Shakira o cuando las caderas a veces mienten
Por SANDRA PALACIOS
Cuando hace dos semanas se inauguró la Copa Mundial FIFA Sudáfrica 2010, a muchos se nos hinchó el corazón cuando vimos a Shakira, la gran Shakira en el escenario. Ella, de diminuta estatura y caderas gigantes, se apoderó de la tarima sudafricana para poner a todo el mundo a bailar al ritmo del ``Waka Waka'. Fue entonces cuando, con el ojo aguado, fui de prisa a comprar su disco a la tienda más cercana --es decir, la internet-- y lo puse a sonar. Pero para mi pesar, cinco minutos después, muerta de tedio y desconcierto, me pregunté: ¿Qué es lo que tiene esta famosa ``loba' que a ratos la quiero y a ratos no la soporto?
Con una voz, que para muchos podría sonar como la de un púber ad portas de la adolescencia, o como la de un gato preocupado, la luminaria ha conquistado lugares inimaginables, rompiendo fronteras y logrando lo que muchas no han podido: poner a cantar a los gringos, a los europeos y hasta a los chinos en español.
Y eso cuando canta en su idioma materno, en el que más o menos le entendemos, mezcla de un confuso acento argentino, costeño, ``shakirezco', que tal vez su novio, Antonio de la Rúa, le entienda muy bien. Porque cuando la cosa es en inglés ``con barreras', el asunto aquel de comprender las letras se complica, y no queda otra opción que concentrarnos en sus hipnotizadoras caderas y dejarnos llevar por ese sonido pegajoso que se nos mete por todo el cuerpo.
Por eso, cuando se estrenó el ``Waka Waka', nombre que adoptamos después de oír la canción más de un trillón de veces, (la verdad es que se llama This Time for Africa), su contagioso coro invadió las emisoras y las tiendas de discos, y se regó como una epidemia de la que todos, ¡todos! nos enfermamos; es que Shakira es como la comida rápida: nos llena y hasta queremos más, pero no siempre es el mejor alimento.
Atrás quedó la cantante de rizos negros que enamoraba con una voz más genuina, letras más sentidas, bailes menos robóticos, menos trabajo de estudio y más esmero en la composición; en el álbum de los recuerdos quedaron para muchos las canciones que dedicamos a más de un novio, esos Pies Descalzos que tanto admiramos, esa Bruta, ciega, sordomuda que nos embrujaba con su sencillez, esa Tortura que disfrutamos de principio a fin.
La nueva Shakira, la del último disco, podrá haber vendido más copias que ninguna otra latina en el mundo, podrá haber llegado a los lugares más recónditos del planeta, pero no logró mantener la esencia que la disparó al estrellato hace varios años: un sonido único que nadie en el planeta podía imitar, un talento indescriptible que ningún sello discográfico podía opacar, y una belleza desbordante, al que ni el más fuerte se podía contener.
Pero, para pesar de muchos, esa inigualable cantante de aquella época forma ahora parte del círculo vicioso del negocio de la música, en donde la estrategia más ``brillante' consiste en aturdir al público con la misma canción 72 millones de veces, hasta que por simple cansancio terminamos recibiéndola en nuestras casas, dejándola quedarse allí hasta que terminamos por quererla, y alimentándole las ganas de volver cuantas veces quiera, una y otra vez.
Y es que vale la pena destacar que la millonaria artista tiene el poder de convertir en oro todo lo que toca. Una canción con poco pronóstico, como Loba --o She Wolf, la versión en ``inglés'-- duró meses enteros en el puesto número uno de los listados, con un video más que erótico, un tanto inquietante, que concluía con el maullido de un lobo emitido por la propia Shakira, quien pasó de bailar como ninguna, a moverse de manera perturbadora dentro de una jaula, al mejor estilo de los circos errantes.
Es lindo ver que alguien mueve tantas masas, tenga tanto poder y que destine parte de su riqueza a los más necesitados, como bien lo hace la barranquillera con su Fundación Pies Descalzos, además de un sinfín de obras benéficas de las que forma parte. Pero muchos nos preguntamos qué maquinaria tan poderosa se mueve detrás de este espectacular fenómeno, que todo lo que hace se convierte en éxito.
Es un misterio fácil de resolver. Pero que cada uno saque sus propias conclusiones.
Gracias a Dios, que nos entregó el poder del discernimiento y el control del equipo de sonido para elegir lo que oímos y lo que no.