Poco después la Corte Suprema de Nicaragua autorizó al presidente Daniel Ortega a buscar la reelección cuantas veces quiera. La oposición le tiró huevos al juez que manejó el asunto.
Escenas similares se vivieron a lo largo de la última década en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Colombia, cuyos líderes han logrado importantes progresos en la lucha contra males como la violencia o la pobreza, pero son acusados de acallar a la oposición.
El presidente venezolano Hugo Chávez ha invertido liberalmente la riqueza que genera el petróleo en la educación, la salud y subsidios alimenticios para los pobres. También cerró medios de prensa que critican su gobierno y usó la mayoría que tiene en el Congreso para quitarle poder a los gobernadores y alcaldes de la oposición.
Para mucha gente, no obstante, la inquietud ante esta nueva oleada de caudillos no es tan grande como el malestar que generan la corrupción y la ineficacia de numerosas democracias.
Chávez se dio a conocer al orquestar un fallido golpe de Estado en 1992. Sin embargo, lejos de escandalizarse ante este ataque a una democracia de 30 años, muchos venezolanos consideraron al joven militar como un héroe por tratar de derrocar a un presidente acusado de robar millones de dólares del erario público.
Seis años después, Chavez fue elegido presidente en forma abrumadora. Y en diciembre, los venezolanos aprobaron un proyecto que permite al mandatario buscar la reelección cuantas veces quiera.
El boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa -que al igual que Chávez son muy populares por sus esfuerzos por redistribuir la riqueza y darle voz a los pobres- ganaron también referendos que los autorizan a buscar un segundo mandato.
En Colombia, los partidarios de Alvaro Uribe no quieren que se vaya el mandatario, que es enormemente popular por la mano férrea con que combatió la violencia, especialmente la de la guerrilla izquierdista. Uribe logró una reforma constitucional que le permitió buscar un segundo mandato y algunos legisladores convocaron un referendo en el que se trata de autorizar un tercer período.
El surgimiento de esta nueva camada de caudillos refleja en parte la ausencia de instituciones fuertes, capaces de controlar el poder ejecutivo, incluso en países que llevan varias décadas de funcionamiento democrático, señaló Orozco.
Ortega no tiene suficiente apoyo como para conseguir que el Congreso apruebe la reelección, pero planteó el tema ante la cámara constitucional de la Corte Suprema, dominada por jueces de su partido sandinista.
Si bien el Partido Liberal se opuso, Orozco hizo notar que fueron los liberales los que acordaron con los sandinistas repartir el poder entre varias instituciones para restar peso a otros partidos políticos.
El propio Ortega desempeñó un papel importante en la larga lucha contra los gobiernos autocráticos en Nicaragua y ya había ejercido la presidencia cuando los sandinistas derrocaron al dictador Anastasio Somoza en 1979. Primero encabezó una junta de gobierno y luego ganó las elecciones de 1984. Libró una dura batalla contra los "contras" y no logró ser reelegido.
Recuperó el poder por la vía electoral en el 2006. Por entonces, ya no era posible la reelección para períodos consecutivos.
"Daniel Ortega está apelando a métodos como los que usaba Somoza para mantenerse en el poder", sostuvo Robert Pastor, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Americana. "En esta caso, Ortega llena la Corte Suprema de jueces (que lo apoyan), quienes luego hacen una interpretación de la Constitución que contradice lo que realmente estipula sobre la reelección".
Las democracias más fuertes de la región están evitando la reaparición de caudillos.
El popular Luiz Inacio Lula da Silva, con quien Brasil vive un período de prosperidad sin precedentes y logró traer por primera vez a Sudamérica la sede de unos Juegos Olímpicos, dejará la presidencia el año que viene tras completar el máximo de dos mandatos permitidos por la ley.
En México el presidente no puede buscar la reelección y nadie ha intentado modificar este sistema vigente desde la revolución que derrocó al dictador Porfirio Díaz en 1910.
La chilena Michelle Bachelet, presidenta muy popular que sucedió a otro mandatario popular, dejará el cargo el año que viene.
Uribe no ha dicho si buscará un tercer período y algunos de sus propios partidarios creen que no debería hacerlo para no ser comparado con Chávez y correr el peligro de ser mal visto por Estados Unidos, estrecho aliado de Colombia.
El presidente estadounidense Barack Obama probablemente le envió un mensaje a Uribe en junio, cuando poco antes de encontrarse con él elogió públicamente a Lula y dijo que era un ejemplo a seguir por otros países "donde la tradición democrática no está tan afianzada como quisiéramos".