|
De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 18/04/2010 04:10 |
El Mariel: proa a la libertad
El Evelyn María llega repleta de refugiados cubanos durante el éxodo del Mariel
que trajo más de 100.000 cubanos a Cayo Hueso en unos dos meses
Por JUAN O. TAMAYO Era el 3 de abril de 1980, pocos días antes del inicio del Puente del Mariel, y altos funcionarios de la administración de Jimmy Carter se habían reunido para discutir la turbulenta situación en Cuba.
Una avalancha de exiliados había regresado a la isla por primera vez llevando a sus parientes desde pantalones vaqueros hasta goma de mascar, dejando en evidencia que la revolución de Fidel Castro sólo había conseguido empobrecerlos a ellos y al país.
El mismo Castro había confesado ante la Asamblea Nacional que la economía estaba en crisis, afrontando îîdificultades muy, muy reales'' que incluían escasez de créditos extranjeros, alimentos y electricidad.
Diez grupos en busca de asilo habían estrellado automóviles y autobuses contra las rejas de las embajadas de Perú y Venezuela en La Habana, y un número cada vez mayor estaba secuestrando barcos y aviones hacia la Florida. Washington estimaba que hasta 1.2 millones querían irse del país.
Los funcionarios de la administración de Carter acordaron elaborar un plan de contingencia en caso de que Castro abriera sus fronteras a otra emigración masiva como la de Camarioca, que trajo a 5,000 cubanos a Estados Unidos.
Era demasiado tarde.
En los próximos seis meses, más de 125,000 cubanos iban a salir de Cuba por el Mariel, en un éxodo que estremeció los cimientos del régimen, cambió el rostro del exilio cubano y del sur de la Florida y contribuyó a la derrota de Carter por la reelección presidencial.
Actualmente, el Mariel es muchas cosas para mucha gente: el viaje a la libertad, la reunificación familiar, el símbolo de la presencia de los exiliados en Miami y, para los dirigentes políticos en Washington, una seria advertencia.
Para marzo de 1980, Castro ya estaba irritado porque las autoridades estadounidenses no estaban sancionando a los secuestradores de barcos y aviones.
îîNo vamos a tomar medidas contra los que tratan de salir del país ilegalmente mientras Estados Unidos alienta esas salidas ilegales'', advirtió.
Pero el 1ro. de abril, un guardia cubano murió de un disparo cuando dos hombres, una mujer y un niño estrellaron un autobús robado contra las rejas de la embajada de Perú. Castro culpó a los intrusos …en realidad, el guardia murió por el fuego cruzado de sus compañeros… y exigió su entrega.
Cuando Perú rehusó hacerlo, el 4 de abril, un Viernes Santo, Castro retiró al resto de los guardias y ordenó que unas motoniveladoras derribaran las casetas frente a la embajada. La radio y la prensa anunciaron que las puertas de la embajada estaban abiertas: îîNo podemos proteger embajadas que no cooperan en su protección''.
Un pequeño hilo de nuevos refugiados se convirtió en una verdadera avalancha humana. Para el Domingo de Resurrección, 10,800 cubanos abarrotaban los terrenos de la embajada durmiendo prácticamente unos encima de otros y hasta en las ramas de un árbol de mango, rápidamente desnudado de hojas cuando empezó el hambre.
Sin servicios sanitarios, el mal olor era terrible. La deshidratación, la insolación y la disentería empezaron a hacer estragos.
Una anciana murió en los terrenos y se dice que nació un bebé.
Los guardias cubanos regresaron y cerraron la embajada el domingo por la tarde mientras la prensa cubana denunciaba a los asilados como îîescoria'', îîgusanos'', îîdelincuentes, antisociales y parásitos.''
Funcionarios cubanos ofrecieron salvoconductos para que pudieran regresar a sus casas y esperar una salida ordenada hacia Perú. Unos 4,000 lo hicieron, y muchos fueron golpeados brutalmente por las turbas gubernamentales. Sus carnets de identidad fueron marcados con una îîR'' en tinta azul, cuyo significado era desconocido aunque obviamente negativo.
El 16 de abril, los primeros 250 refugiados de la embajada fueron aerotransportados a Costa Rica para salir de allí a otros países. Perú ofreció tomar 1,000, España y Venezuela 500 cada uno, Costa Rica 300, Ecuador 200, Canadá 300 y Bélgica 150. Inicialmente, el Departamento de Estado describió la crisis como un problema entre Cuba y Perú y sólo ofreció recibir unos 3,500 refugiados de la embajada.
Pero Castro pronto dirigió el chorro de sus descontentos contra Estados Unidos, su vieja némesis.
Le ofreció un acuerdo a Napoleón Vilaboa, un veterano de Bahía de Cochinos y participante en las negociaciones de 1978 que llevaron a la liberación de 3,900 presos políticos: traigan embarcaciones de Miami y por cada refugiado de la embajada que se lleven podrán llevarse a un pariente.
îîHemos terminado nuestra protección de la península de la Florida'', declaró el periódico Granma. îîAhora van a empezar a cosechar el resultado de su política de alentar la salida ilegal de cubanos, incluyendo el secuestro de embarcaciones''.
La radio transmitió repetidas veces la sensacional noticia: todo el mundo puede irse. Simplemente díganles a sus parientes exiliados que los recojan en el Puerto del Mariel, 20 millas al oeste de La Habana.
Sábitamente, los cubanos se preguntaron si los 20 años de revolución habían merecido la pena. Sus parientes y amigos en Estados Unidos tenían automóviles, casas y dinero mientras ellos estaban atrapados en un fallido sistema comunista. |
|
|
Primer
Anterior
2 a 7 de 7
Siguiente
Último
|
|
Continuación
El Mariel: proa a la libertad
îîCuba está atravesando su momento más convulso en 20 años. Decenas de miles de personas están dejando el país a través del Mariel, cientos de miles de otros están pensando hacerlo y otros cientos de miles están asediando a los que se están yendo'', escribió Wayne Smith, jefe de la misión diplomática en La Habana, en un cable a Washington.
El 19 de abril, encabezados por Ochún, el barco de 41 pies de Vilaboa, por lo menos 30 naves salieron del Río Miami rumbo a Cuba. Los exiliados, jubilosos de poder rescatar a sus parientes y darle un golpe propagandístico a Castro, compraban, alquilaban y, en ocasiones, hasta robaban embarcaciones.
El Puente del Mariel había comenzado.
Dos embarcaciones regresaron del Mariel a la Florida el 21 de abril con 48 refugiados de la embajada, pero sin parientes. El mismo día, unos 60 capitanes de barcos se reunieron en el restaurante 4 de Julio en Cayo Hueso para planificar la siguiente ola.
En el segundo día, otros 35 cubanos llegaron a Cayo Hueso. Al tercer día, 2,746. Para fines de la primera semana, más de 5,000 habían llegado a Estados Unidos, la misma cantidad que en todo Camarioca. Con el pasar de los años, la cifra de llegadas diarias y hasta el total mismo ha ido cambiando.
Mientras tanto, la administración de Carter vacilaba, afectada por el fallido rescate a los rehenes de Irán y atrapada entre la preocupación por la seguridad de los refugiados y el temor a que los exiliados se fueran a sublevar en Miami si ordenaban detener el puente. Y era un año de elecciones en el que Carter tenía que competir con el senador Edward Kennedy por la nominación del Partido Demócrata.
Fue hasta el 22 de abril que el Departamento de Estado empezó a amenazar a los capitanes de barcos con la cárcel, fuertes multas y la confiscación de sus barcos.
Pero mientras Washington hablaba duro, el Servicio Guardacostas estaba remolcando decenas de embarcaciones averiadas de la llamada Flotilla de la Libertad, recogiendo refugiados en el mar y trayéndolos a tierra.
Cuando, en el medio de la crisis, se le preguntó a un funcionario de la administración de Carter si tenían un plan, exasperado confesó: îîNo es posible tener un plan''.
La condiciones en el Mariel eran infernales. Los cubanos que esperaban la salida estaban hacinados en un sucio campamento de tiendas de campañas apropiadamente llamado El Mosquito. Se les registraba y se les quitaban todas sus pertenencias. Cuando los dueños y capitanes de embarcaciones se quedaban sin comida, de tanto esperar por sus pasajeros, tenían que pagar a los funcionarios cubanos $5 por un sándwich de jamón.
Las primeras muertes se reportaron el 29 de abril, cuando los Guardacostas encontraron dos cuerpos en una embarcación naufragada. Otros 14 se ahogaron el 17 de mayo cuando se hundió el yate Olo Yumi, de 36 pies, sobrecargado con 52 pasajeros. Según los Guardacostas, 27 cubanos murieron en el mar durante el Puente del Mariel.
No era extraño que el Olo Yumi estuviera sobrecargado. Las autoridades cubanas repetidas veces obligaban a los capitanes de los barcos a violar sus límites de carga, en ocasiones a punta de pistola. Otros capitanes que querían salir vacíos eran amenazados por los exiliados que los habían contratado.
No todos los pasajeros eran refugiados, sin embargo. Cientos de hombres, con las cabezas rapadas, algunas veces sin zapatos y vistiendo, al parecer, uniformes de prisión, eran forzados a abordar las embarcaciones tras haber sido sacados de las cárceles o de asilos para enfermos mentales.
En un discurso en mayo, un jactancioso Castro prácticamente desafió a Washington a detener el puente.
îîRealmente tenemos un camino abierto'', dijo. îîVamos a ver si lo pueden cerrar''.
Cuatro días después, Carter provocó una total confusión cuando, en una convención en Washington, afirmó: îîContinuaremos abriendo nuestro corazón y nuestros brazos a los refugiados de países comunistas que busquen la libertad''.
El éxodo se incremento aún más y, el 11 de mayo, 4,588 cubanos llegaron a Cayo Hueso en 58 embarcaciones, el día récord para el Mariel.
Posteriormente, Carter dijo que había sido malinterpretado y en un discurso a la nación el 14 de mayo, ordenó una severa represión de las embarcaciones rumbo a Cuba. Carter, que había hecho más esfuerzos que nadie por mejorar las relaciones con Cuba, terminó con el sello de ser un irredimible inocente totalmente incapaz de competir con la astucia de Castro.
Los Guardacostas empezaron a confiscar o detener las embarcaciones con graves violaciones de seguridad, así como las embarcaciones comerciales como camaroneras y, para el 20 de mayo, el movimiento hacia Cuba prácticamente se había detenido.
A mediados de junio, la corriente de refugiados a Estados Unidos se había reducido a un mínimo aunque el Puente del Mariel no terminó oficialmente hasta el 26 de septiembre, cuando las autoridades cubanas ordenaron que partieran vacíos los 150 barcos que todavía estaban en el Mariel.
En total, más de 5,000 embarcaciones trajeron más de 125,000 refugiados a Estados Unidos, incluyendo a 750 menores no acompañados.
Los recién llegados pasaron a través de un red de centros de procesamiento que pronto adquirían notoriedad: El Anexo Truman en Cayo Hueso; la Base Aérea de Eglin, Florida; Fort Chaffee, Arkansas; Ft. Indiantown Gap, Pennsylvania; Fort McCoy, Wisconsin; el Orange Bowl y el Tamiami Park de Miami y el campamento bajo la salida de la I-95 en la calle 7 del SW, al pie de La Pequeña Habana.
En los campamentos, el júbilo inicial se convirtió en amargura por el hacinamiento, las violaciones, las peleas a puñaladas y las largas demoras en la reubicación, en parte responsabilidad de la Agencia Federal para el Control de Emergencias (FEMA).
Hubo protestas en Eglin y Fort Chaffee, y posteriormente otras más violentas en varias prisiones de Estados Unidos, que tenían îîexcluibles'' del Mariel: los 2,745 delincuentes y enfermos mentales que La Habana acordó aceptar de vuelta en 1984. Hasta la fecha, 1,840 han sido deportados a Cuba.
La ola de refugiados del Mariel llegó a Estados Unidos con la velocidad y el impacto de un ciclón.
Se estima que unos 85,000 se asentaron en Miami, que por esa época tenía unos 350,000 habitantes, una mala situación económica y un alto desempleo. El Sistema de Escuelas Públicas del Condado de Miami-Dade afrontaba un déficit de $24 millones.
El representante Claude Pepper, un demócrata por el sur de la Florida, se quejó de estar recibiendo muchas cartas insultantes de sus electores îîy, cada vez más, firmadas''.
Inicialmente, los nuevos refugiados fueron recibidos con alegría pero pronto comenzaron a molestar a los viejos exiliados cubanos así como a los anglos y los afroamericanos.
Eran más jóvenes que las anteriores olas de inmigrantes …su edad promedio era de unos 31 años… procedentes de clase media y baja, con frecuencia de piel más oscura. Algunos se sintieron decepcionados por lo duro de la vida en Miami. Y algunos exiliados más viejos los consideraron de alguna manera dañados por los años vividos bajo el comunismo de Castro.
Treinta años después, sin embargo, los refugiados del Mariel son tan exitosos y están tan integrados como otros cubanos en el sur de la Florida. En el 2005, el refugiado promedio ganaba más de $32,000, unos $10,000 más que el residente promedio de Miami-Dade, según informó en su momento el encuestador Sergio Bendixen.
Llegaron a Estados Unidos sin un centavo, dijo Bendixen, pero los refugiados del Mariel probablemente hayan sido el grupo de inmigrantes que con más rapidez se haya integrado económicamente en toda la historia de la nación.
Esta historia se ha basado en los reportajes del Miami Herald durante 1988, una breve historia del Mariel por el Vicealmirante del Servicio Guardacostas Benedict L. Stabile y el Dr. Robert L. Scheina, así como en los siguientes libros: Finding Mañana, A memoir of a Cuban exodus, Mirta Ojito; y Presidential Decision Making Adrift, The Carter Administration and the Mariel Boatlift, David W. Engstrom. |
|
|
|
La orgullosa Generacion del Mariel
Por:Jay Martinez Director Programa Radial Magazine Cubano
Uno de los peores errores políticos de Fidel Castro fue sin dudas el permitir la entrada a la Embajada del Perú en la Habana, el 1ro. de abril de 1980, a toda persona que deseara salir de Cuba. Para su gran sorpresa en el transcurso de cuarenta y ocho horas más de 10 mil personas en su mayoría adolescentes y jóvenes penetraron la sede diplomática y se acomodaron en los techos, jardines, pasillos y el patio de la mansión. El resto es historia.
Más de 125 mil cubanos salieron de Cuba en barcos hacia Miami. Operación que duró alrededor de tres meses y que el Presidente de Estados Unidos por aquellos años, James Carter, logró detener. Todo esto ocurría mientras la Revolución Cubana se presentaba ante el mundo como el “paraíso socialista” y modelo para el resto de las naciones del orbe.
Yo pertenezco a esta generación de Marielitos y fui uno de los más de 10 mil cubanos que entramos en la Embajda del Perú. Llegué al exilio con 16 años, una edad muy difícil porque cuando se tiene que salir del país de origen y eres un adolescente todo se torna complicado. A esa edad normalmente no tienes estudios terminados, ni profesión, ni experiencia laboral alguna. A esto se sumaba el conocimiento del idioma aspecto imprescindible para poder integrarnos en la nueva sociedad que nos acogía.
Aunque fue una minoría la que nos rechazó, muchos nos miraban como extraterrestes y trataban de estigmatizarnos como personas diferentes y hasta en muchos casos, peligrosas. Para mí, como joven exiliado este fue mi mayor reto en el exilio. Superarme y dar testimonio con mi ejemplo y esfuerzo de que no todos los que habíamos llegado por el Mariel éramos iguales y que tan sólo una ínfima minoría, que el régimen había sacado de las cárceles, eran personas indeseables.
Tengo que confesarles que para mi es un inmenso orgullo pertenecer a esta generación de cubanos que le traímos la sal y el sabor que el exilio histórico de Miami necesitaba. Fuimos el motor de cubanía, de sangre nueva de cubanos que no conocimos la Cuba que reía y que cantaba, pero que rebosábamos de ganas de disfrutar por primera vez en nuestras vidas del aliento de la libertad y la democracia, experiencias que sí vivieron aquellos que conocieron la Cuba de antes del 59. Los Marielitos trajimos a Miami las Ruedas de Casino, las Fiestas de Quince Años, los Pregoneros y Vendedores Ambulantes, los Vianderos visitando casa por casa, las Costureras Caseras, jardineros y hasta el Carnaval de la Calle Ocho que ya es conocido internacionalmente.
Demostramos que éramos gente buena y con muchos deseos de triunfar y echar pa´lante. Lo único que necesitábamos era libertad y oportunidades para demostrar al mundo que no éramos los escorias que el régimen propagandizaba para justificar su derrota. Aquel éxodo tan numeroso constituía una vergüenza para la Cuba socialista.
Hoy los Marielitos, 30 años después, nos sentimos orgullosos de haber triunfado en las diferentes labores a las que nos dedicamos. Son miles los ejemplos de cubanos de la Generación del Mariel que ocupamos importantes puestos dentro de las sociedades donde vivimos y somos ejemplo para todos. Quiero felicitar a todos los Marielitos donde quiera que se encuentren y decirles que hoy más que ayer debemos sentirnos orgullosos porque nuestra generación demostró que triunfamos a pesar de que el régimen hubiese preferido lo contrario. Nuestro país lo que necesita es libertad y cuando esto llegue los cubanos demostraremos nuevamente al mundo lo que siempre fuimos: hombres y mujeres amantes de la libertad.
Jay Martínez salió de Cuba en 1980 por el Mariel y fue uno de los más de 10 mil cubanos que entró en la Embajada del Perú en la Habana. Es empresario y periodista y dirige el programa radial cubano de mayor audiencia en Puerto Rico, “Magazine Cubano”. Es columnista para diferentes medios de prensa, y esta en proceso de publicar “Crisis en la Habana” un libro en el que narra sus memorias de los sucesos de la Embajada del Perú. Actualmente reside en San Juan, Puerto Rico.
|
|
|
|
Somos marielitos
POR MIRTA OJITO Mi sobrino Julián cumplió 16 años la semana pasada. Cuando lo llamé el miércoles para desearle un feliz cumpleaños, le dije que había llegado el momento: ya era un adulto. La infancia ya está lejos, y la adolescencia se ha terminado, le dije.
Colgué el teléfono llorando porque comprendí que estaba hablando sobre mi propio 16to cumpleaños, cuando mi adolescencia terminó abruptamente, y tomé una decisión que cambió mi vida y la vida de mi familia para siempre. La decisión, tomada en la premura de un día lluvioso y miserable, fue irme de Cuba y venir a Estados Unidos.
En aquel momento no podía saber que mi país no tardaría en ser sacudido por sucesos nunca antes ni desde entonces vistos en la isla. Unos dos meses después de esa decisión, Fidel Castro abrió el puerto del Mariel. Más de 125,000 cubanos se fueron, y muchos más se hubieran ido si el éxodo no hubiese sido truncado por el propio gobierno cubano. Los que salieron del país fueron en su mayoría víctimas de actos de repudio cometidos por turbas enfurecidas. Las reglas del juego cambiaron de la noche a la mañana, y los cubanos se volvieron contra los cubanos. Fue un espectáculo triste.
Colgando en la pared cerca de mi escritorio tengo un papel amarillento y medio desgarrado. Cuando escribía el último capítulo de mi libro sobre el éxodo del Mariel, El Manana, un hombre que había fletado la embarcación que me trajo a mí y a mi familia de Cuba me lo envió con una nota: ``Quizá esto ayude. Lo encontré en el ático''.
Pues sí, ayudó al libro. Pero más importante: me ayudó a mí. Ese papel es un certificado emitido por el Ministerio del Interior de Cuba autorizando a nuestra embarcación, Mañana, al salir de Cuba. Además del nombre de la embarcación y del capitán, Mike Howell, describe el tipo de embarcación (yate), adonde iba (Cayo Hueso) y lo que llevaba. En mi caso dice ``lastre'', lo que uno tira por la borda para salvar la vida en el mar si hace falta. El peso extra, lo que nadie quiere.
Eso fue hace 30 años. Se siente extraño escribir que llevo 30 años viviendo en este país, que los marielitos que tenían mi edad ahora quizá sean abuelos. Cuando llamé a mi sobrino, le dije que prestara atención, que disfrutara la vida, porque en un abrir y cerrar de ojos tendría 46 años, estaría casado y con hijos, lleno de responsabilidades, demasiado ocupado para oler las flores. Demasiado ocupado hasta para comprar flores.
Pero de nuevo estaba hablando de mí. Son mis ojos los que han pestañeado demasiado rápido. Mis ojos cubanos que tuvieron que adaptarse del comunismo --y de todo lo que esa palabra conllevaba en los trópicos-- al capitalismo --y a todo lo que esa palabra conllevaba en el Miami de los 80-- y más tarde, mucho más tarde, en Nueva York.
Esa transformación empezó la noche del 10 de mayo, en el estrecho de la Florida, cuando le pedí a mi tío que me dibujara un mapa de Hialeah para poder memorizar los nombres de las calles, y aún continúa. Todavía estoy aprendiendo nuevos mapas, descifrando las reglas y esforzándome por seguirlas.
A nuestra llegada, eso significó entender conceptos como ``going out'' y ``dating''. Significó sobrevivir el high school con un acné grave, a los jeans Gloria Vanderbilt del pulguero y a un pelo demasiado rizado e indócil para que se pareciera al de Farah Fawcett. Significó aplaudir a Rocky y luego deconstruir a Rambo en la universidad.
La música disco, las drogas, los Corvettes, SAT's, sexo, los trabajos part-time, las toallas de papel de cocina, novios, tensiones raciales, el mall, aprender a manejar, zapatos bonitos, chiclet de menta, dinero --o la falta de dinero--, Hialeah e inglés. ¡Inglés! Era demasiado para una joven de 16 años. Me pregunto cómo sobreviví. Me pregunto cómo todos sobrevivimos.
Los cubanos que vinieron antes que nosotros, en su mayor parte, tenían un contexto. Habían conocido otra Cuba, una Cuba en la que se podía vivir trabajando duro y con un poco de suerte. Habían conocido la alegría, los autobuses vacíos, la buena comida y cierto grado de libertad y de orden. Los cubanos que vinieron después de nosotros no conocían nada de eso por experiencia propia pero habían oído suficientes historias o quizá hasta habían visitado Estados Unidos antes de decidir quedarse, así que sabían a qué atenerse.
Pero los marielitos que crecimos con la revolución no sabíamos nada. Nos cegó la luz. Mi amiga Ana Mari dice que somos el jamón en el sándwich, encajados entre los exiliados de los 60 y los balseros y los que vinieron después, y los que todavía están viniendo. Somos traductores culturales, con un pie en Miami y otro en La Habana, el corazón partido en dos, dañados por el experimento fracasado de crear un Hombre Nuevo, ciudadanos norteamericanos que todavía pensamos como refugiados y suspiramos por la tierra natal pero que entendemos, como decía mi padre, que no hay regreso. Somos marielitos, y esa palabra lo resume todo. |
|
|
|
Mariel, la bomba balsera y el león tranquilo
Carlos Alberto Montaner
Hace 25 años, en abril de 1980, se produjo un hecho espectacular: decenas de miles de desesperados cubanos navegaban a bordo de cualquier cosa rumbo al sur de los Estados Unidos. Había comenzado una conmovedora aventura migratoria conocida por el nombre del sitio habilitado por el gobierno cubano como puerto de embarque: Mariel. En pocas semanas, mientras Castro permitió la huida en masa de sus ciudadanos, nada menos que unas ciento veinticinco mil personas lograron cruzar el estrecho de la Florida. Entonces se dijo que, si el Comandante no hubiera detenido el éxodo, probablemente varios millones más hubieran escapado del paraíso socialista.
En general, esta nueva oleada de exiliados constituía un corte transversal de la sociedad cubana, con una representación más o menos razonable de profesionales, obreros, campesinos, estudiantes, blancos, negros y mulatos. Sólo había dos categorías de personas que poseían una representación proporcional mayor que la estadísticamente predecible: los homosexuales y personas condenadas por delitos comunes. ¿Por qué? En un caso, porque el gobierno cubano desterró a punta de bayoneta a unos cuantos millares de homosexuales, víctimas permanentes del odio machista-leninista de Castro y sus homofóbicos partidarios, quienes desde los años sesenta se habían ensañado cruelmente contra cualquier persona que escapara a la definición del hombre nuevo cubano, un varón feroz y antiimperialista, gloriosamente testiculado.
En el otro caso, en el de los delincuentes comunes, el dictador hizo algo que caía plenamente dentro de la definición de una grave agresión internacional: seleccionó a los peores psicópatas y criminales encerrados en las cárceles cubanas y los embarcó en los botes de quienes emigraban a Estados Unidos. Con esa canallesca acción perseguía tres objetivos: empañar la imagen de sus adversarios, a quienes las turbas golpeaban en las calles mientras los calificaban de “escoria”, castigar a los Estados Unidos y, de paso, vaciar sus atestadas cárceles, librándolas de unos cuantos millares de personas indeseables.
En los primeros momentos de la llegada de esa impresionante marejada humana, generosamente acogida por el gobierno de Carter y por el Estado de la Florida, algunos analistas opinaron que tendría una difícil adaptación a Estados Unidos, dado que esos cubanos habían padecido veinte años de adoctrinamiento comunista, pero la predicción resultó errónea: el grueso de ese grupo de inmigrantes consiguió integrarse admirablemente bien a la sociedad norteamericana, y en pocos años formaba parte de la exitosa historia de los exiliados cubanos en Estados Unidos.
Tres veces ha lanzado Castro su “bomba balsera” contra Estados Unidos para obligar a Washington a hacer concesiones migratorias y siempre ha logrado su propósito: en septiembre de 1965, desde el Puerto de Camarioca, anunció la salida libre rumbo a Florida de todo aquel que fuera recogido por una embarcación. Tras la llegada de los primeros dos mil exiliados, el presidente Lyndon Johnson autorizó los “Vuelos de la Libertad” y en pocos años 200 000 nuevos refugiados llegaron a territorio norteamericano. En 1980 se produjo el mencionado “Éxodo de Mariel”, con las consecuencias descritas. En 1994, en medio de la peor crisis económica que ha padecido Cuba, Castro volvió a repetir la misma jugada, y el presidente Bill Clinton se encontró con 32 000 balseros detenidos en alta mar y trasladados a Guantánamo, situación a la que puso fin admitiéndolos en Estados Unidos, mientras les otorgaba a los cubanos el alivio de 20 000 visas anuales, lo que significa que, desde esa fecha a hoy, otros 200 000 nuevos inmigrantes han llegado al sur de la Florida.
Castro suele presentarse ante el mundo como una pobre víctima de Estados Unidos, pero los datos objetivos demuestran exactamente lo contrario: Washington ha sido una fuente de estabilidad de su dictadura. En casi medio siglo de gobierno ha conseguido trasportar a territorio supuestamente enemigo al 15 por ciento de la población cubana; los granjeros norteamericanos son sus principales vendedores de alimentos; las remesas de los emigrantes cubano-americanos constituyen la primera fuente de divisas que percibe el país; las poderosas organizaciones religiosas de Estados Unidos son los donantes más generosos de ayuda humanitaria que recibe Cuba; y, finalmente, esas 20 000 visas anuales funcionan como una especie de Prozac político que mantiene a cientos de miles de personas desafectas dulcemente sedadas mientras aguardan impacientes el resultado de la lotería anual que acaso les permitirá liberarse de la pesadilla comunista.
La única pregunta que carece de una fácil respuesta es por qué Estados Unidos, pese a su inmenso poderío, a lo largo de varias décadas ha sido siempre tan tímido en sus enfrentamientos con Castro. Si algún país norteafricano lanzara una “bomba migratoria” contra Europa -envenenada, además, con criminales salidos de las cárceles-, la reacción de la UE sería inmediata, contundente, y tendría el apoyo de casi toda la sociedad. Evidentemente, el león no es tan fiero como lo pintan sus enemigos. Y Castro lo sabe.
|
|
|
|
El origen y actos de repudio del Mariel La gran mentira alrededor de la crisis
Alina Fernández Revuelta, hija del gobernante Fidel Castro,
es conductora del programa "Simplemente Alina" de la WQBA.
Por Alina Fernández Revuelta
MIAMI, Florida - Para los que vivíamos en Cuba en aquella época, el Mariel, antes de llamarse Mariel, se llamó Embajada del Perú. Los pogromos de que algo estaba por ocurrir, fueron unas noticias enfáticas en la televisión nacional: Unos bandidos habían atacado la Embajada del Perú con el fin de "traicionar a la Revolución" y cuando perpetraban el hecho asesinaron a uno de los "heroicos escoltas que guardaban la sede diplomática".
El tono épico en Cuba
Toda noticia que se da en Cuba tiene siempre un tono épico. Cuando algo así tiene lugar, en todo caso, los de a pie esperamos alguna consecuencia: Porque además del tono épico, en Cuba, ninguna tragedia antecede a una buena noticia.
Los que se ocupan de la manipulación popular tienen una ley: Algo negativo antecede a otro mal mayor. Supongo, con esta mirada que dan la larga distancia y la retrospección, que tal vez estos pensadores hayan visto desde entonces una manera de abrir la válvula de una caldera que siempre parece a punto de estallar.
No olvidemos la máxima preferida del Comandante en Jefe de la isla, que es convertir el revés en victoria.
Alentados en la estampida
Si el revés no se dejaba desde tan temprano, no pasaron muchos días entre esta primera noticia y la siguiente: "grupos de traidores, desafectos y delincuentes estaban penetrando en los terrenos de la Embajada del Perú, en la 5ta avenida de la Habana..."
Ya nos es ninguna incógnita el por qué los medios de comunicación fueron tan explícitos con la noticia. De hecho, los cubanos fueron alentados a formar parte de esa estampida.
Y los que contemplamos aquello como una enorme vergüenza para la susodicha revolución, como una derrota mediática y política en el ámbito mundial nos equivocábamos si alguna vez pensamos que la leyenda iba a quedar arruinada por tan poco: Decenas de miles de personas tratando de acceder a aquel jardín, como fuese, de la manera que fuese.
Hasta aquí llegó la guagua
Las anécdotas son memorables y van desde los choferes que paraban la guagua y decían: "Hasta aquí llegó el viaje, compañeros", hasta algunos vecinos de la embajada que vieron el jardín de sus casas y sus cercas convertidas en campos de obstáculos por aquella multitud desesperada.
Las cercanías de la embajada se llenaron de carros abandonados por sus dueños. Enseguida floreció el mercado negro entre los listos.
A los habitantes boquiabiertos, nos mostraban imágenes de especies de forajidos encaramados en los pocos árboles del jardín diplomático.
Mientras tanto, el gobierno peruano había decidido, en un acto de valentía que no se ha atrevido a seguir ninguna otra cancillería latinoamericana, respetar su convenio de asilo y respetar la vida y la voluntad de los asilados.
Tras el giro que dieron los acontecimientos, algunos malpensados nos preguntamos si de verdad habrá muerto algún heroico escolta en aquella reyerta o si se trata de alguna víctima propiciatoria para poder desatar esta batalla de Troya diplomática.
Para los que estábamos allá, divididos entre el deseo de imitar a aquellos miles, y la cobardía o las indecisiones humanas, esto fue lo que sucedió: Inmediatamente, para variar, se organizó una marcha. Esta vez se llamó la "Marcha del Pueblo Combatiente".
La caminata se inició ante la oficina de intereses estadounidense. Entre una doble fila de soldados vestidos de milicianos, la gente, bajo un sol de misericordia, tuvo que andar unos cuantos kilómetros hasta pasar, gritando insultos, frente a aquella gente que miraba, demacrada, apiñada a una cerca.
Se institucionalizaron los llamados Actos de Repudio. Tras la fachada de "respuesta popular", el vandalismo y las bajas pasiones se dieron rienda suelta, organizadas por el régimen.
Una familia sin luz ni agua
La Habana cambió de rostro y a menudo, desde una guagua, podían verse imágenes dantescas, como la de una multitud persiguiendo, golpeando y apedreando, en las avenidas, a un grupito de gente depauperada por el miedo.
Algunos actos de repudio llegaron a convertirse en diversión obligada. Como el que tuvo lugar frente al edificio donde vivía Carlos Berenguer, en pleno Nuevo Vedado.
A la familia le cortaron la luz, el agua, la posibilidad de salir a buscar alimentos... Carteles con lo más abyecto del vocabulario nacional adornaban la fachada. El espectáculo se convirtió en algo habitual. Se abrieron las cárceles
Como había obligación de pedir públicamente la baja en los trabajos y estudios, en cada centro se organizaba una de estas escenas de la vergüenza nacional.
Las cárceles se abrieron para los que quisieran dejar el país. Todos, sin distinción alguna, a partir de entonces se llamaron "escoria". Poco a poco, fueron abandonando la isla. Marielitos, fuerza impulsora
Los que quedamos allá, más desmoralizados que nunca, apenas pudimos decirles adiós. Aquella "escoria" es hoy en día, más que menos, una de las fuerzas impulsoras de esta ciudad.
Para ellos, todo cambió. Para los cubanos que viven todavía en ese gueto que es nuestra isla, el tiempo permanece casi inmóvil: El 20 de abril de este año las Damas de Blanco, las esposas dignísimas de nuestros presos políticos, fueron asediadas, acosadas, insultadas, de la misma manera en que los fueron ustedes, marielitos queridos.
Les deseo una larga memoria en un corazón sin tacha.
|
|
|
|
Dos hermanos sacrifican todo para salir de Cuba
Para los hermanos Gustavo y Encarnación Ledo-Sánchez, la apertura de la embajada de Perú en La Habana, el 4 de abril de 1980, creó una salida para su religiosa familia.
Meses antes, Gustavo había recibido su licencia como cirujano. Salir de Cuba significaba tener que empezar de nuevo, pero no vaciló.
``Convencí a mi hermana y su familia de que vinieran conmigo'', dijo Gustavo, que ahora tiene 61 años. ``Nuestra madre estuvo de acuerdo en que fuéramos a la embajada aunque eso significaba que la teníamos que dejar detrás; sabíamos que era nuestra última oportunidad de salir de Cuba''.
El 5 de abril, junto con Encarnación, su cuñado y su sobrina de 2 años, Gustavo saltó la cerca de la embajada, pocas horas antes de que la cerraran con 10,800 cubanos dentro.
Durante las próximas dos semanas, sufrieron condiciones terribles: sin comida ni servicios sanitarios y con sólo un pedazo de tierra para dormir. Había excrementos por todas partes.
``No había más remedio'', recordó Encarnación, de 59 años.
Una foto de una revista peruana durante su estancia en la embajada hizo la portada. Muestra a una exhausta Encarnación con su hija, Leonor Carrande, que ahora tiene 32 años y es maestra en Hialeah Gardens. Todavía guarda la foto.
Pero, después de 15 días, salió de la embajada y regresó a su casa.
``Quería quedarme [en la embajada] porque quería que mi hija tuviera una vida mejor y que no sufriera como mi hermano y yo, pero no quería poner en peligro su vida'', dijo Encarnación.
Gustavo se mantuvo en la embajada durante 28 días, sumándose a un equipo médico no oficial. Pero él también se tuvo que ir cuando la situación se tornó violenta. Le dijeron que esperara por sus documentos de salida. Para entonces, Encarnación y su familia tenían lugares reservados en embarcaciones para Cayo Hueso.
A la semana, Gustavo también estaba en un barco que salía de la Bahía del Mariel, con su licencia médica escondida en un zapato. Le dieron un pasaporte con la letra ``E'', el rótulo gubernamental para escoria. Todavía está orgulloso de ese pasaporte.
Cuatro meses después de llegar al sur de la Florida, Gustavo fletó un barco pesquero para traer a su madre y otros parientes ancianos.
Hoy es un cirujano con una práctica en Hialeah. Encarnación es enfermera de su consulta.
``Todos tenemos una vida agradable en este país, que todos consideramos como el mejor del mundo'', dijo Gustavo. |
|
|
Primer
Anterior
2 a 7 de 7
Siguiente
Último
|