El Diablo los junta
Gina Montaner
No le consta, afirma Hugo Chávez, que Muamar Gadafi esté librando una carnicería en Libia. Para el gobernante venezolano sólo se trata de difamaciones lanzadas por Estados Unidos y Europa, sedientos del petróleo libio y a punto de lanzar una ofensiva militar. Entretanto Gadafi, mentor y socio de la izquierda radical latinoamericana, se aferra a su trono con la furia de un perro rabioso.
A nadie sorprende el apoyo incondicional de Chávez al régimen de Gadafi. Son aliados y su vínculo se ha forjado por mediación de un viejo conocido del tirano libio, el sandinista Daniel Ortega, cuya relación con este errático y delirante personaje viene de lejos, desde los tiempos del primer gobierno sandinista en la década de los ochenta.
A fin de cuentas los revolucionarios conforman una gran familia que desafía la distancia entre continentes y cuenta con guerrillas y logística intercambiables. Era previsible que Gadafi, quien en su juventud fue un coronel capaz de destronar a la monarquía agitando el color de la esperanza con su insondable Libro Verde, quisiera apoyar al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) después de la larga dictadura de Anastasio Somoza.
Cuando la Junta Sandinista se instaló en el poder en 1979, su insurrección también prometía ser verde esperanza; sin embargo, cuando Daniel Ortega perdió la presidencia en las elecciones de 1990, lo que dejó atrás fueron años de corruptela con la repartición de una piñata que incluía propiedades y bienes ajenos. Para entonces los libios ya estaban atenazados bajo un sistema de terror y los nicaragüenses sufrían una corrompida clase política.
Caso Nicaragua
Sólo se comprende el triunfo de Ortega por segunda vez en 2006 por la división de los liberales, suicidamente dispuestos a facilitar el regreso de su antiguo adversario. Siendo presidente Arnoldo Alemán y luego Enrique Bolaños, los tribunales desestimaran las acusaciones de abuso sexual que Zoila América Narváez, hijastra de Ortega, había vertido sobre él. Según su testimonio en 1998, su padrastro comenzó a acosarla cuando tenía once años.
Mirándose en el espejo deformante de Gadafi, hoy Daniel Ortega vuelve a burlarse de la Constitución presentándose a los comicios de noviembre a pesar de que la ley prohíbe la reelección consecutiva. La oposición ha protestado y desde las redes sociales se está denunciando este atropello, pero la maquinaria del FSLN avanza como un rodillo y no hay ningún Wael Ghomin en el horizonte tuitero nicaragüense capaz de movilizar a la juventud. Por si las dudas, Tomas Borge, un dinosaurio del sandinismo puro y duro, ha dicho, "cuando la situación histórica lo exige, la renuncia al liderazgo no es admisible".
El próximo noviembre los nicaragüenses se enfrentan a lo contrario de la esperanza, o sea, a la posibilidad de que se enquiste en el poder un personaje tan siniestro como Daniel Ortega: el chico de los recados en América del régimen libio, a cargo de canalizar la financiación de las FARC, tal y como se pudo saber por los documentos hallados en 2008 en el ordenador del guerrillero Raúl Reyes.
El mismo hombre que pudo haber violado durante años a su hijastra. El jefe de estado que utiliza a los tribunales para perseguir a sus adversarios políticos o manipular las elecciones municipales en Managua. Amigo del alma de ese otro militar que desde hace cuatro décadas gobierna con mano dura y cruel en Libia. No tengo claro quién los cría pero es evidente que el Diablo los junta.