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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 08/12/2010 06:39 |
La patrona de los inadaptados paraliza el Palau Sant Jordi
18.000 personas se rinden ante la monstruosidad sexy de Lady Gaga
Más de un millón de euros de producción para el espectáculo y hasta en 15 ocasiones Lady Gaga se cambió de vestuario, una demostración de que le gusta lo diferente y extravagante y de que ha llegado al mundo de la música para quedarse.
En 1990, Madonna inauguraba su célebre Blond Ambition Tour en el estadio olímpico de Barcelona farfullando en un español que aprendió con Pedro Almodóvar: "Estoy sola, ¿dónde están los tíos con polla?". 20 años después y a escasos metros, en el Palau Sant Jordi, Lady Gaga llegó para matar al padre: "Ya habréis oído que tengo una polla gorda italiana. Venga, ¡ahora sacaos las vuestras! ¡He oído que las tenéis bastante grandes!", esputó tras simular una macrosesión de masturbación colectiva en LoveGame.
Postulada como la última gran patrona de los inadaptados, en comunión astral con los freaks performáticos de los que se considera heredera (hubo homenajes más o menos descarados a Leigh Bowery, Klaus Nomi, Bowie, Marina Abramovic, Grace Jones y, claro, Warhol), Gaga se sirvió de una producción de más de un millón de euros y 15 cambios de vestuario para hacer más evidente si cabe su mensaje universal de reivindicación de la diferencia. Lo hizo ante 18.000 almas que, ataviadas con gafas de cigarrillos y chaquetas space age de mercadillo, llevan dos años abonadas al chiste que la cantante asegura protagonizar. Por si las moscas, lo aclaró una vez más: "Odio la verdad. ¡Prefiero una dosis gigante de mierda antes que la verdad!", escupió antes del número de music hall Teeth, en el que acabó impregnada de sangre.
La artista que ha desafiado las leyes de la microcelebridad y la cultura de los nichos de la era 2.0 es en el fondo una mujer de hábitos primarios: Gaga se arrastró por el escenario, gritó, escupió, carraspeó, sudó, magreó impunemente a sus bailarines, se dejó la piel en cada número y, entre jadeo y jadeo, tiró de discursito de autoayuda: "No importa quién eres, de dónde vienes o cuánto dinero tienes. Esta noche puedes ser quien tú quieras. Quiérete", clamó después de acariciar las partes nobles de un bailarín.
La noche había arrancado en clave disco futurista con la silueta de Gaga, hombreras tamaño quarterback, tras una pantalla, alternando posturas de Betty Boop con Nosferatu. Una ambivalencia que rigió las dos horas de espectáculo. En el delirio warholiano de Gaga convergen todos los extremos de la cultura de la fama. La neoyorquina quiso ser sexy y siniestra, femenina y ambigua, pizpireta y grotesca, frívola y cerebral, pop y expresionista, glamurosa y escatológica. En los momentos íntimos al piano (la balada glam Speechless y el medio tiempo de aires soul You and I, que ganaron brío en directo), persiguió sin rubor la caricatura y el esperpento, tocando las teclas con los tacones cuando la cosa se pasaba de intensa. Los números más hiperbólicos, como Alejandro, se compensaron con lecturas de manifiestos: "No somos nada sin nuestra imagen. Cuando estés solo, yo también lo estaré. En esto consiste la fama", recitó en un audio pregrabado. Y en esto también consiste la inaudita complicidad que cultiva con sus fieles: como un gurú, Gaga se dirige a cada uno de sus fans como si fueran famosos como ella, amigos íntimos que entienden y comparten el cielo o el infierno que ella atraviesa.
Su "ópera electropop" narra el viaje de una pandilla de degenerados hacia el baile de los monstruos -el Monster ball del título- a través de un camino de purpurina. Algo así como la versión de El mago de Oz que hubiera dirigido Tod Browning si hubiera vivido en los años ochenta. Un Nueva York apocalíptico con neones en los que se leía "Muertes, accidentes de tráfico, niños con traumatismo cervical", rolls royces averiados, vagones de metro, un Central Park burtoniano y un enorme Jabba the Hutt que se la quiere zampar. Es su monstruo de la fama, la criatura que conceptualiza sus demonios. Para zafarse del él, la diva reclamó al público la única solución posible: "¡Me quiere violar! ¿Tenéis cámaras? ¡¡Fotografiadlo!!". Quedó patente que Gaga no necesita guionistas para explicarse.
Poker face, Paparazzi y Bad romance extasiaron en el fin de fiesta. Enfundada en un traje imposible sobre el que orbitaban enormes aros metálicos, una suerte de hombre de Vitruvio rediseñado por Arthur C. Clarke, la artista se despidió ejerciendo de efecto especial. Pero a sus 24 años, Gaga es todo menos un espejismo. Vocalista desgarrada, bailarina espasmódica, inspirada compositora de estribillos millonarios y hábil gestora de esa enfermiza obsesión que una y otra vez dice sentir por sus fans -mis pequeños monstruos, los llama-, la estrella dejó claro que ha venido para quedarse: "Gracias por saberos mis letras", "Me pasó la vida encerrada y nunca seré tan guay como cualquier persona en este recinto", "Yo nunca hago playback". Agarró una bandera gay del público y se la puso de velo. Se emocionó cuando un contingente de fans la sorprendió con una colección de globos rojos en forma de corazón reclamándole un tema inédito de su próximo álbum (no aceptó, pero convenció en su reacción). En tiempos de Twitter, la ilusión de accesibilidad que tratan de generar tantos ídolos pop en sus fans sólo es creíble desde el más absoluto autoconvencimiento.
Lo único que quizá no entendió Gaga es el rechazo con el que se encontró cuando se cubrió con una bandera rojigualda. Quizá alguien se lo explique el próximo domingo en Madrid.
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Lady Gaga, rara y orgullosa La cantante neoyorquina, nueva diva del exceso y la polémica, sacudió anoche el Palau Sant Jordi
con una impactante actuación, la primera que ofrece en tierras españolas
POR DAVID MORÁN / BARCELONA
Acabó el concierto, la noche fundió a negro con el estruendo de «Bad Romance» y quedó claro que a Lady Gaga se le puede pedir cualquier cosa menos mesura. Ni siquiera la comparación con Madonna parece tener sentido tras dos extenuantes horas de idas y venidas por los alrededores del pop, media docena de cambios de vestuario, números de baile ejecutados con pericia marcial, pianos en llamas, sangre artificial e incluso un número de lucha libre en el que Lady Gaga se las tuvo que ver con una especie de pulpo mutante durante «Paparazzi».
Ni que decir tiene que ganó Lady Gaga conjugando una vez más un verbo que ella misma se ha encargado de llevar hasta sus últimas consecuencias. Porque la neoyorquina no solo sale victoriosa de encuentros con extraños cefalópodos, sino que en los últimos meses se ha adueñado del pop a costa de ganar fama, premios y, faltaría más, público. Anoche, sin ir más lejos, el Palau Sant Jordi se quedó pequeño para acoger el estreno en tierras españolas de la nueva diva del exceso y la polémica. Y aunque la polémica de la neoyorquina es más bien soportable, el exceso fue anoche el mantra que se adueñó del Sant Jordi desde que la lona que ocultaba el escenario dejó entrever la silueta de Lady Gaga mientras sonaba «Dance In The Dark».
A partir de ahí y tirando del hilo del dance-pop trotón, cada movimiento buscaba ser un golpe en el maxilar del público: un viejo Rolls Royce verde ambientando «Glitter & Grease», Lady Gaga tocando un teclado oculto en el capó del coche en «Just Dance», una docena de bailarines y cantantes guardándole las espaldas, coreografía milimétricas… Y por encima de todo, una hiperactiva Lady Gaga que lo mismo se apoderaba de la pasarela que separaba el escenario del público en «Beautiful, Dirty, Rich» que aparecía vestida con túnica roja y hombreras puntiagudas dispuesta a maltratar una suerte de guitarra-teclado en «The Fame» y, a renglón seguido, encandilar a sus «pequeños monstruos» —el público, ni más ni menos—.
Ópera electro-pop La propia artista definió su espectáculo, agárrense, como la primera ópera electro-pop del mundo, y aunque algo de opereta bizarra sí que tiene, lo cierto es que este «Monster Ball Tour» viene a ser la sublimación de espectáculo de masas a partir de musculosos retales de dance-pop y un sinfín de rarezas remezcladas y divididas en cinco actos. «Vosotros me habéis hecho valiente», le dijo al público poco después de aparecer sobre el escenario disfrazada de monja para interpretar «LoveGame». Acto seguido, volvió a sacar pecho luciendo su condición de bicho raro, arengó a las masas con un discurso de superación y autoayuda, se sacudió «Boys Boys Boys» de encima y reapareció festiva y neogótica para comandar «Honey Money». Y todo en apenas tres movimientos.
A la altura de «Monster», el Sant Jordi ya había visto una ¿improvisada? lluvia de globos rosas, un pase de lencería en la bombástica «Telephone», un piano en llamas en «Spechless», el estreno de una canción de su próximo disco —«You And I», baladón de tintes soul con el que Lady Gaga acabó pateando el piano— y una ascensión a los cielos nada metafórica en «So Happy I Could Die», pero las mejores cartas de la baraja aún estaban por llegar. Así, con el escenario convertido en un fantasmagórico bosque, la neoyorquina se reservó para el final un ful de hits pegajosos —«Alejandro», «Poker Face», «Paparazzi» y «Bad Romance»— y echó el cierre a una impactante actuación que, bien pensado, vino a ser como un remake en clave superproducción hollywodiense de «The Rocky Horror Picture Show»; una versión chillona y bañada en purpurina de «Freaks» con la que Stefani Joanne Angelina Germanota exhibe con orgullo sus rarezas.
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Lady Gaga libera a los pequeños monstruos
Al ritmo de Dancing in the dark, y su look más Madonna proyectado en una pantalla,
Lady Gaga desató una avalancha de gritos y aplausos de las 18.000 personas que acudieron ayer al Palau Sant Jordi
LÍDIA PENELO Barcelona
Al ritmo de Dancing in the dark, y su look más Madonna proyectado en una pantalla, Lady Gaga desató una avalancha de gritos y aplausos de las 18.000 personas que acudieron ayer al Palau Sant Jordi. El recibimiento calentó a la cantante de 24 años. Con botas negras y un corpiño atacó el segundo tema, Glitter&Grease, uno de los temas del nuevo disco. Para su interpretación se sirvió de un coche verde que ya había utilizado para la puesta en escena de Just Dance, con el que soltó un desgarrado: "Hola Barcelona".
La cantante se desbordó con Beautiful Dirty and Rich: sacó toda la artillería, coreografía, luces de neón: "Sentíos libres pequeños monstruos".
De momento, el fenómeno Gaga ofrece pocas sorpresas con el repertorio. La diva cuenta con poco más de un disco, The fame, que le valió un Grammy en 2008. La que fue una niña prodigio se ha revelado como una maga de creahits: pop de toda la vida maquillado con sombras dance y colores glam rock.
Para Lovegame, apareció casi desnuda con una toga de monja y paseó sugerente por la pasarela del escenario. Gaga habló mucho y recordó que todos somos libres de hacer lo que queramos.
"Primera ópera pop-electro"
La gira The monster ball tour arrancó hace más de un año y la artista la define como "la primera ópera pop-electro de todos los tiempos", quizás por eso el show está estructurado en cuatro actos, que ayer fueron cinco. Entre acto y acto, imágenes de vísceras, sangre, piel y tatuajes a ritmo dance, durante los segundos suficientes para cambiar de vestuario.
El "Hello hello baby" de su Telephone sacudió el recinto como una descarga eléctrica. La puesta en escena de Alejandro no defraudó, tampoco Pocker Face. "I'm a freak bitch baby", repite en Bad Romance, tema con el que cerró el recital. Aprovechando que el público se convirtió en un coro incansable y multitudinario, lo alargó al tema al máximo y se despidió satisfecha.
Stefani Joanne Angelina Germanotta así figura en su documento de identidad anoche estuvo arrolladora y los escépticos que antes del concierto consideraban que compararla con Madonna era exagerado salieron convencidos que Lady Gaga, sabe ofrecer algo más que divertidos estribillos.
Público.es
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Lady Gaga provoca el delirio Barcelona La artista ha revolucionado a 17.800 entregados fans en un Palau Sant Jordi
que se ha rendido al nuevo icono del siglo XXI
La cantante neoyorquina Lady Gaga ha revolucionado a 17.800 entregados fans en el Palau Sant Jordi de Barcelona en un espectáculo a modo de teatro musical en el que ha abundado la provocación y la entrega que la han encumbrado, más arriba si cabe, a icono del siglo XXI. Música, baile, teatralidad y fuerza. En Barcelona ha dado motivos para corroborar su hegemonía dentro del mundo del pop desde que empezara a sonar a finales de 2008 con The Fame, un ejemplo de electropop con esencia que le brindó los premios y la fama mundial que ya anhelaba en su álbum debut. Unos audiovisuales proyectados en una gran pantalla que cubría el escenario mientras sonaba I'm a free bitch (Soy una zorra libre), han dado inicio al concierto al ritmo de Dance in the dark, en un primer acto inspirado en el barrio chino de una ciudad. "I'm gonna kick your ass Barcelona" (Os voy a patear el culo, Barcelona), mientras sonaban los primeros acordes de Just Dance y rodeada de unos veinte bailarines y músicos le han bastado a la diva para meterse a todo el público en el bolsillo durante las dos horas restantes. Los asistentes, algunos tras permanecer días en la intemperie para agenciarse un buen sitio y llegados de todas partes desafiando huelgas de controladores, han respondido efusivamente al espectáculo. Provocación a raudales Provocativa en todo momento, ha animado a saltar, gritar, rebelarse y quemar el dinero a los "pequeños monstruos" de Barcelona, ha seducido a un roquero al que llamaba Jesucristo y ha hecho gala de su extravagante sentido de la moda, cambiándose hasta diez veces de ropa y con un vestuario glam que recordaba al Bowie de los comienzos y a Queen, ambos referentes de la artista. El de monja-enfermera, con unas tiritas cubriéndole los pezones o un sujetador chispeante, se han llevado la palma recordando a la Madonna más polémica. Con LoveGame ha llegado la tentación italiana. Gaga ha chuleado de tener un "gran pene italiano" (por si acaso alguien dudaba de su hermafroditismo) y con Boys boys boys ha incitado a la liberación sexual. Tras un archicoreado Telephone, cuyo videoclip con Beyoncé es uno de los más vistos en la historia del Youtube, Stefani Joanne Angelina Germannotta (nombre real de Lady Gaga) ha mostrado su lado más intimista con Speachless, en la que, emocionada, ha insinuado que no actúa "por dinero, sino por la fama y el 'show'". Catarsis colectiva De la fiesta al drama, y tocando un piano literalmente en llamas, Speechless y You and I (de su próximo álbum Born this way) han subrayado la etiqueta de artista total que ostenta Gaga. Con todo, ha hecho gala de una portentosa voz, que la aleja de muchas artistas del 'mainstream' comercial obligadas a usar voces pregrabadas en sus directos (véase Britney Spears). Vestida de novia y elevándose varios metros en una plataforma ha vuelto a traer el ritmo en el Sant Jordi con So happy I could die, zanjando el segundo acto. Monster y Teeth, en un escenario invadido por un tétrico árbol, han dado pie a la retahíla de éxitos que la han llevado a vender quince millones de copias. Alejandro y Poker face han transportado al público a una especie de catarsis colectiva (algo petarda, pero catártica al fin y al cabo) que no ha dejado de saltar hasta el último tema. Barcelona le tenía ganas a la nueva diva. Ritmos techno y unas imágenes propias del surrealismo alemán de los veinte han calentado el ambiente para el último acto, 'El baile de los monstruos', que Gaga ha definido como "la mejor fiesta del planeta". En Paparazzi ha sido devorada por un pez-monstruo, -en la versión más gótica del Warhol que tanto adora-, para reaparecer (y despedirse) con Bad Romance, cuya coreografía sólo puede competir en fama mundial con aquél Vogue de la Madonna que pretende desbancar como reina del pop. Madrid, donde presentará este actúa el 12 de diciembre su 'Monster ball tour', ya se puede ir preparando.
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Lleno absoluto en el Palau Sant Jordi El público de Lady Gaga por ella mata
Javier Blánquez | Barcelona
Pregunta al final del concierto, en la explanada del Palau Sant Jordi, a un fan cualquiera, con la cara pintada (un rayo atravesando el ojo de arriba abajo, como en iba ella en el vídeo de 'Just dance'): "tú por Lady Gaga, ¿qué harías?".
Respuesta con el volumen de la voz subido y un matiz histérico: "¡¡¡por ella maaa-toooo!!!". La conversación es simulada, pero podría ser perfectamente posible: si algo se puso de manifiesto en el concierto de anoche, el primero de los dos que Gaga está ofreciendo en España como parte del 'Monster Ball Tour' –el siguiente es en Madrid, el domingo–, es que existe entre ella y su público algo así como un cordón umbilical difícil de cortar. Hay adoración extrema, jaleos de fan incondicional, regalos a pie de escenario, chillidos y reverencias ante todo lo que haga o se ponga ella.
A cambio, Lady Gaga se deshizo en elogios hacia sus pequeños 'freaks', a los que prometió que no les fallaría nunca. Una bonita historia de amor entre la diosa y los feligreses, entre la mujer que va en camino de jubilar a Madonna y los ex fans de esta última (y de Alaska), que por fin han decidido que ha llegado el momento de cambiar de aires.
18.000 personas en el Palau Sant Jordi. Llenazo hasta arriba, apretujones por alcanzar un espacio en las primeras filas y así tener la opción de verle el tatuaje del muslo de cerca, tocar su mano o darle algo, incluso de rozarle un meñique. Le tiraron globos rojos y toallas.
Le cayó en sus manos una bandera arcoiris y se la cruzó sobre el cuello con orgullo, como haría Mike Tyson tras tumbar al otro púgil de dos coces: Lady Gaga sabe que sin el público gay ella seguiría actuando en bares de mala muerte en Brooklyn a cambio de la propina, y esta gira está pensada para ese sector de sus seguidores tanto como para el segmento adolescente que le descubrió en un vídeo de MTV.
Mucha luz y mucha proyección audiovisual, mucha imagen impactante –ella empapada de falsa hemoglobina, un piano en llamas (el fuego parecía de verdad), un vídeo en el que se le ve echando la pota y algún que otro grumo de sangre coagulada por la boca–, mucho vestido raro, mucho virtuosismo vocal, mucho exceso. Eso fue el concierto: un delirante exceso, un desborde de los sentidos.
Las vueltas de tuerca de Lady Gaga Es lo que distingue a Lady Gaga del resto de bichos del pop de masas: ella es más exagerada que el relato de un pescador, una defensora de la hipérbole, del más es más. Todo el concierto es una superposición de efectos y una vuelta de tuerca permanente a una idea barroca. Cuando parece que no se puede llegar más lejos, se llega (de ahí que saliera un monstruo de goma en Paparazzi como imaginado por H. P. Lovecraft: hay que estar muy enfermo para que se te ocurra eso).
Todo lo que antes se había hecho en materia de grandes espectáculos musicales en pabellones deportivos, Lady Gaga lo fuerza hasta llegar al colapso. De entrada, el Monster Ball Tour es un híbrido entre musical de Broadway, ópera sintética y desfile gay sin carrozas, aunque con mucho pantalón apretado, mucho torso desnudo y mucho bailarín marcando el six pack al más puro estilo CR7/Aznar.
La gira la dirige el hilo argumental de una larga noche de peregrinación desde el centro de Brooklyn hasta el 'Monster Ball', la noche más 'in' de una Nueva York deformada a la que Lady Gaga y su 'troupe' –mitad musculocas, mitad mariliendres– se dirigen en metro –subtrama del segundo acto– hasta llegar a un Central Park que más bien parece un bosque encantado sacado de una película de Tim Burton –tercer acto–, paso previo para llegar, finalmente, al 'show', que es precisamente el 'show' en el que el público se encuentra.
Y en medio de ese desarrollo, 'atrezzo' de otra galaxia, vestuarios surrealistas y un batallón de canciones a medio camino entre el pop de masas y el house de extrarradio. Lady Gaga en su versión más completa.
Canciones El 'show' fue un crescendo que, por momentos, apuntaba hacia la frustración. Ninguna de las dos canciones nuevas que ejecutó Lady Gaga, en especial 'Teeth', parece tener las hechuras de un 'single' de alcance mundial.
Baladas como 'Speechless' le restan velocidad al conjunto, y alguien debería decirle que no hace falta detener la música para presentar a uno de los bailarines, ni tampoco darle tanta cancha a ese sosias de Slash –melenaza, ombligo al aire, cachitas, sobrero, chaleco– que se marca algún que otro horripilante solo de guitarra. Pero salvando esos borrones sin mayor importancia, el 'Monster Ball Tour' va como un tiro. De hecho, no deja respirar cuando alcanza velocidad.
La coreografía de 'Just dance' tiene algo de vídeo de Michael Jackson y metraje de 'West Side Story', y el volumen de la música es invasivo: se mete perforando el cráneo, suena como un trueno, fuerte y rotundo. Poco a poco fueron llegando los temas clave –'Telephone', 'LoveGame', ya hacia el final 'Alejandro', 'Poker face', 'Paparazzi' y 'Bad Romance'– y, en paralelo, la histeria iba escalando en decibelios y gestos de adoración.
Si, según las encuestas, Belén Esteban pudiera obtener más escaños que Izquierda Unida en unas elecciones generales, quién sabe: es posible que Lady Gaga sacara en Barcelona más votos que Laporta. ¡Al loro!
Erotismo de garrafa Lo mejor, y lo más morboso, en cualquier caso, fue el fondo de armario. Este mensaje recogido en Twitter ("GRACIAS GAGA. Queremos todo tu vestuario para Navidad", firmado por @anasagre), resume el estado de perplejidad con el que se iba quedando el personal cuando empezaron a salir modelitos como el de la coreografía de 'Bad romance' –si no nos falla la vista, iba disfrazada de diamante–, el de 'So happy I could die' –mitad vestido de novia, mitad atuendo de ángel con alas y peineta, envidia de Martirio y de la Pantoja cuando va al Rocío– o el de 'Money honey', en el que parecía algo así como Batman con una máscara de carnaval veneciano.
Pero a la vez, Lady Gaga vendió un poco de erotismo de garrafa paseándose en bastantes canciones con unas simples botas, unas medias que acabaron con más carreras que un taxista en sábado noche, un sujetador que echaba fuego y bragas negras marcando camel toe.
Pero la única verdad sigue siendo ésta: hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera ("nunca me vais a ver haciendo un jodido playback", "sed vosotros mismos y que nadie os haga sentir mal", "os quiero", etc.), se pusiera lo que se pusiera, recogiera los ítems que recogiera –le dieron gafas de cartón y papeles con declaraciones de devoción eterna, imaginamos–, cantara lo que cantara, los fans respondieron como si se fuera a acabar el mundo (lo que en lenguaje Facebook se traduce por "como si no hubiera un mañana"). Un espectáculo intachable, una estrella al alza, una alianza inquebrantable. El pop de masas rozando la perfección.
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Y con Lady Gaga llegó la revolución pop a Barcelona
La cantante neoyorquina reproduce un espectáculo a modo de teatro musical
La cantante ha hecho gala de su extravagante sentido de la moda,
cambiándose hasta 15 veces de ropa
La cantante neoyorquina Lady Gaga ha revolucionado a 18.000 entregados fans este martes en el Palau Sant Jordi de Barcelona en un espectáculo a modo de teatro musical en el que ha abundado la provocación y la entrega que la han encumbrado, más arriba si cabe, a icono del siglo XXI.
Música, baile, teatralidad y fuerza: En Barcelona ha dado motivos para corroborar su hegemonía dentro del mundo del pop desde que empezara a sonar a finales de 2008 con "The Fame", un ejemplo de electropop con esencia que le brindó los premios y la fama mundial que ya anhelaba en su álbum debut. Unos audiovisuales proyectados en una gran pantalla que cubría el escenario mientras sonaba "I'm a free bitch" (Soy una zorra libre), han dado inicio al concierto al ritmo de "Dance in the Dark", en un primer acto inspirado en el barrio chino de una ciudad.
"I'm gonna kick your ass Barcelona" (Os voy a patear el culo, Barcelona), mientras sonaban los primeros acordes de "Just Dance" y rodeado de unos veinte bailarines y músicos le han bastado a la diva para meterse a todo el público en el bolsillo durante las dos horas restantes. El público, algunos tras días en la intemperie para agenciarse un buen sitio y llegados de todas partes desafiando huelgas de controladores, han respondido efusivamente al espectáculo.
Provocativa en todo momento, ha animado a saltar, gritar, rebelarse y quemar el dinero a los "pequeños monstruos" de Barcelona, ha seducido a un roquero al que llamaba Jesucristo y ha hecho gala de su extravagante sentido de la moda, cambiándose hasta diez veces de ropa y con un vestuario glam que recordaba al Bowie de los comienzos y a Queen, ambos referentes de la artista. El de monja-enfermera, con unas tiritas cubriéndole los pezones o un sujetador chispeante, se han llevado la palma recordando a la Madonna más polémica.
Con "Lovegame" ha llegado la tentación italiana, Gaga ha chuleado de tener un "gran pene italiano" (por si acaso alguien dudaba de su hermafroditismo) y con "Boys boys boys" ha incitado a la liberación sexual. Tras un archicoreado "Telephone", cuyo videoclip con Beyoncé es uno de los más vistos en la historia de Youtube, Stefani Joanne Angelina Germannotta (nombre real de Lady Gaga) ha mostrado su lado más intimista con "Speachless", en la que, emocionada, ha insinuado que no actúa "por dinero, sino por la fama y el 'show'".
Catársis colectiva
De la fiesta al drama, y tocando un piano literalmente en llamas, "Speechless" y "You and I" (de su próximo álbum "Born this way") han subrayado la etiqueta de artista total que ostenta Gaga. Con todo, Lady Gaga ha hecho gala de una portentosa voz, que la aleja de muchas artistas del 'mainstream' comercial obligadas a usar voces pregrabadas en sus directos (véase Britney Spears). Vestida de novia y elevándose varios metros en una plataforma ha vuelto a traer el ritmo en el Sant Jordi con "So happy I could die", zanjando el segundo acto.
"Monster", "Teeth", en un escenario invadido por un tétrico árbol y han dado pie a la retahíla de éxitos que la han llevado a vender quince millones de copias. "Alejandro" y "Pokerface" han transportado al público a una especie de catarsis colectiva (algo petarda, pero catártica al fin y al cabo) que no ha dejado de saltar hasta el último tema. Barcelona le tenía ganas a la nueva diva. Ritmos techno y unas imágenes propias del surrealismo alemán de los veinte han calentado el ambiente para el último acto, "El baile de los monstruos", que Gaga ha definido como "la mejor fiesta del planeta".
En "Paparazzi" ha sido devorada por un pez-monstruo, -en la versión más gótica del Warhol que tanto adora-, para reaparecer (y despedirse) con "Bad Romance", cuya coreografía sólo puede competir en fama mundial con aquél "Vogue" de la Madonna que pretende desbancar como reina del pop. Madrid, donde presentará este actúa el 12 de diciembre su "Monster ball tour", ya se puede ir preparando.
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Lady Gaga convierte Barcelona al 'burlesque' del siglo XXI
La neoyorquina premió a sus fans españoles con todos sus éxitos, desde 'Poker Face' hasta 'Alejandro' y 'Bad Romance'
Rojo pasión para una controvertida Lady Gaga en Barcelona
Madrid.- La reina de la extravagancia, la diva del excentricismo y la diosa de la controversia. Así es Lady Gaga, que poco a poco se está coronando como nueva diva del pop, la maestra del espectáculo y la representante de un ‘burlesque’ del siglo XXI y de la primera ópera electro-pop, como ella misma ha dicho. Con su show, Gaga hizo que la noche del martes siete de diciembre miles de sus ‘pequeños monstruos’ de Barcelona se rindieran a los pies de ‘su majestad’ en un abarrotado Palau Sant Jordi.
Stephanie Germanotta, (su verdadero nombre) conectó con miles de fans de una forma directa y reivindicativa, interpretando a su alter ego, Lady Gaga, más en estado puro que nunca. Hizo un espectáculo de dos horas en el que la música pasó a un segundo plano para primar a la meteórica artista y su dominio de la escenografía.
Desde el primer minuto, la neoyorquina jugaba sus cartas. Puesta en escena y vestuario siempre son sus mejores trucos para triunfar, si a esto se le suma la interminable lista de 'supeventas' musicales, Lady Gaga tiene el éxito asegurado.
Cambios de escenario y colorista y atrevido vestuario en el que no faltaban sus ‘looks’ irreverentemente religiosos, sus plataformas imposibles, y sus accesorios como capas, correas, látigos,… es el ‘burlesque’ llevado al siglo XXI y al extremo.
Tampoco faltaron sus habituales baladas al piano, el instrumento fetiche de Gaga a raíz del que comenzó a ser una artista.
Primero ha hecho aparición un teclado dentro un capó de un coche amarillo ambientado en un entorno neoyorquino -su cuna natal- para después tocar 'Speechless' con un piano negro en llamas.
Con las primeras notas de 'Telephone', uno de los videoclips más vistos de todos los tiempos, o 'Just Dance' el público calentaba motores para sucumbir ante su ‘reina’ con ‘Monster', 'Paparazzi' o el descargado 'Bad Romance'
La Gaga transgresora y la que dice no tener la sensación de parecerse a una cantante de pop perfecta ha calado con su 'perfomance' y prueba de ello ha sido su 'Alejandro', enfundada con un provocativo corsé negro y refrendada por su elenco de esculturales bailarines, o con su incansable 'Pokerface' .
Lady Gaga ha controlado escenario y ritmo y ha reivindicando su misterioso ascenso. "Bienvenidos al Monster Ball Tour; mi destino es tocar para vosotros", ha proclamado Gaga, que ha hecho mención a la libertad de cada uno y ha instado a su público a dejar atrás sus miedos o tabués.
El público se ha entregado y entre sus miles de seguidores se han multiplicado pequeñas réplicas hechas a su imagen y semejanza con gafas coloristas irrepetibles, pelucas rubias y peinados enlatados y vestuario imposible. Las entradas estaban agotadas desde hacía meses y Gaga no ha defraudado a sus 'pequeños monstruos' de Barcelona y así se lo ha hecho saber, alto y claro, durante todo un 'show' que ella misma ha descrito como la primera ópera pop-electro de todos los tiempos.
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Más de 18.000 personas vibraron con la nueva reina del pop en el Sant Jordi
Lady Gaga enloquece a Barcelona El concierto empezó con esa ansia que rodea todos los acontecimientos que generan mucha expectación.
Hacía meses que se habían agotado las entradas y la nueva musa de la modernidad tenía al público nervioso y excitado.
Barcelona - Carlos Sala
Las luces se apagaron, las cortinas que cubrían el escenario se encendieron y en una proyección apareció la protagonista de la noche, en plan «soy el gigante verde y soy muy sexy». Una Lady Gaga de metro sesenta ha enamorado a medio mundo; una de cuatro metros y medio simplemente lo vuelve loco, y sólo queda gritar. El estruendo era atronador y, de fondo, música electro que funcionaba como metrónomo para aumentar las pulsaciones de la audiencia. Entonces empezó la cuenta atrás, y finalmente cayó la cortina y apareció ella, oh, divina, y a tamaño natural. Empezaba así una noche delirante, mientras sonaban los primeros compases de «Dance in the dark».
Sexualidad irónica A partir de aquí Lady Gaga pasaba de ser un Cuervo, a un átomo, a un taxi, a una monja, a lo que hiciese falta. En definitiva, un gran espectáculo transformista, en que lo feo era hermoso y, de verdad, todo era muy feo. Lady Gaga ha acabado con la imagen estereotipada de cantante pop. Con su sexualidad irónica, su gusto por lo desviado y grotesco y su burla descarada de los cánones de belleza, y ha impuesto un nuevo paradigma en la música pop. Porque sus canciones, en la melodía, son sentimentales y melodramáticas. Clásicas, en definitiva. Chocan en la imagen, pero son canciones de amor de toda la vida. En ese sentido, su impacto es igual al de Madonna en los 80 y sólo en eso se parecen, nada más.
Con «Just Dance», el primero de sus «hits» en salir a escena, la abundancia de información y estímulos te daba la impresión de estar cayéndote por una cascada. Tocaba el órgano dentro del capo de un coche o saltaba en el escenario o corría por un pasillo al público o gritaba «hola Barcelona» y la gente se lo pasaba de fábula. Y sólo era el primer cuarto de hora.
Del «big bang» a la furia Entre canción y canción, interludios teatrales, mucha pose y atrezzo salido de cualquier carnaval. Sabe que no baila bien y prefiere movimientos sencillos, quitarse ropa y ser sugerente. Animo a la gente a ser valiente, alentó a su publico gay, y no se canso de hacer discursos mesiánicos. Después vendría “The love game” y “Telephone” y esa sensación de estar presenciando un “big bang”, un inicio, una furia que vete tú a saber qué acabara por crear. Y todavía faltaban los puntos fuertes, “Poker face”, “Bad Romance” y “Paparazzi”. “The Monster Ball os hará libres, pequeños monstruos” dijo y tenía razón. El 12, en Madrid, seguro que lo vuelve a demostrar.
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