, al arte por el arte mismo, a la belleza como un valor en sí misma. En su ensayo La Decadencia de la mentira decía: "Las únicas cosas bellas son las que no tienen nada que ver con nosotros... Todo lo que es útil o necesario, todo lo que nos afecta en algo, dolor o placer, todo lo que se dirige a nuestra simpatía, o posee una importancia vital en el ambiente en que vivimos está fuera del dominio del arte".
En una suerte de contradicción, a pesar de haber sostenido: "Detesto la vulgaridad del realismo en la literatura. Al que es capaz de llamarle pala a una pala, deberían obligarle a usar una. Es lo único para lo que sirve", mientras se encuentra en prisión escribe la Balada de la cárcel de Reading, la que firma con su número de celda C.3.3., influenciado por la historia de un preso condenado a muerte:
Y todos los hombres matan lo que aman,
que lo oiga todo el mundo,
unos lo hacen con una mirada amarga,
otros con una palabra zalamera;
el cobarde con un beso,
¡el valiente con una espada!
Sus opiniones políticas, como irlandés y heredero de la poderosa influencia de su madre, lo hicieron sostener en varios ensayos que: la sensibilidad y profundidad de los celtas no tenían por qué estar sometida a la frivolidad y el burdo sentido práctico de los teutones. Afirmación que, en boca de un nativo, al decir de George Bernard Shaw, de "la otra isla de John Bull", lo enemistó con la critica literaria londrinense, comprometida con la infalibilidad del proyecto burgués de civilización del imperio británico; en la creencia de que todos los pueblos del planeta le merecían incondicional entrega.
La sociedad de la que él se rió, y que rió con él y más tarde de él, tenía a "John Bull" como el personaje que representaba el espíritu inglés, industrioso y confiable, maduro y racional, adulto y masculino. En contraposición con "Paddy", el espíritu irlandés, que es indolente, inestable y emocional, infantil y femenino.
Oscar Wilde fue juzgado tres veces. La primera vez, pasó de acusador a acusado y abandonó el banquillo para ser arrestado, la segunda fue conducido a la prisión preventiva y la tercera fue recluido en una prisión durante dos años. Perdió su fortuna y su familia, la mayoría de sus amigos le dieron la espalda. Sólo le quedaron el dolor y el conocer a la piedad como él mismo le confesó a André Gide, quien pudo conocerle personalmente, en una entrevista que éste le hiciera, y también expresado en La Balada. Al respecto, Gide cita en su ensayo In memoriam de Oscar Wilde (1992): "de rodillas doy gracias a Dios por habérmela hecho conocer (La piedad). Pues yo entré en la prisión con un corazón de piedra y pensando sólo en mi placer, pero ahora mi corazón se ha roto, y la piedad ha entrado en él; y ahora comprendo que la piedad es lo más grande que hay en el mundo".
El gran pecado del escritor irlandés quizá fue parecerse al "John Bull" y no al "Paddy" del imaginario de la sociedad británica, su dandysmo, modales aristocráticos, genialidad y estética, él mismo en su conjunto era un cachetazo al imperio, que necesitaba justificar la conquista embruteciendo a los conquistados. Su existencia era subversiva. La tirana necesita controlar todos los detalles del funcionamiento de su sociedad. Y no hay cosa más difícil de controlar que la espontaneidad de las pasiones. Éstas son increíblemente subversivas. La burguesía le negó al individuo su individualidad por lo que el individuo que no acata las reglas debe ser eliminado.
Estoy convencido de que en un principio Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y que es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, donde deberíamos intentar vivir. Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, trató de vivir ese mundo personal e individual en el mundo real y el mundo real lo devoró.
BREVE BIOGRAFÍA
Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde (Dublín, 1854 - París, 1900). Hijo de un célebre otólogo irlandés y de una madre escritora, feminista, y activista política, estudió en el Trinity College de Dublín, donde fue premiado por sus conocimientos del griego clásico. Continúa sus estudios en Oxford. Discípulo de Walter Pater y muy influenciado por el pintor Whistler. En 1880 publica su primera obra de teatro Vera o los nihilistas. Publica en periódicos como el times y The World.
En 1891 publicó una serie de ensayos (Intenciones) que hicieron que se le considerase uno de los máximos representantes del esteticismo, cuyos aspectos más deslumbrantes y exquisitos puso de manifiesto tanto en su obra como en su vida. Su repudio de las convenciones y su extravagante comportamiento le hicieron famoso en los ambientes mundanos de Paris, Londres y Estados Unidos (donde en 1882 realizó una brillante gira de conferencias). Casado con Constance Lloyd, con quien tuvo dos hijos, Cyrill y Vyvyan. Dirigió The Woman's World, revista de marcada tendencia feminista, y dio a la imprenta un texto en abierta defensa del socialismo (The Soul of Man under Socialism). Tras publicar un volumen de Poemas (1881), sus celebres relatos (El príncipe feliz, 1888; El fantasma de canterville, 1888, El crimen de Lord Arthur Saville y otras narraciones, 1891), y su única novela, El retrato de Dorian Grey, considerada una de sus obras maestras, triunfó como dramaturgo con: El abanico de lady Windermere (1892), Una mujer sin importancia (1893) y La importancia de llamarse Ernesto (1895) muestras ejemplares de su enorme talento y de la sutileza de sus irónicos diálogos.
Poco despues de cumplir cuarenta años, cuando se hallaba en la cúspide del éxito, la fortuna abandonó a Oscar Wilde de manera trágica e irreparable: en 1895, el marqués de Queensberry, padre de lord Alfred Douglas, con quien mantenía una relación intima, inició contra el escritor un proceso por ultraje a la moral. Fue condenado y tras cumplir dos años de condena en prisión, primero en Wandsworth y luego en Reading (donde escribió La balada de la cárcel de Reading y De profundis), Marchó a París donde es bautizado en la fe católica, 1900. Murió de meningitis sumido en la ignominia y en la más absoluta pobreza
Oscar Wilde en el prefacio de su novela "El retrato de Dorian Gray"
Revelar el arte y ocultar al artista es el objeto del arte. El crítico es aquel que puede trasladar a otro estilo o a un material nuevo su impresión de las cosas hermosas, la más alta forma de crítica, igual que la más baja, es un modo de autobiografía.
Quienes hallan significados feos en las cosas hermosas están corrompidos y sin encanto, esto es un defecto. Quienes hallan significados hermosos en las cosas hermosas son los cultivados, para ellos existe al esperanza. Para los elegidos las cosas hermosas significan sólo la Belleza.
No existen libros morales o inmorales, los libros están bien escritos o mal escritos, nada más. La aversión que siente el siglo diecinueve por el Realismo es la furia de Calibán al ver su rostro en un espejo, la vida moral del hombre forma parte del material del artista, pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto.
Ningún artista pretende demostrar nada. Incluso las cosas verdaderas pueden demostrarse, ningún artista tiene compromisos éticos, un compromiso ético en un artista es un imperdonable manierismo de estilo, ningún artista es morboso jamás. El artista puede expresarlo todo.
El pensamiento y el lenguaje son para el artista instrumentos de un arte, el vicio y la virtud son para el artista instrumentos de un arte, desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico, desde el punto de vista del sentimiento, el oficio del actor es el modelo. Todo arte es a la vez superficie y símbolo.
Quienes se internan bajo la superficie lo hacen por su cuenta y riesgo, también quienes leen el símbolo lo hacen por su cuenta y riesgo. Es el espectador, y no la vida, el que verdaderamente refleja el arte. La diversidad de opinión sobre una obra de arte demuestra que la obra es nueva, compleja y vital, cuando los críticos disienten, el artista está en armonía consigo mismo.
Podemos perdonar a un hombre por haber fabricado algo útil siempre y cuando él mismo no lo admire, la única excusa para fabricar algo inútil es la admiración intensa que nos produce. Todo arte es verdaderamente inútil.
Poco se sabe de los últimos días de Wilde
Cuentan que, arruinado y convertido en un paria por la sociedad victoriana, estuvo en París donde prefirió hacer una vida tranquila y silenciosa.
Se cambió el nombre, se puso Sebastián Melmoth, por el personaje de la novela de Charles Maturin. Hay quien sostiene que, muy tocado ya de la cabeza, Wilde la emprendió con el mobiliario del hotel: «Estas cortinas me están matando» o «Este papel pintado y yo estamos luchando a muerte, uno de los dos tendrá que irse» son algunas de las sentencias que le atribuyen en sus últimos días.
Si bien se dice que fue una meningitis lo que lo terminó matando, infección causada por una intoxicación que se le agravó en la cárcel, no está del todo claro. El rumor más fuerte es el siguiente: pidió champán en la habitación de un hotel y, ya muy enfermo, dijo sus últimas palabras: "Estoy muriendo por encima de mis posibilidades". Su muerte ocurrio un 30 de noviembre de 1900, en París, Francia. Tenía apenas 46 años.
Oscar Wilde defendía que «el orden es la virtud de los mediocres», y quizá por eso llevó una vida que, sin ser errante, sí fue hasta cierto punto intensa.
¿De cuántas inquietantes obras se perdió la humanidad por su estúpido conservadurismo, no?
OSCAR WILDE UN ÍCONO GAY