Más papista que el Papa
Si la academia cubana opera como un mecanismo más de control social por parte del totalitarismo, a los pies del Estado y del Partido, es lógico que la jerarquía política aspire a que los académicos no se "desvíen" de ciertas pautas político-ideológicas.
No obstante, a pesar de las medidas coercitivas que emanan desde arriba y de la autocensura que nace abajo, el Estado y el Partido nunca han podido impedir que surjan dentro de sus filas individuos con "desviaciones" y criterios de hacia donde debe moverse el país y cuales deben ser las soluciones a los problemas. Sobretodo, cuando el constante deterioro de la situación socioeconómica y la inmovilidad del régimen producen desesperación e incertidumbre en sus propias filas.
Surgen así los potenciales "salvadores" teóricos del totalitarismo, aquellos que aun desean reformar al sistema asumiendo que un "socialismo democrático" es posible. No importa que no exista evidencia empírica alguna sobre su viabilidad, sino todo lo contrario: la confirmación de su inviabilidad en los desdichados países en los que se perpetúa el fracasado y desdichado experimento.
Que algunos académicos hasta ahora fieles al llamado "proceso revolucionario" se arriesguen a emitir opiniones "honestas" con una fuerza critica inusual —y conscientes de que la alta jerarquía pudiese considerar sus puntos de vista como una amenaza a la preservación del poder— es una señal del descontento generalizado por la crisis-parálisis que vive el país. La historia del totalitarismo demuestra que aquellos que arriesgan una posición crítica en regímenes con mentalidad de plaza sitiada, aunque lo hagan de buena fe, terminan sufriendo las consecuencias. Y es que la interpretación "correcta" de qué es lo que conviene o no al país siempre es patrimonio exclusivo de la jerarquía totalitaria. De otra forma, no sería posible explicar las sucesivas y cíclicas "rectificaciones de errores" por parte de una elite poseedora del monopolio de una razón impuesta por su capacidad represiva.
Otra cosa completamente diferente es el valor intrínseco de esas opiniones críticas en un ambiente carente de libertad de expresión y de verdadero debate. Allí donde prima la imposición por criterios ideológicos no es posible deslindar los verdaderos aportes al avance del conocimiento. Debido a las condiciones de oscurantismo en que opera la academia cubana, estas opiniones "críticas" difícilmente pueden superar las limitaciones del materialismo histórico y la filosofía-religión marxistaleninista que las inspira (algo que Raymond Aaron definió como el "opio de los intelectuales") o abandonar las supersticiones del dogma revolucionario pertinentes a la historia de Cuba. Sin cuestionar la validez de las premisas no puede arribarse a conclusiones diferentes.
Una crítica honesta
Prueba de ello es el artículo La corrupción: La verdadera contrarrevolución, del ideólogo-académico Esteban Morales Domínguez, funcionario que durante décadas ha ocupado altas posiciones en la estructura académica del régimen, que ha estado vinculado a sus servicios de inteligencia y que ha fungido como uno de los sacerdotes supremos de la religión marxista-leninista, acumulando así una larga lista de servicios, desde los años en que expulsaba a estudiantes por "diversionismo ideológico", entre otros "méritos", pero siempre disfrutando de las dadivas del poder.
En su artículo, el ideológico-catedrático-sacerdote aduce que la expansión de la corrupción en las altas esferas del Partido y del Gobierno en Cuba es como para "quitarle a cualquiera el sueño" y advierte que algunos funcionarios se preparan para "el día que se caiga la Revolución" mediante la desviación de recursos.
Queda claro que Morales señala sociológicamente dónde está el boquete moral que hunde barco del totalitarismo cubano —en "las altas esferas del gobierno"—, pero no hace ningún esfuerzo por explicar sus causas económico-estructurales. La corrupción parece ocurrir por generación espontánea debido a las "debilidades de algunos funcionarios" y aparentemente no tiene nada que ver con la maltrecha estructura económica del país, debilitada por la supresión de la libertad económica, y mucho menos con la inexistencia de los mecanismos de balance y chequeo que existen en otras sociedades con sistemas democráticos.
Sobre la dimensión económica del fenómeno de la corrupción, Morales saca a colación el asunto del mercado negro, el cual también parece entrever como consecuencia de la corrupción, pero tampoco ahonda en sus causas. Eso sí, advierte que el problema "será imposible de ordenar mientras existan los grandes desequilibrios entre oferta y demanda que caracterizan aun hoy a nuestra economía", como señalando la dirección del único salvavidas contra la miseria y la depauperación que impera en el país.
En realidad, el mercado negro no causa la corrupción, ni la corrupción causa el mercado negro, sino que ambos coexisten como consecuencia de la supresión de la libertad económica. Donde quiera que el agente económico carezca de libertad para progresar en la economía formal, este escogerá la senda de la ilegalidad como mecanismo compensatorio, convirtiéndose en empresario político y sirviéndose del Estado como un medio de enriquecimiento. Para revertir la corrupción generalizada hay que restaurar la libertad económica, de otra forma, la corrupción deviene fenómeno estructural.
Pero Morales ni siquiera insinúa cómo puede eliminarse el desequilibrio entre oferta y demanda. El académico debería conocer perfectamente que la formula de la centralización no ha funcionado para estimular la oferta, que esta más bien ha devenido en un freno al desarrollo de las fuerzas productivas. ¿No sería entonces lógico, remover la "camisa de fuerza" con la que el Estado y el Gobierno amarran a las fuerzas productivas para estimular la oferta y cerrar la brecha de la oferta-demanda? ¿Por qué permanece entonces silencioso respecto a las soluciones estructurales?
Morales identifica errónea y superficialmente a la "falta de disciplina" y otras "debilidades" como los síntomas a combatir, de lo cual irónicamente ahora lo acusa el Partido. Su formación como economista especializado en Economía Política debería haberlo llevado a hurgar un poco más en la estructura imperante; en vez de hacerlo, Morales se va por la típica tangente del factor externo, advirtiendo que los servicios de inteligencia del enemigo están al tanto de esas "debilidades" para penetrar e influir sobre los acontecimientos en Cuba.
La nomenclatura, pues, termina sancionándolo y separándolo del Partido, a pesar de que su análisis intenta estimular los instintos de autopreservación del régimen. La sanción demuestra que a la jerarquía político-militar-partidista no le agrada que la señalen públicamente, mucho menos por aquellos que como Morales han dependido de sus favores y aprobación para mantener posiciones de privilegio dentro de una estructura académica que intuitivamente debería estar incondicionalmente subordinada a objetivos políticos. La nomenclatura truena y castiga a los que, avistando el poderoso iceberg que se avecina, quizás el fin de los subsidios de Venezuela, amenazan con abandonar el Titanic de La Revolución.
Al separar a Morales del Partido, la jerarquía política envía el mensaje de que lo mejor que pueden hacer los que se han creído que existen márgenes para la "critica honesta" es quedarse calladitos y sucumbir junto al régimen. Hace tiempo los jerarcas concluyeron que no se puede permitir ningún tipo de Glasnost, ya que la restauración de la mínima libertad de expresión sería el principio del fin de la tiranía.
Interrogantes por responder
No obstante, el ideólogo-académico-sacerdote, en su dolor y ansiedad emocional por el rechazo del Partido que tanto ama, produce un segundo artículo (La Santísima Trinidad: Corrupción, Burocratismo, Contrarrevolución) donde profesa de nuevo su fidelidad al "proceso revolucionario" y a la Cuba "que hizo esta revolución". Sin embargo, añade otro factor a su análisis, el burocratismo, evadiendo de nuevo la profundización sobre las causas de la corrupción, pero proponiendo con un celo inusitado que se fusile a todos aquellos que controlan las compuertas de los almacenes estatales y que estén involucrados en la corrupción. Pretende ser más "papista que el Papa" para que la Iglesia marxista-leninista se retracte y lo acoja de nuevo en su seno.
A pesar de su radicalismo tipo "revolución cultural china", su presunta reincorporación como miembro del Partido único requiere del consentimiento mutuo, y Morales no parece comprender que la alta jerarquía del PCC no le perdona sus propias "debilidades". El haber dedicado "toda una vida" al "proceso revolucionario" —como alega su hijo— no es garantía de permanencia en el Partido. La aprobación sin cuestionamientos del poder castrista sí lo es, pero esa senda no puede ser desandada una vez que se cruza ese rubicón.
Ahora, son varias las interrogantes que quedan implícitas.
¿Obliga o no la situación económico-social de Cuba a gran parte de la población a adquirir productos y servicios en el mercado negro y/o robarle al Estado para compensar los bajos salarios? ¿Quiénes son responsables por la permanente insuficiencia productiva después de cinco décadas de fracasos? ¿Cómo se va a poder erradicar la corrupción sin hacer nada en cuanto a sus causas estructurales? ¿Es la corrupción o no un fenómeno generalizado en las filas de la nomenclatura? ¿Son los sancionados escogidos por razones políticas para dar un escarmiento a los inconformes?
¿Tiene algo que ver o no con la profundización de la corrupción en "las altas esferas del gobierno" que la elite se haya atrincherado en las posiciones ejecutivas y que disfrute eternamente del usufructo de la renta que se deriva de esas actividades? ¿No es la desviación de recursos una actividad practicada por buena parte de la nomenclatura? ¿No existe relación alguna entre la monopolización del poder político y la monopolización del poder económico?
¿Por qué continúa oponiéndose el liderazgo del país a aquellas reformas estructurales que podrían atenuar las causas de la corrupción? ¿Por qué a pesar de las constantes "ofensivas" y "cruzadas" contra la corrupción, ésta, en vez de ser minimizada, continúa expandiéndose? ¿Tiene sentido continuar las mismas prescripciones que agravan la corrupción en vez de solucionar la crisis con políticas diferentes? ¿Por qué no puede debatirse en Cuba libremente las causas de la corrupción y sus soluciones? ¿Por qué no organiza la Universidad de la Habana un seminario e invita a especialistas internacionales a que expongan libremente sus ideas?