Margarita y El Maestro Ex amante, ex agente:
Tomás Fernández Robaina publica en La Habana
'Misa para un Ángel', sobre Reinaldo Arenas.
Por Orlando Luis Pardo Lazo- La Habana
Hay momentos únicos en el campo literario de toda nación. Sospecho que los autores cubanos vivimos hoy, casi en texto propio, uno de esos milagros tan escasos en épocas de materialismo matrero.
Veinte años después de aquella canónica nota de suicida post-socialista ("Cuba será libre. Yo ya lo soy"), el maestro Reinaldo Arenas (1943-1990) resucita por fin en las rotativas revolucionarias del sistema nacional de editoriales estatales. ¡Aleluya, Arenas…!
Y nuestro Ángel del Cubapocalipsis ha vuelto a la vida inventada, como corresponde por tradición literaria, de la mano mágica de una Margarita mediocre (only the good die young), su ex-amigo, ex-amante, ex-colega, ex-confidente, ex-agente, ex-enemigo, ex-personaje, y ahora también médium y epígono: Tomás Fernández Robaina, apenas un par de años mayor que el Maestro a quien sobrevive entre pesadillas heteropolíticas y ediciones Made In UNEAC.
En efecto, Misa para un Ángel (colección La Rueda Dentada, Ediciones UNIÓN 2010) es la homilía-homenaje de una resurrección retórica en poco más de 100 páginas de formato menor. Un libro que, en su pataleta en contra o a favor del poder, pretende perdonar y termina pidiendo perdón. Un libro que, Premios de la Crítica aparte (porque vendrán muchas reseñas risueñas, incluyendo supongo la del Presidente de los Escritores y Artistas de Cuba), no ocupará más espacio que el de un pétalo al pie en las ediciones críticas de Reinaldo Arenas.
El Maestro, que según el anónimo de contracubierta es "ese gran autor que ha aportado tan célebres páginas a la literatura cubana", desciende condescendiente sobre nosotros, pecadores, sólo para verificar que la barbarie escritural de la Isla continúa intacta: en el siglo XXI todavía no tenemos autores autóctonos que se atrevan a teclear sin autorización. A estas alturas de la distopía patria, ya nadie nos vigila orwellianamente más allá de la inercia asalariada de la censura, pero resulta que nuestra telepantalla era en verdad interior. Del G-2 a los genes.
Margarita, a pesar del gesto generoso de rescatar a su resabioso Maestro, no podía ser la excepción en este vals de la cordura cobarde, y por la cuantiosa cautela de su estilo, por el recurso válido del regodeo, entre otras correcciones estéticas, diríase que como autor aún permanece crucificado en aquella escena obscena de 1961, cuando el Premier pronunció su Pistoletazo a los Intelectuales en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional.
El Maestro nos mira en nuestra miseria y Margarita lo invoca, pero no se atreve a invitarlo a volar sobre La Habana, Holguín y otras hiroshimas locales trucidadas por el totalitarismo del texto. Margarita lo justifica ante el fiscal fidelísimo de la ficción, pero El Maestro no se anima del todo a hacer el ridículo de manifestarse. Reinaldo Arenas continúa así a la caza de un Bulgákov que lo exorcice o que por lo menos se arriesgue con una exégesis menos vulgar.
No obstante a estos desencuentros decepcionantes, yo apuesto a ciegas por cualquier atisbo de historia de amor. Y esta Misa para un Ángel de Tomás Fernández Robaina sin duda lo es. Un amor amanerado que no se atreve a vomitar en voz alta su nombre, pero en cualquier caso un amor.
Me basta. La literatura cubana tampoco ha sido nunca un buen pasto para las grandes pasiones. Narramos de cara a la belleza del buen decir. Edulcoramos deseos. Ignoramos al horror. Somos demasiado inteligentes para ser encima sinceros. Intuímos que de lo conceptual a lo cursi sólo hay un paso, y por eso nos cuidamos tantísimo de darlo con nuestra obra. Queremos parir volúmenes trascendentes y comprometidos, mientras tanto no nos comprometan a la hora de hacer carrera como vedette (el ejemplo biográfico de Bulgákov sí lo aprendimos muy bien).
En resumen, la sociología nos sodomizó con el Virus de la Insolidaridad Humana. Pero Tomás Fernández Robaina no ha hecho más que dar, por ahora, su primer pasito pacato a nombre del camping literárido cubano. ¡Tres hurras entonces por Margarita y su Maestro muerto…! Ya sólo es cuestión de atizar la tea apoteósica de un cadáver contestatario que, incluso si el peor de sus párrafos se publicara en Cuba, bien podría poner patas arriba nuestra irreconocible realidad.
Biografia de Reinaldo Arenas