
POR GUILLERMO DESCALZI
Llegamos nuevamente a Thanksgiving, y si hay algo por encima de todo por lo cual todos debemos estar agradecidos es por la vida. Gracias por la vida, Señor, gracias por mi vida, con todos sus altos y bajos, difícil y azarosa como ha sido. Los peregrinos del Mayflower dieron gracias por su vida, también difícil y azarosa en este nuevo mundo. Pocos pueden dar gracias por sus vidas porque pocos están satisfechos con ellas. La insatisfacción con nosotros y nuestras circunstancias nos aleja de Dios y nos impide agradecerle por nuestro simple ser y estar.
No es fácil. A todos nos cuesta darnos cuenta que no hay ni habrá jamás en el mundo suficiente dinero, leche o miel para satisfacer a nadie. Todos somos barriles sin fondo con respecto a lo material. No se llena uno con dinero, leche o miel, sino con paz, verdad y amor. Estos sólo se encuentran aprendiendo a vivir con nosotros mismos, en cualquier situación, acá en el siglo XXI o allá, en Plymouth, en el XVII.
Los peregrinos no perdieron fuerzas en temer lo que les podría acontecer. Nadie debiese perder fuerza temiendo lo que vaya a acontecer mañana. Para ocuparse del mañana está el mañana. Hacerlo antes de tiempo es pre-ocuparse. Los mañanas llegan todos como regalos del Señor, por eso cuando llegan les llamamos `presentes', porque, sean como fueran, todos, hasta los presentes más difíciles, son regalos suyos.
No es fácil recibir y vivir nuestros presentes. Con respecto a los que están aun por venir, no se preocupen antes de lo debido. La misma palabra, `pre-ocupación', nos alerta a eso.
Todo llega en su momento y en ese momento, hay que saber recibir. Ponemos demasiado énfasis en dar y muy poco en saber recibir.
Una de las razones de la infelicidad está en nuestra incapacidad de sentirnos satisfechos con lo que la vida nos da. Así ha sido, es y seguirá siendo siempre. En Navidades, cuando recibimos algún regalo que nos desilusiona, no pensamos acaso: ``¿Esto es lo que me regalan?'
Así somos todos. Estar conformes con lo que nos toca es igualmente difícil para los ricos como los pobres, para sanos y enfermos por igual. La aceptación de lo que se es, de lo que se tiene y recibe, es indispensable para la paz interior. Llegar a aceptarnos es difícil. Implica reconocer nuestra pequeñez y aceptar nuestras circunstancias. Aceptarnos no quiere decir haber llegado al fin del camino. Muy por el contrario, después de la aceptación, recién entonces estamos listos para avanzar en la vida. Sólo entonces, nunca antes.
La falta de aceptación le quita armonía a nuestro ser, le quita fluidez a nuestras vidas y nos hace muy difícil avanzar en ellas. Nos lleva a una angustia de trasfondo en nuestro existir. Ese es el caso de la mayoría. Nadie llega lejos insatisfecho con si mismo. El insatisfecho deja atrás lo que es, deja atrás su mismo ser y se va en busca de algún sustituto que le sea aceptable. El avance del ser implica su aceptación. La inconformidad de nosotros con nosotros nos lleva a rechazar quienes somos. Avanzar sin aceptarse es sumamente difícil.
Los que no se aceptan, insatisfechos con sí mismos, acaban sustituyendo su verdadero ser por uno que aparente ser lo que quisieran ser. Son seres falsos, débiles. Abundan en todos lados. Es una paradoja que para cambiar hay primero que estar conformes con nosotros mismos, en paz en nuestra situación. Todos sentimos la angustia de la inconformidad con algo, en algo, en algún momento, unos más otros menos. Lo que nos separa de una angustia existencial permanente no es más que un paso, uno solo de aceptación o rechazo a nosotros mismos, a nuestras vidas y circunstancias.
Angustiarnos por lo que podría angustiarnos es común y muy redundante. Las redundancias carecen de elegancia. A Dios le gusta la elegancia. Uno puede darse cuenta de esto, pero nada que hagamos o dejemos de hacer va a apagar nuestra angustia existencial cuando esta exista en nosotros. Sólo estaremos satisfechos cuando dejemos de estar insatisfechos. A la satisfacción se llega no con lo que se hace sino con lo que se acepta, con la aceptación de lo que uno es ahora, en este instante, no con lo que uno espera llegar a ser o tener, en algún mañana vuelto presente, porque el ser que espera el insatisfecho nunca llegará satisfecho a él si no ha aprendido primero a estar satisfecho.
a vida da vida y la muerte da muerte. La aceptación da satisfacción, y la satisfacción da paz, verdad y amor. Esa es la progresión. No empieza con posesiones, posición o poder. Quien no está satisfecho en lo poco jamás estará satisfecho en lo mucho. A nadie le sobra. Igual que a nadie le basta en lo material, tampoco a nadie le sobra en lo espiritual. Nunca hay ni habrá suficiente en lo material ni demasiado en lo espiritual, nunca demasiada verdad, nunca demasiado amor, demasiada paz en uno. Son estados a los que sólo se puede acercar el ser con aceptación de quien es y sus circunstancias. Ese es el portal de entrada al camino de Dios. Allí está el verdadero renacer, el bautismo en verdad. A partir de allí empieza la vida íntegra de nuestro ser real. Lo real es real y no teme. El ser aparente tiembla. Su preocupación se ocupa de lo que aún no es, de apariencias, fantasmas. La aceptación ahuyenta los fantasmas. Gracias, Señor, en este Thanksgiving, por la vida que me das.