Liberada. Firdaus Rais, en su casa, en Casablanca
POR BEATRIZ MESA
CASABLANCA
Su testimonio es un vivo ejemplo de las desdichas que sufren cientos de jóvenes en Marruecos por encontrar la libertad. La sociedad patriarcal impera y la mujer, en general, enmudece. La joven Firdaus Rais se intentó suicidar dos veces. Solo tenía 17 años cuando tocó a rebato, cuando se dio cuenta de que no conocía nada del mundo exterior salvo por la pantalla de su televisor a la que se pegó durante interminables horas.
Por nacer mujer, le enseñaron a mirar exclusivamente de frente. Y allá iba Firdaus, sin ladear la cabeza, de la escuela a casa, en Fez, cumpliendo a rajatabla horarios y aceptando consignas: «No puedes salir con esas amigas porque no te convienen», «el cine es haram (pecado)», «si te veo con un hombre no vuelvas a casa», «no te quites el velo». Un día y otro, hasta que se plantó ante un espejo y ¿qué vio? Yesca quemada, un muerto con vida, un rostro en penumbra, una adolescente con ojos de anciana, una joven moribunda.
Ficción y divorcio
Engulló un bote de aspirinas y su cuerpo lo resistió. Hoy, con 23 años, se encuentra con vida y se alegra. Ha vuelto a quererse y ahora su existencia tiene sentido, pero para llegar a este estado de ánimo tuvo que fingir que cayó enamorada de Hasán, su mejor amigo homosexual. Tras una boda por todo lo alto, simuló un año de matrimonio y un divorcio.
Ella buscaba ávidamente la independencia en otra ciudad marroquí que la alejara del férreo control de sus padres, y él llevar su identidad sexual con dignidad evitando la presión social y familiar. Un lunes lo decidieron y un mes después, envueltos en kaftán y chilaba, dijeron, cruzando los dedos, el sí, quiero.
«No tenemos cifras de cuántas mujeres se casan con gais porque es un tema tabú, pero conocemos más casos de chicas que aceptan casarse con muchachos y luego descubren que son homosexuales», afirma Fuzia Asuli, presidenta de la Liga de Defensa de los Derechos de las Mujeres (LDDF).
Firdaus enciende con estilazo un cigarrillo, se relaja en el sofá de su casa, en pleno centro de Casablanca, y no hacen falta preguntas. Empieza a escupir los momentos más angustiosos que vivió en Fez junto a su familia: «Sí, mis padres me querían, pero a su manera», relata. En casa, «como una reclusa» y «con el trapo», así llama al velo. El estereotipo de mujer marroquí y buena musulmana que para nada encajaba en la atractiva figura de Firdaus, que se imaginaba compartiendo piso con compañeras de universidad y más tarde con una bata blanca de médica. Su frustrada carrera.
Renunció a ella porque solo se estudiaba en Fez, donde no hubiera escapado del mar de tiburones: el sometimiento al ambiente religioso en el que está envuelto su familia, las plegarias cinco veces al día, acudir a la mezquita los viernes, vivir entre las cuatro blancas paredes de su casa porque, a ojos de sus extremadamente conservadores padres, que una mujer sola ponga un pie en la calle es capaz de hacer que se tambalee el trono de Alá. Firdaus negó, suplicó y derramó lágrimas para convencer a su familia de que le permitiera instalarse en Casablanca para estudiar comercio: «Como mis notas fueron excelentes y accedí a la escuela pública y en ella había internado, aceptaron».
A la segunda, por amor
Durante los cuatro años académicos conoció los verbos viajar, salir, bailar, beber y fumar. Comenta que descubrió el tren por vez primera cuando salió de Fez; se sintió como un pájaro huyendo de la jaula en la que juró que jamás volvería a entrar. Faltaban dos meses para finalizar los estudios de comercio y para comenzar unas prácticas en una empresa de Casablanca cuando la madre la telefoneó para advertirla de que regresaría a casa, y se acabarían sus ínfulas de libertad. «Antes muerta».
La joven jamás claudicaría a las reprimendas conservadoras de su madre: «Una mujer soltera no puede vivir sola, no está bien visto, lo dice el islam». Esas palabras la empujaron hacia la laicidad, la incredulidad, el anarquismo: «No quise aceptar ninguna orden más».
Fue el momento de organizar con su amigo gay, Hasán, el enlace matrimonial. «Nunca se enteraron de nada, y yo sigo en Casablanca y libre», comenta una Firdaus feliz, sonriente, llena de luz en la cara. Se ha vuelto a casar, pero ahora, a sus 23 años, de verdad y por amor. Enseña la foto de su chico que lleva en una cadena colgando del cuello. Se lama Yasín Barrada y es laico como ella.