Olga Guillot:
La gloria lejos de Cuba
POR SARAH MORENO
Siempre que se le da el último adiós a un artista cubano, especialmente a una leyenda, a una embajadora de nuestra música en el mundo como Olga Guillot, uno se pregunta cómo dan a conocer los medios oficiales esta noticia en la isla. Pues simplemente la callan o la colocan en una esquinita perdida de un periódico o en una publicación online para consumo externo; es decir, algo que generalmente no lee el ciudadano común.
A raíz del fallecimiento de Guillot, la publicación cultural oficial en internet La Jiribilla le dedicó un obituario que, entre detalle y detalle de la carrera de la gran bolerista --prohibida en la radio y la televisión cubanas, he ahí la gran ironía-- sembró el veneno de lo que al final era la misión de esa extraña nota necrológica. Todos los grandes periódicos, los blogs de exiliados y de los admiradores de Guillot --se lamentaba el periodista-- habían olvidado mencionar que la cantante comenzó su carrera en la emisora radial Mil Diez, vocera del Partido Socialista Popular; es decir, de los comunistas cubanos de la década de los años 40. Más allá de las evidentes razones para demostrar lo absurdo de este punto --los comunistas eran entonces una tendencia más del complejo tejido político del país, con una representación en la Cámara y, según los historiadores, impulsores de una serie de leyes que beneficiaron a los trabajadores-- la misión del artículo escrito en la isla era acallar la firme postura de artista exiliada que mantuvo siempre la cantante.
La muerte de la Reina del Bolero, de una mujer que vivió cinco décadas desterrada de su país, volvía a recordar en todas las publicaciones del mundo la existencia de un exilio que dura demasiado tiempo. También que Olga, muy buena administradora de los frutos de su trabajo desde sus comienzos, había sido despojada de sus propiedades al salir a cumplir un contrato en Venezuela en 1961. Eran los tiempos de las confiscaciones y expropiaciones de los que habían adquirido sus posesiones a puro sudor, o a puro canto en el caso de Olga; tan distintos a los que se viven hoy, cuando a las vacas sagradas de la cultura cubana se les deja entrar y salir de la isla, siempre que ``tomen chocolate y paguen lo que deben'.
Molestaba en ``la otra orilla', sobre todo, que los amigos de Guillot confirmaran su permanente deseo de volver a cantar en Cuba. Sus conversaciones sobre la espina clavada que representaba la distancia de su patria no eran sólo ``para la galería'. Ella lo repetía en público y, más aún, en privado. Una anécdota que me llegó al otro día de su fallecimiento lo confirma. Olga, que residía entre México y Miami, acostumbraba, cuando estaba en esta ciudad, enviar flores a sus amigos. Eran los arreglos tropicales --las aves del Paraíso, los jengibres y los gladiolos-- sus preferidos. Solía pasar hasta una hora conversando con la florista --llamémosla ``la Violetera'-- sobre algunas de sus penas. En esa amistad telefónica que surgió entre la Reina del Bolero y la Violetera --una joven con la que la separaban tres generaciones-- la cantante le contó que se cuidaba como ``gallo fino' para volver a cantar en Tropicana.
Cualquiera que la conociera un poco sabía que Guillot era una mujer fuerte. Sus boleros, que le cantaban con el mismo desgarro al amor que al desamor, también celebraban noches memorables. ``Qué noche la de anoche,/tantas cosas sucedieron/que me confundieron', cantaba la Guillot en los años 50, con unos labios rojísimos y jugosos que podrían hoy ser la envidia de la Jolie. Era la prueba de alguien que sabía vivir.
A una joven santiaguera que triunfó en la capital, y más tarde en el mundo, no le faltaban energías para empezar de nuevo en el exilio. Como la mayoría de los cubanos, con un ojo miró a Cuba y con el otro vigiló la edificación de un patrimonio. De alguna manera, Olga le decía a la Violetera que, si trabajaba, llegaría lejos. El desamor, bueno, eso es otra historia: una experiencia que no le quitaría nadie.
``Ella sabía llegarle a la gente', es el comentario de la florista. En sus manos dejaba la dedicatoria cuando enviaba flores a sus amigos. ``Inspírate' le pedía la cantante como si le hablara a uno de los grandes compositores cuyas canciones interpretó.
Lejos de Cuba, en México o en Miami, a Guillot le encantaba estar cerca de su público. Como a todo artista, el aplauso era su alimento. Lástima que no haya podido recibir el último en su isla. Ahí quedan sus canciones. ``Miénteme una eternidad,/ que me hace tu maldad feliz' seguirán entonando por siempre los enamorados y despechados cuando la noche arrecie.