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General: EL MALECON HABANERO
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De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 22/08/2010 13:56
EL  MALECON HABANERO
El Malecón de La Habana es uno de los símbolos de los cubanos.
 
  
Por Oscar Mario González
 Así como París tiene su torre Eiffel y Río de Janeiro al Cristo con los brazos abiertos extendidos, celador de la bahía desde lo alto del peñasco, los habaneros se acreditan varios kilómetros de muros de contención del mar a lo largo del litoral. Es el Muro del Malecón, donde muchos cubanos y casi todos los habaneros han tirado al agua sueños, recuerdos y esperanzas. No son pocos los que han dejado allí, incrustado sobre el muro de piedra y cemento un pedazo de corazón y lo más puro de las juveniles ilusiones.
  
Allí han concurrido generaciones de capitalinos, desde los albores de la república, cuando se construyó el primer tramo. El Malecón, hospitalario, acoge a los hijos de esta tierra sin distinción de raza, credo o jerarquía social.
  
Ya desde finales del siglo XVIII los habitantes de la ciudad se percataron de las bondades de la zona comprendida entre la fortaleza de La Punta y el Torreón de San Lázaro, donde la fresca brisa de las tardes y el remanso del mar azul liberaba el calor del cuerpo y aligeraba el peso de las preocupaciones.
  
Años después, a mediados del siglo XIX, las familias notables de San Cristóbal de La Habana unen a la belleza del paisaje el disfrute de los baños de mar, en las caletas o pocetas que dibujaba la línea costera, incrementándose así la solicitud del lugar.
  
Fue así como el prestigioso ingeniero Albear concibe un paseo o alameda que serviría de recreación y defensa de la ciudad, el cual no se pone en ejecución por falta de presupuesto.
  
El gobierno autónomo (sólo duró seis meses), aquél que quiso evitar la debacle española, en 1898 comenzó las labores de relleno de la zona, las cuales abandona por falta de fondos.
  
No es sino con la ayuda del gobierno norteamericano, de enorme voluntad constructiva y gran desempeño en su afán de traer higiene y salubridad a la Isla, que se consuman los trabajos iniciados por los autonomistas, materializándose el primer tramo de Malecón, desde el actual Paseo del Prado hasta la calle Crespo, de 1901 a 1902.
  
El segundo tramo fue construido entre 1902 y 1919, y en el mismo se levantaron importantes edificaciones que sirvieron de asiento a comercios importantes, como el café Vista Alegre, donde se reunían Ernesto Lecuona, Sindo Garay y Barbarito Diez, entre otros. También surgieron importantes asociaciones, como Unión Club y el Club Automovilístico.
  
Los restantes tramos del Malecón se fueron construyendo en diferentes etapas, hasta concluir el último, durante los gobiernos de Carlos Prío y de Fulgencio Batista (1948-1958), y que abarcó desde la calle G hasta La Chorrera.
  
De modo que, comenzando con la ayuda del gobierno interventor norteamericano, y finalizando con los siete años del gobierno de Batista, fueron culminados los más de 7 mil metros de este cordón de cemento y mirador de hormigón, que con pupila atenta guarda la entrada de la bahía.
  
Visto desde otro ángulo, este cordón de mar y arrecife que sujeta la cintura de la mulata habanera, ha sido obra de todos los gobiernos que llenaron el período de la república. Cada uno puso su cuota de esfuerzo a través de las generaciones que se han sucedido desde su inauguración.
  
Para darle la bienvenida a cualquier visitante, se yerguen majestuosas, a lo largo del Malecón, las esculturas de nuestros principales próceres independentistas. El Generalísimo Máximo Gómez, a la entrada de la bahía, con su regia figura de jinete incansable; el Mayor General Antonio Maceo, en su briosa cabalgadura que lanza las dos patas al viento, queriendo alcanzar los cielos; y el hijo de Holguín, el General Calixto García, con la frente marcada por el sacrificio de amor a la patria, mirando al cielo con sus ojos de estratega innato.
  
Decir Malecón es hablar del cubano en todas sus facetas. Es aludir a la rumba y el bolero, al heroísmo y a la generosidad; a la broma y el dolor, a la virtud y al defecto. Es dibujar al cubano en su dimensión de hombre; con luces y sombras, con virtudes y defectos, pero siempre marcado con su sello inconfundible: hombre de bien, afable y jaranero. Un hombre que se entrega.


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