La suciedad y la delincuencia se adueñan de Tirso de Molina
Robos a turistas y residentes, peleas, vidrios rotos, basura, regueros de pis...
Así amanece a diario la plaza de Tirso de Molina
AYER A PESAR DE NO TRABAJAR,TUVE UN DIA MUY OCUPADO,YA LE DÍ LOS ULTIMOS TOQUES A MIS VACACIONES EN MADRID, UNA DE LAS CIUDADES QUE MÁS QUIERO Y QUE ME GUSTA VISITAR.
ESTUVE DE COMPRA,FUÍ A BUSCAR EL PASAJE Y DE PASO ME COMPRE CALZONCILLOS DE MARCA,JAJAJA, POR SI LOS TENGO QUE MOSTRAR A ALGUIEN.
LEYENDO ESTA NOTICIA DE ABAJO ,SOLO ME QUEDA POR DECIR ,WUAAAO MAMÁÁ MIA,VOY A TENER QUE ANDAR CON MUCHO CUIDADO EN MADRID.
POR GUILLERMO DANIEL OLMO / MADRID
A Manuel, pensionista, le robaron el móvil arrebatándoselo a la carrera mientras hablaba. A Lina, taxista, dos jóvenes magrebíes la desvalijaron mientras un tercero la inmovilizaba sujetándola por el cuello. A Yolanda, un muchacho armado con un cristal también la dejó sin móvil. José se vio envuelto en una multitudinaria pelea cuando se le ocurrió increparle al cuarto borracho que se acercó a orinar junto al banco en el que estaba sentado con unos amigos.
Estas y otras experiencias todavía más desagradables son las que han padecido los vecinos de la zona de la plaza de Tirso de Molina, uno de los lugares típicos de Madrid y también de los más deteriorados. No hace falta preguntarle a mucha gente para escuchar relatos de este tipo. Son muchos en el vecindario los que han tenido que pasar por un trago de esta naturaleza.
Pero no es la delincuencia lo único de lo que se quejan los residentes en este emblemático enclave del distrito Centro. Pese al importante despliegue diario de operarios municipales de limpieza, un persistente hedor a pis y montañas de vidrios y latas de cerveza inundan los parterres que se instalaron allí cuando el Ayuntamiento decidió invertir más de dos millones de euros en la remodelación de la plaza en 2005 para recuperarla como lugar de disfrute de los vecinos.
Así ha sido. Son los vecinos los que disfrutan de este espacio urbano. El problema es que lo tiene copado un determinado tipo de vecino. Es uno al que le gusta el botellón las 24 horas del día, que no duda en miccionar junto a las plantas, y que, como reconoce José, uno de los toxicómanos habituales del lugar, no recoge sus residuos, que quedan amontonados allí hasta que a la mañana siguiente aparece una cuadrilla de barrenderos.
Marcela (nombre ficticio) explica que en la zona central de la plaza, «no se puede estar, está tomada por gentuza y todos los días hay peleas». Ella prefiere quedarse en el extremo, donde arranca la calle de Lavapiés, porque allí se siente más segura. Aunque, para ella, es el barrio en su conjunto el que está insoportable. «Estamos hartos. Yo vivo en una casa que tiene una puerta de madera preciosa del siglo XIX y está siempre llena de pintadas». El discurso de esta vecina exuda indignación. «Pagamos una fortuna de IBI, ahora lo de la basura, y a cambio tiene una un barrio que es una vergüenza».
Lina es de la misma opinión. E incluso va un poco más allá. «Asco. Este barrio lo que da es asco, una p... mierda de barrio, vamos». Así lo vive ella. Entre los habitantes de menos edad del barrio, el discurso es menos catastrofista. Tres muchachos comparten un porro de marihuana sentados en un portal de la calle de la Espada. Uno de ellos, de origen sudamericano, explica que «el barrio mola, lo que pasa es que hay mucha gentuza». Eso es lo que ocurre en la plaza de Tirso de Molina, un hermoso lugar pero atestado de gente incívica.
Manuel, que lleva ya diez años viviendo en la zona, recuerda tiempos peores. «Antes de que reformaran la plaza, la cosa estaba todavía peor. Entonces sí que no podía uno ni acercarse». Ahora, en función de la dirección que tome el viento, el olor a orines llega con mayor o menor intensidad a las terrazas donde se sientan a tomar un refresco los turistas. En un día propicio puede que casi ni se note. Tampoco notan muchos turistas cómo uno de los muchachos norteafricanos que matan las horas en la plaza les birla con habilidad la cartera, cosa que también ocurre.
El problema no es de ahora y se antoja complicado encontrarle solución. Un albañil que trabaja en la zona ve como «todas las mañanas viene la Policía a pedir la documentación y muchas veces se lleva a cuatro o cinco». No parece que la presión policial sirva para erradicar ni el vandalismo ni la delincuencia. Marcela le echa la culpa a la Asociación de Vecinos: «Cuando inauguraron la plaza todo era estupendo, pero se quejaron los de la asociación porque decían que no había donde sentarse y colocaron unos bancos donde ahora se junta toda la gentuza que nos hace la vida imposible». A esta vecina harta solo se le ocurre un remedio. «Ahora estas cosas no se pueden decir, pero habría que poner una Ley de Vagos y Maleantes como la que había con Franco». Lo que ignora esta mujer es que la referida norma, la Ley de Vagos y Maleantes, se promulgó en tiempos de la Segunda República.