El Mundial de La Habana
Público en el cine Yara, durante la transmisión
de un partido del mundial. (OLPL)
A sala repleta. Con banderas y uniformes de cualquier país menos Cuba. Con vuvuzelas improvisadas de cartón y material radiográfico. Con erudición o ignorancia estadística. Sospechosamente solos o con sus escandalosas familias. Al margen de la represión o la transición, esas dos palabras tan prescindibles a la hora de la fiesta, con o sin vigilancia del Gran Hermano y el Cardenal. En los cines Yara y Payret, de Centro Habana al Vedado, sin la menor esperanza de una visa y un boleto de avión transoceánico, por cinco pesos nacionales los cubanos también protagonizamos nuestro mundialito de fútbol 2010.
Son días excepcionales en la Isla. Una época de reactualización con la contemporaneidad planetaria, una suerte de update deportivo en tiempo real. Hasta la televisión transmite por varios canales en vivo, un fenómeno ya casi olvidado a falta de pericia técnica o por exceso de prevención política. Lo cierto es que por fin hay algo libre para comentar entre los vecinos que normalmente ya no cruzamos ni media palabra.
Ir hoy al cine es, pues, ir a Sudáfrica: si Mandela no viene a La Habana, los habaneros sí iremos hasta Mandela. El resto de Cuba tal vez continúe habitando off-line, pero en la capital la tarjeta blanca del MININT está siendo derogada a penales, gracias a las tarjetas amarillas y rojas de la FIFA.Público en el cine Yara, durante la transmisión de un partido del mundial de Sudáfrica. (OLPL)
A los efectos del llamado "cubano de a balompié", Cuba sí clasificó para jugar en esta Copa Mundial. Los autos portan pegatinas e insignias de importación, mientras que, entre los baches de barrio, retoñan como hongos las porterías sin red y las jabulanis con las siglas INDER del siglo y milenio pasado. Descalzos o con tenis de Todo Por Un Precio, con shorts pero sin camisetas (esa prenda de vestir es un lujo para asistir a los cines), todo el que pueda patear en público lo está haciendo ahora. Y, por suerte, no se trata de un tiempo extra de actos de repudio a título del Estado, sino de nuestra espontánea y efímera temporada de fair-play ciudadano. El fútbol como fuente de futuridad.
Público en el cine Yara, durante
la transmisión de un partido del mundial de Sudáfrica. (OLPL)
Los locutores especializados son los agentes democratizantes en el epicentro mismo de todo este caos. Hacen concursos de participación por teléfonos celulares. Hablan sin censura de las ventajas de Twitter y los chats de fanáticos cultos. Comentan los titulares de la prensa internacional al minuto cero de publicarse en los cuatro corners del internet. Han convertido en mediocre el diario show mediático de las Mesas Redondas de la TVC.
Y es que, cada cuatro años, Cuba forma parte del Primer Mundo occidental y lo demás es retórica reaccionaria. Semejante tajada de ilusión a ras del verano insidioso de la patria, donde los estadios se arruinan tantas veces como sean reparados, es suficiente para resistir a lo largo y estrecho del próximo plan quinquenal (o quincuagenal).
Aficionados a Argentina, ante el cine Yara, en La Habana. (OLPL)
Lo peor de este Mundial de Southabanáfrica 2010 es acaso el olor. La felpa de los asientos está percudida con varias generaciones de fluidos compatriotas de todo tipo y ralea. Semen, sudor y lágrimas del post-proletariado cinéfilo: "tiradores" golosos de otro tipo de gol, incluso sin aire acondicionado. La atmósfera amateur tampoco tiene glamour, sino cierto tufo a arena raída, coliseo de los perdedores. Ave, Castro, los que van a clasificar te saludan: Argentina, Brasil, Alemania, España, entre otros sucedáneos de Cuba. Pero la elegancia socialista no se conquista ni siquiera por resolución ministerial.
Ojalá la final nunca llegue. O, si llega, que nunca termine. Cuba congelada en una cancha de energía cinética. Sé por experiencia que, después del pitazo final, se hace un silencio dominguero atronador. Un vacío en la memoria agobiante (el pueblo profano no recuerda bien quién eliminó a quién en cada etapa). Un sinsentido sistémico. Una soledad social demasiado acompañada (parece un poema de Benedetti, que a su vez parece un apellido de futbolista).
Con la copa dorada en alto, será entonces el fin de las transmisiones. Los cines Yara y Payret volverán a proyectar sus ficheros digitales de baja resolución, entre la modorra de las acomodadoras y custodios cutres. El planeta se nos alejará como un objeto volante no ideologizado al otro lado de la pantalla. La vida deportiva cederá su aliento a una economía precaria y luego a una política pedestre. Las Mesas Redondas recuperarán su atmósfera anaeróbica en cadena por la televisión y la radio. Y el telón de píxeles caerá otra vez, con esa fuerza oficial más, sobre nuestra Habana al margen de la Historia (mandala de un Mandela que no vino, ni vimos).