Harvey Milk fue el primer hombre gay que obtuvo un cargo público de importancia en Estados Unidos. En noviembre de 1977, poco después de ser elegido miembro de la Junta de Supervisores de San Francisco, y a modo de testamento político, grabó varias cintas de casete que luego distribuyó entre amigos cercanos. «Esto se escuchará solamente en el caso de que me asesinen», comentó al principio de cada grabación.
Cuando su colega de activismo Cleve Jones se enteró de la existencia de esas cintas, le chinchó con algo así como «¡Ey, que tú no eres Martin Luther King. No eres lo suficientemente importante». Un año después, Milk fue asesinado a balazos por un político resentido y violento llamado Dan White, que se quejaba de que la ciudad de San Francisco se estaba convirtiendo en Sodoma por culpa de todos esos hombres que no ocultaban su condición homosexual –capitaneados, según él, por Milk–.
White era un perturbado veterano de la guerra de Vietnam (y antiguo policía) que un día se presentó en el Ayuntamiento de San Francisco y acabó primero con la vida del entonces alcalde George Moscone. Este se había negado a readmitirle en el puesto al que había renunciado semanas antes y White le disparó a quemarropa en el brazo y la cabeza. Después fue a por el concejal y activista Milk: le disparó cinco veces sin que le temblara el pulso. Profecía cumplida.
Milk tenía 48 años y apenas llevaba diez meses y dieciocho días en el cargo. Sin embargo, su labor lo situó en el corazón del movimiento por los derechos civiles que reconfiguró el país en la década de los 70 y que ha inspirado a varias generaciones de activistas LGTB.
Para rendir homenaje a su figura, Egales acaba de editar He venido a reclutaros. Textos y discursos de Harvey Milk, donde los escritores Jason Edward Black y Charles E.Morris recopilan, entre otras cosas, muchos de sus discursos, columnas, editoriales y materiales de campaña.
«En la ciudad de San Francisco, la comunidad gay estaba representada por políticos que eran amigos de los gais, pero nunca gays. Fue idea de Harvey que los gais debían estar representados por uno de los suyos».
«La comunidad negra estaba representada por políticos negros, que difícilmente podían cambiar el color de su piel. Pero los gays tenían la opción de esconderse, y eso es lo que hizo la mayoría de ellos. Podías votar anónimamente, pero reconocer tu homosexualidad al mundo podía ser realmente arriesgado cuando estaban en juego la familia, los amigos o el trabajo. Harvey salió del armario para cambiar todo esto», cuenta en el libro el ya fallecido escritor Frank M. Robinson.
Los autores recuerdan que la vida pública de Milk no comenzó hasta que cumplió los 40 años. Hasta ese momento, y durante la mayor parte de su etapa adulta, «Milk vivió una existencia tranquila y privilegiada en su casa, dedicado de forma apasionada y monógama a sus matrimonios, su hogar, la ópera y otras artes en Nueva York».
El neoyorquino decidió mudarse a San Francisco, donde abrió una tienda de cámaras fotográficas en Castro Street en 1972. Robinson, que escribió muchos discursos para Milk, comenta que el activista «convirtió su tienda en un centro de registro electoral y pidió a todos los gays que salieran del armario alegando que la gente nunca cambiaría su opinión sobre los homosexuales hasta que conociese al menos a uno».
Ya entonces funcionaba bastante aquello de «No preguntes. No lo digas».
«Las familias podían mirar con suspicacia a los tíos y tías solteros, pero, mientras estos se escondieran, los toleraban. Cuando Harvey fue elegido supervisor en San Francisco, aquellos cuyo amor no se atrevía a decir su nombre ya habían aprendido a gritar. Harvey fue convertido en mártir apenas un año después de llegar al cargo. Su funeral recorrió desde la calle 17 y el Castro hasta el Ayuntamiento. Acudieron 40.000 personas», añade.
El carisma y don de gentes de Milk le brindaron, desde el principio, gran popularidad entre muchos de sus vecinos. «Estaba a favor del sistema de barrios y defendió a los mayores, los sindicatos y los grupos étnicos, que constituían la colcha de la población de la ciudad», explica en el libro Robinson.
«Insistía en que los que recibían un salario de la ciudad también debían vivir en ella. Nunca olvidaría al policía que vivía fuera de la ciudad y le dijo “No podrías pagarme lo suficiente para que viviera aquí”, refiriéndose a San Francisco. Era cercano a los sindicatos, que estaban entre sus principales apoyos, y les dedicaba palabras amables siempre que podía».
Milk nunca ocultó su homosexualidad, aunque eso le hubiera costado caro en su juventud –se llegó a alistar en la Armada con motivo de la guerra de Corea y fue despedido del ejército tras descubrirse su orientación–. Él tenía claro que la comunidad gay debía estar representada por un hombre gay.
Sin embargo, Robinson –que también lo era, pero aún no había revelado públicamente su condición cuando conoció a Milk y este le pidió que escribiera sus discursos–señala en el libro que los amigos de los gays que solían representar a la comunidad antes de que llegara Harvey podían cambiar de chaqueta según soplasen los vientos favorables o desfavorables.
«Le pidió a todo el mundo durante sus discursos que saliera del armario públicamente. “¿Cómo va a cambiar la gente de opinión si no saben quiénes somos?”. Votar era fácil. “Salir del armario” era otra cosa. Podías perder a tu familia, a tus amigos y tu trabajo. Harvey era admirado por ser abiertamente gay, pero no era una decisión que todos estuviesen dispuestos a tomar. Era fácil ser abiertamente gay en el Castro: podías vivir durante semanas allí sin cruzarte con un hetero. Pero estar fuera del armario para todos era harina de otro costal», argumenta sobre el espinoso asunto.
Para él, Harvey fue «más que solo un político, más que solo un hombre que aspiraba a un cargo político. Fue un oráculo y su gente lo sabía. No hablaba solo del hoy, sino también del mañana». Y tiene claro que, si bien los discursos son importantes por la información que transmiten, también lo son por lo que muestran de la persona que los pronuncia.
«Hitler era brutal y sádico, y lo mostraba en sus discursos. John F. Kennedy era altruista; se veía a primera vista. ¿Y Harvey? Lee sus discursos y sus textos. Le enseñó a la comunidad gay a respetarse a sí misma, a creer en el poder que tenía y a cómo usarlo».
La revista Time incluyó al activista en su lista de los 100 héroes o iconos del siglo XX y nadie cuestiona que el discurso incendiario de Milk hoy sigue inspirando a muchos.
«Harvey Milk nació en un mundo que no lo quería y dejó a su paso un mundo que se dio cuenta de que sería difícil seguir sin él», apostilla Robinson en el libro.
«Con sus discursos y su valentía, cambió la vida de millones de personas. Como adolescentes, muchos gays buscan entre las estanterías de las bibliotecas el nombre de algún hombre gay que los haga sentirse orgullosos de él y, al mismo tiempo, de ellos mismos. Queríamos encontrar un héroe gay desesperadamente. Nunca me di cuenta de que había encontrado el mío hasta el día en que Harvey murió».
Harvey Milk, el mártir de la causa gay
«Si una bala atraviesa mi cerebro, dejad que esa bala destruya las puertas de todos los armarios», expresó Harvey Milk sin saber que terminaría convirtiéndose en un mártir de la causa gay.
El 27 de noviembre de 1978, Dan White, un concejal relevado de sus funciones por corrupción, burlaría el protocolo de seguridad del Ayuntamiento de San Francisco para irrumpir violentamente en la oficina del alcalde Moscone -quien le había obligado a renunciar a su cargo-, le disparó cuatro veces, que le causarían la muerte inmediata. El asesino todavía tenía cinco balas; su víctima sería Harvey Milk, su rival político.
Dan White efectuó el último disparo sobre la cabeza de Harvey Milk. Y aquel activista moderado, que buscaba la igualdad y el reconocimiento de los derechos de los homosexuales en Estados Unidos, se convirtió en la razón que despojó a muchos del anonimato; el asesinato a sangre fría que acabó con la vida de Milk no sería en vano.
«El homo sapiens, o sea el que ya pensaba y entendía, dejó alguna huella de sus opciones sexuales. En las pinturas rupestres de Val Camonica, en los Alpes italianos, se pueden ver las figuras de dos hombres copulando. Ese yacimiento prehistórico tiene unos 8.000 años y no hay por qué suponer que los dos cavernícolas acababan de inventar el asunto. Lo que sí sabemos es que, desde hoy los hombres y mujeres inclinados a hacer el amor con su propio sexo fueron una presencia constante en la historia. Y algunos tuvieron una influencia decisiva en su devenir», escribió Paul Tournier, reconocido y prestigioso médico y psicoterapeuta de los años 50, en su obra «Los gays en la historia».
Un hombre de naturaleza inquieta
El historiador Neil A.Hamilton recoge la vida de Harvey Milk en su obra «American social leaders and activists». Harvey se había alistado en el Ejército, y su misión en la Marina de los EE.UU. había sido honorable. Sin embargo, fue despedido tras descubrirse su homosexualidad.
Posteriormente se graduaría como maestro en Nueva York, donde estaría impartiendo clases hasta que la campaña política cristiana «Save our children» (Protejamos a nuestros niños) imposibilitaría a muchos ejercer su profesión por declararse abiertamente homosexuales. Milk se vio obligado entonces a buscar un nuevo trabajo. Lo encontró en una agencia de seguros, donde destacaría por su gran habilidad financiera.
Al conocer a su pareja, Jack Mckinley, un director de escena, hablarían de mudarse a San Francisco, que era ya en aquel momento la ciudad destino favorita para la comunidad gay. Pero al poco tiempo de mudarse McKinley tuvo que trasladarse a Nueva York para trabajar junto a Tom O'Horgan en la producción del musical «Jesucristo Superstar». Milk no quiso volver a la Gran Manzana y consiguió un trabajo en una empresa de inversión. Al poco tiempo fue despedido, ante la negativa de cortarse el pelo como protesta social motivada contra la Guerra de Vietnam.
Milk regresó a Nueva York, donde trabajó como asistente en varias producciones de Broadway. Conoció a su siguiente pareja, con la que decidió irse nuevamente a San Francisco. Una vez allí, con sus últimos ahorros adquirió un local para el comercio de cámaras de fotos. No obstante, ese lugar se convertiría en la semilla del sueño y de la esperanza para muchas personas que no podían ejercer sus derechos civiles a causa de la intolerancia.
San Francisco, el «gayborhood»
Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos marines eran expulsados del Ejército de Estados Unidos por su condición homosexual. Casi ninguno regresaba a casa por miedo al repudio familiar. De esta manera, todos aquellos que ennoblecieron a su bandera y fueron después repudiados se fueron asentando en las ciudades de los puertos más importantes; la gran mayoría se instaló en San Francisco.
Por esta razón, durante la década de los 70, esta ciudad californiana se convirtió en la ciudad con mayor número de homosexuales per cápita. Este hecho no era ignorado por ninguno de los más ambiciosos políticos; para ganarse a San Francisco era necesario escuchar y apoyar a la comunidad.
«El voto gay es un elemento clave para cualquier funcionario electo en San Francisco», explicó John L. Molinari, supervisor de esa misma ciudad en la segunda mitad de los años 70, a Los Ángeles Times.
La política del «alcalde de Castro Street»
Harvey Milk fue uno de los primeros funcionarios electos de Estados Unidos en revelar abiertamente su homosexualidad. Él creía que nadie podía defender sus derechos si mantenía escondida su verdad.
No obstante, los homofóbicos arremeterían contra él y cada una de sus propuestas. Además de la intolerancia, el aspirante a supervisor se enfrentaría a la rivalidad política entre otros candidatos gays del mismo partido demócrata.
«Hay un antiguo dicho en el Partido Demócrata. No bailas, a no ser que coloques las sillas. Nunca te he visto colocar las sillas», le dijo despreciativo a Milk Jim Foster -quien llevaba más de diez años «fuera del armario» y militando en la política estadounidense- negándole la ayuda para posicionarse como supervisor (un puesto muy ambicioso para ser el comienzo de su carrera).
No obstante, su carisma y don de gentes le ayudaron a labrarse una gran popularidad, que le hacía recibir miles de visitas a su tienda de cámaras, la cual se convertiría en el epicentro gay de San Francisco. El «alcalde de Castro Street» ganaba fuerza gracias a las esperanzas que habían depositado en él los homosexuales y la posición estratégica que le proporcionaron cada una de sus alianzas con diferentes grupos: propietarios de bares, sindicatos de transportistas y políticos liberales. Al final todos esos recursos le motivarían a hacer tres campañas consecutivas desde 1973 para posicionarse como supervisor de San Francisco. Pero a pesar de eso, no tendría éxito hasta cinco años después en 1977, gracias a la sólida coalición que logró establecer entre liberales y homosexuales.
Milk prometía un cambio positivo tanto para la comunidad gay como para el resto de los ciudadanos, a quienes aseguraba la protección de sus derechos y la seguridad frente al crimen.
En su toma de posesión, Milk prometió proteger los derechos de todos los ciudadanos, apoyar las causas civiles, mejorar los programas de cuidado infantil –contra el abuso de menores-, facilitar el subsidio de viviendas y reforzar la policía.
El «alcalde de Castro Street» dio un gran paso para la tan maltratada comunidad gay. Logró que se erradicara la discriminación en empleos y viviendas. El único que daría su voto en contra sería Dan White, el mismo que meses después le quitaría la vida.