Me gustaría tener la destreza de mi amigo Daniel Fernández o de mi admirado Dr. Ariel Remos para poder ofrecer un trabajo a fondo, destacando las cualidades técnicas, que posee la más reciente producción de la cantante y compositora cubana Luisa María Güell.
En realidad debería referirme a sus dos últimos cd, Luisa María Güell canta las canciones de Edith Piaf en español, y el mismo, interpretándolas en francés.
La mayoría de las personas, pienso, disfrutan la música como algo sensorial, se deleitan con la melodía, la letra, identificándose con la voz del intérprete. Y así ha llegado a mí, a lo largo de los años la sonoridad, las canciones y el estilo de Luisa María, como un claro torrente de emociones, con los que me identifico.
Desde la ya legendaria No tengo edad, en los albores de su carrera, rodeada de la candidez de su (nuestra) juventud, y el encanto e inocencia que recogían las canciones de esa época, hasta la vibrante versión de La vida en rosa, donde priman los tambores (tan cubanos, tan africanos) como elemento de acompañamiento.
Luisa María Güell ha escrito más de 250 baladas, fundiendo en sus canciones tangos y milongas; ritmos y compases afrocubanos; recursos de habaneras, danzones y boleros, alcanzando enfáticas armonizaciones que el público percibe y premia con sus aplausos en los espectáculos donde se presenta, o comprando y atesorando sus discos, que escucha una y otra vez, descubriendo en cada ocasión nuevas resonancias, un lejano instrumento que había pasado inadvertido y que de repente se hace sentir. Al menos así ha ocurrido conmigo.
Al escuchar sus dos nuevos discos, interpretando las canciones más memorables de la legendaria Edith Piaf, descubrimos que Luisa María Güell, en vez de situarse en la vieja Europa, de la que es deudora por sus éxitos y reconocimientos, lo que ha hecho es fusionar con sabia destreza, lo francés, lo europeo en su conjunto, con lo cubano, lo caribeño, los porteño... y creo que ahí radica el impacto de este disco (ya sea escuchándolo tanto en español, como en francés), en la comunión entre culturas: la cubana, la suya, que no puede apartar de su entorno y la francesa, donde recibió grandes triunfos, como la Medalla de Oro Edith Piaf, que tanto ha influido en su intensa carrera. Habría que añadir, pienso, la fuerza del vivir en los Estados Unidos, en Miami específicamente, como centro multicultural y étnico, de inevitable (e invaluable) influencia en nuestras vidas. De ahí los tangos y las milongas, la fuerza del bandoneón, cuya sonoridad, exquisitamente ejecutada por el maestro Sildo Aghemo, forma parte integral de estos dos discos y en general de la música de la cantante antillana.
La discografía de Luisa María Güell la sitúa a la vanguardia de los ritmos más contemporáneos y sonoros. Su producción Arroz con frijoles y arroz blanco, con canciones muy cubanas, muy de exiliada, como Balada del balsero enamorado, Yo, antes que anochezca, un homenaje al escritor Reinadlo Arenas y Ah, luna cubana, entre otras, destacan por un profundo recorrido por sus raíces y el manejo de tonadas y logrados efectos sonoros. Otro de sus discos, Lo que nunca dije, canciones y poemas, con cuarenta y nueve temas, es un ejemplo de arduo trabajo y de dominio expresivo.
En su nueva producción, doble, con las canciones de Edith Piaf, complementa su carrera. Padam, padam, La vida en rosa, e Himno al amor, son algunas de las canciones que emocionan y llenan el alma de inquietantes vibraciones. La voz de Luisa María Güell es inconfundible, suave y dulce, que se crece y alcanza la nota imposible y la sostiene en el momento preciso, manteniendo el dramatismo y la emoción del tema que interpreta.
Sin duda, una cantante, actriz y compositora completa, un argullo de los cubanos y de los hispanoamericanos.