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Y aún hay quien defiende a Castro
Los jugadores, en un restaurante en Canarias
POR JUAN JOSÉ PRIMO JURADO Los cuatro jugadores de la selección de baloncesto de Cuba que habían desertado el pasado domingo, tras el partido disputado contra España, ya han solicitado asilo político en nuestro país. Este año ya se habían producido fugas de deportistas cubanos en Uruguay y México. Pese a estar considerada por la autoridades del régimen castrista como una deserción, castigada con penas de hasta siete años de cárcel y generadora de problemas a las familias de esos deportistas, Cuba es el país con el mayor número de deserciones de atletas.
El éxito del deporte cubano no comienza con Fidel Castro. Los nombres de Capablanca en ajedrez, «Kid Chocolate» en boxeo, la velocista Bertha Díaz o los jugadores de béisbol Torriente y Méndez, son solo algunos ejemplos. Pero si antes de 1959 ningún atleta de Cuba pertenecía al Gobierno de turno, a partir de la llegada de Castro una de las primeras medidas fue erradicar el deporte profesional. El deporte se convirtió en un instrumento político para la propaganda del sistema.
¿Cuáles son las razones que llevan a los atletas cubanos a huir, afrontando la denominación de desertores y abandonando familia, nación y a un público que adora a sus ídolos? Podríamos resumirlo con una frase: falta de libertad y futuro incierto para la juventud. Son las mismas razones que impulsaron, en su momento, a deportistas del este de Europa a huir de sus países. Y a artistas, científicos, intelectuales y a gente sencilla y anónima.
Son las mismas razones, falta de libertad y un futuro incierto, que terminaron por derrumbar esos regímenes comunistas cuando sus habitantes comenzaron a comprobar que el capitalismo, imperfecto, sí les garantizaba libertad, futuro... y pan. Entonces cayó la mentira que denominaba al Muro de Berlín como «muro de contención antifascista» para justificar su construcción y la prohibición de pasar al otro lado. Por cierto, el próximo noviembre conmemoramos los veinte años de la caída de ese «muro de la vergüenza».
Las mismas mentiras repite hoy la Cuba oficial para difamar a quienes no quieren vivir en el paraíso socialista, para justificar el estado de postración del país y para atraer a partidarios a su causa. Andalucía y Córdoba figuran destacadamente entre los destinos de la propaganda castrista. Aquí sigue habiendo personas, asociaciones e instituciones que ante el caso de los cuatro baloncestistas cubanos recién asilados en España esta semana, se pondrán de parte del Gobierno cubano antes que de esos deportistas, a los que tacharán de todo.
Sin ir más lejos, en el pasado junio el Colectivo de Solidaridad con Cuba de Córdoba, en colaboración con la Delegación de Cooperación del Ayuntamiento, el colectivo Ideas y Córdoba 2016, organizó la XVI Gran Fiesta de Solidaridad con Cuba, en el Alcázar. En ella se conmemoró el cincuenta aniversario del triunfo de la revolución de Castro. Y la web del PCE cordobés reclama solidaridad «con este heroico pueblo que tanto ha dado al mundo para contribuir con la emancipación de los más desfavorecidos». Lógicamente entienden por «pueblo» y «desfavorecidos» al régimen y no a los que huyen de él.
Mientras perviva la dictadura castrista, en cualquiera de sus formas, la izquierda española se sentirá fascinada o, al menos, se mostrará indulgente con ella. Algún día, cuando caiga y nadie pueda ocultar ya la barbarie de sus prisiones, el horror de su aparato represor y la cruda realidad vivida por el pueblo, muchos de estos izquierdistas se tendrán que avergonzar de haber apoyado esa dictadura.
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«No aguantábamos más en Cuba»
DANIEL HERRERA | LAS PALMAS No será una tarea fácil, pero lo sabían de antemano. «Nosotros no podíamos progresar más en Cuba», es una de las afirmaciones que más repiten los deportistas cubanos Georvis Elías Sayus, Grismay Paumier, Taylor García y Geofry Silvestre desde que llegaron a España y, hace diez días, decidieron abandonar la expedición caribeña tras la gira por Canarias.
Una vez formalizado el trámite para solicitar el asilo político, ABC contactó con ellos para desgranar esta historia que ha conmovido a una sociedad isleña por tradición cercana a Cuba. Después de jugar el encuentro el viernes 14 ante la selección española en Las Palmas (94-57) y de desquitarse —en lo deportivo— frente a un combinado de Gran Canaria (65-76), el lunes se supo que varios jugadores no habían acudido al punto de embarque en el aeropuerto grancanario para volver a La Habana. En pocas horas ya se conocían los nombres, ya que su intención era seguir adelante y sobrevivir fuera del hermetismo del régimen cubano.
«Nosotros lo teníamos claro desde que tomamos el avión en nuestro país», reconoce Sayus, uno de los veteranos del grupo. «Junto con Geofry lo habíamos planeado», agregó, ante la ausencia de su compañero en la entrevista, que declinó aparecer ante la cámara temiendo represalias con su familia e hijos.
«Era nuestro deseo seguir haciendo lo que nos gusta. No queremos polemizar con cuestiones políticas, pero no aguantábamos más en Cuba, allí no podíamos desarrollarnos en nuestro trabajo, que es el baloncesto», sentencia Taylor García, un base que dejó buen recuerdo en esta gira.
Grismay es el más tímido del grupo. Desde su entorno le habían contado muchas cosas de España y lo tenía claro. Sólo era cuestión de buscar el momento propicio: «Yo ya conocía el país por otras dos ocasiones que viajamos con el equipo. Estuvimos en Bilbao y Madrid y nos encantó».
Tras los últimos episodios sufridos por el deporte cubano en el apartado de las deserciones, las autoridades multiplicaron las medidas de seguridad en esta gira. Hasta estuvo a punto de suspenderse en los días previos. Tal era la psicosis instalada en La Habana.
Incluso el régimen decidió apartar al equipo nacional del premundial, una postura que no sentó muy bien a los jugadores. «Nos dieron un sinfín de excusas», explica Sayus. «Que si no había opciones, que el equipo no tenía nivel... El caso es que nos dolió mucho, pero nos centró más en nuestra idea».
Ahora, instalados provisionalmente en Vecindario, tratan de concienciar a la gente de su problemática, mientras la comunidad cubana, muy arraigada en este enclave del sureste de Gran Canaria, los arropa en la incertidumbre del día a día. «No le queremos quitar el trabajo ni la comida a nadie. Sólo nos interesa dar a conocer nuestra situación y ganarnos la vida haciendo lo que sabemos hacer: jugar al baloncesto», insiste García con mirada decidida.
Con el cartel de desertores impuesto por el gobierno centroamericano, este póker de jugadores no podría volver a su país, ante una nueva situación que les podía acarrear hasta siete años de cárcel.
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