POR LUISA YANEZ Treinta años atrás, una pequeña de dos años y medio llamada Riolama Lorenzo llegó a Estados Unidos como parte de los 125,000 refugiados cubanos que escaparon desesperados de la isla y de Fidel Castro en el éxodo del Mariel en 1980.
Sus padres se establecieron en Miami, donde Lorenzo creció y estudió ballet.
Lorenzo, bailarina principal del Pennsylvania Ballet, regresa esta semana a Miami, donde aprendió a bailar.
¿Qué la trae de regreso? Una tradición estadounidense, en este caso una producción de Cascanueces para los días festivos.
Como bailarina invitada del Armour Youth Ballet en el Conservatorio de Miami, bailará el sábado el papel principal del Hada de Azúcar en el Miami-Dade County Auditorium.
Aunque vive en Baltimore con su esposo, que es médico, y su hijo pequeño, Lorenzo dijo que, lo mismo que otros refugiados del Mariel, celebra este año agradecida tres décadas de libertad.
``Estoy muy orgullosa de ser una refugiada del Mariel, al igual que mis padres', dijo Lorenzo, de 33 años. ``Después de tanto tiempo, todavía se emocionan mucho cuando hablan de cómo nos fuimos en abril de 1980'.
Lorenzo dijo que su padre con frecuencia cuenta cómo echó su último vistazo a la isla.
``Mi padre me dice que mientras el barco se alejaba de Cuba, me apretaba en sus brazos, le dio la espalda a Cuba y juró no regresar nunca', dijo.
En Estados Unidos los esposos Lorenzo y su única hija se alojaron al inicio en un pequeño apartamento en West Miami. Su padre, José, que era ingeniero mecánico en Cuba, hacía cualquier trabajo manual o de construcción que encontraba. Lo mismo hizo su madre, María Eugenia, quien había sido bailarina en Cuba.
Cuando Lorenzo cumplió los 5 años su madre había conseguido trabajo de instructora de danza en una escuela. No podía permitirse el lujo de pagar una niñera, así que llevaba a su hija a las clases. El descubrimiento de que Lorenzo tenía futuro como bailarina ocurrió por una casualidad.
``Un día mi madre se quejaba de que las niñas no se habían aprendido su rutina', dijo Lorenzo. ``Yo salí al frente y dije: `Mami, yo lo puedo hacer' '.
Y lo hizo, aunque nunca había tomado lecciones: se había limitado a observar a su madre mientras daba sus clases.
Su madre la matriculó en una escuela de danza y así empezó una vida dedicada a un solo objetivo. Asistió a la Escuela de Ballet Martha Mahr en Coral Gables y ganó una beca completa en el exclusivo Conservatorio Harid, un internado de Boca Raton para bailarinas prometedoras en edad de secundaria.
A los 17 años Lorenzo fue contratada por el New York City Ballet como miembro del cuerpo de baile. Pero los cambios en su cuerpo --que se había hecho demasiado curvilíneo-- pronto entraron en conflicto con la visión de la compañía de cómo debían ser sus bailarinas.
A los 21 años renunció y regresó a Miami y dejó el baile durante tres años. Conoció y se enamoró de su futuro esposo, Javier Lasa, y, cuando a éste lo aceptaron en la Facultad de Medicina en Baltimore, Lorenzo regresó a la danza con un grand jeté.
``En un impulso llamé al director artístico, Roy Kaiser, y le dije quién era', dijo. ``Dijo que me había visto bailar. Yo le dije que me gustaría entrar en su compañía'.
Lorenzo está allí desde el 2002 y al año siguiente fue nombrada solista.
La recaudación de la presentación de Cascanueces del sábado se usará para financiar clases de danza que imparte el Thomas Armour Youth Ballet en áreas desfavorecidas como la comunidad inmigrante, el Pequeño Haití y West Grove, así como becas para estudiantes en el Conservatorio de Miami, la escuela de ballet más antigua de la ciudad.
Ayudar a bailarines jóvenes es algo que atrae a Lorenzo.