El negocio de la muerte en La Habana Enterrar a un familiar se arregla con dinero
Funeraria de Santa Catalina, en el municipio 10 de Octubre
La verdad que esto no es nada nuevo y pasa de distinta forma en todo el mundo.
En Cuba todo se puede negociar. Hasta la muerte. Es lo que le ha sucedido hace dos semanas a la familia Quintana. Su madre, una anciana de 71 años, había fallecido por insuficiencia renal. Después de que el médico certificara la muerte de la señora, lo que vivió la parentela fue una tragedia con visos de comedia negra.
La noche del velorio, no había agua y la colada del café asignado por el Estado a los familiares no se pudo hacer. El encargado de prepararlo, además de tener la cafetera rota, no tenía gas en la cocina. Un tipo cetrino y de pocas luces, encargado de vestir y maquillar a los cadáveres, no poseía el aserrín necesario para rellenar a la difunta. Cinco Cuc (siglas del peso cubano convertible, equivalente a 120 pesos) hicieron que el "desaparecido" aserrín apareciera. Luego, a la hora de comprar las coronas, siguió la tragedia. En la destartalada florería, una muchacha gorda y con mucho sueño, de mal talante, les explicó que no tenía tinta para poner los nombres en el cintillo de papel que identifica a las personas que le dan el pésame a la fallecida.
Iba a volver la obesa a su improvisada cama entre flores marchitas y cucarachas que inundaban el local, cuando un billete verde con filos en rojo de 5 cuc, la hizo cambiar de idea. A las 3 de la madrugada, a casi un kilómetro de la funeraria, decidieron ir caminando por la Calzada de 10 de Octubre con las seis coronas al hombro, pues en la desértica Calzada no se veía ni rastro de un automóvil de alquiler.
Por la mañana, los autos estatales que previamente habían alquilado, llegaron al filo del mediodía. Después de dar gentilmente el pésame a los familiares, uno de los chóferes, negro cincuentón que fumaba un tabaco barato, justificó la tardanza diciendo que "en la base no había llegado el camión de la gasolina".
Un enterrador con H1N1 Cuando se supone que los percances habían terminado, un aguacero de espanto rompió en el mismo instante que el cortejo fúnebre arribaba al cementerio de Colon. Uno de los dos enterradores encargados de dar cristiana sepultura a la señora Quintana, alegó, que con "tal palo de agua había que esperar, estoy acatarrado". Su compañero de labor argumentó a la disgustada familia que llevaban 27 horas sin dormir. "Yo creo que él tiene el H1N1", dijo.
Todos los parientes se taparon la boca y retrocedieron como si hubiesen visto al mismísimo diablo en persona. "Total el que espera lo mucho, espera lo poco", comentó el hijo mayor de la fallecida. Hora y media después que escampara, y tras deslizarle por debajo del tapete 40 pesos a cada sepulturero, la señora Quintana pudo descansar en paz.
Como guinda, el enterrador les dijo con calma que a los dos años tenían que pasar por el campo santo para conseguir un osario y si soltaban alguna plata, una jardinera para poner flores encima de la bóveda. "Pero aquí hay que pagar hasta después de muerto" gritó alterado uno de los hijos de la difunta.
El enterrador, apenado, movió la cabeza inmutable y sentenció: "Señor, negocios son negocios".
Igualdad socialista
Cementerio de Colón en La Habana
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad LA HABANA, Cuba, noviembre
El pasado primero de noviembre, en Managua, municipio Arroyo Naranjo, falleció un hombre de 96 años. Llegar a esa edad rodeado de familiares es un gran privilegio. Y con casi un siglo de existencia, más de un aporte se debe de haber entregado al país donde naciste y a la sociedad.
La funeraria de la localidad cerró sus puertas el 13 de septiembre porque el inmueble se encuentra en mal estado y necesita una reparación capital. Ante esa situación los managüenses que se mueren ahora son trasladados a la funeraria Mauline ubicada en el reparto Santa Amalia, en el mismo municipio, o de lo contrario pueden ser velados en sus casas. En este caso se optó por la segunda opción.
La familia del anciano fallecido es revolucionaria, así que el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) realizó la usual colecta entre los vecinos para comprar las ofrendas florales. Sobró el dinero, no porque fuera mucho, sino porque sólo fue posible comprar tres coronas. O las flores se negaron a mostrarse, o los difuntos en Arroyo Naranjo fueron abundantes. Las flores para ese viejo cubano fueron pocas.
Al siguiente día murió Carmen Nordelo Tejera, la madre de Gerardo Hernández Nordelo, uno de “los cinco héroes prisioneros del imperio”, el jefe de la Red Avispa que operó durante años en Miami.
La señora Nordelo no era cubana, vino a la isla en 1950, cuando tenía 17 años, procedente de otra isla, Canarias.
La señora, de 76 años, fue velada en la funeraria Mauline, y el salón donde la velaron se llenó de flores. En la televisión se vieron decenas de ofrendas florales para matizar el póstumo homenaje.
Durante decenios, en Cuba se ha hablado sin parar de igualdad social. Incluso, en la Constitución socialista de 1976, está establecido que los ciudadanos cubanos tenemos iguales derechos e iguales deberes.
Pero lo que se dice o está escrito es muy diferente a lo que sucede en la vida real. Y ante esa contradicción surge la interrogante: ¿Qué entenderán los señores del poder vitalicio por igualdad? ¿Será poder utilizar los recursos del país, que pertenecen a todos los cubanos, en lo que estimen conveniente y después decir que el Estado es benefactor? Tal vez, en algún momento no muy lejano, les escucharemos responder a estas y otras preguntas parecidas.
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