EL ÚLTIMO CONGRESO EN LA HABANA - Cuba Eterna

El último Congreso en la Habana

Cubanos frente a un cartel del VI Congreso del Partido Comunista.

Gina Montaner | Miami

Este sábado, La Habana amanecerá repleta de consignas y por sus calles marcharán los tanques y soldados en un gran desfile militar. Para Fidel y Raúl Castro se tratará de una doble celebración: el 50 aniversario de la derrota de tropas de exiliados en Bahía de Cochinos y el inicio del VI Congreso del Partido Comunista después de un intermedio que ha durado 14 años. Desde su óptica será la gran fiesta de los vencedores y no habrá cabida para los vencidos.

La Habana se despertará entre la solemnidad y la soñolencia. Por un lado, se espera que en el encuentro de unos 1,000 delegados se ratifiquen las insuficientes reformas económicas que en el último año ha impulsado Raúl, quien con casi toda seguridad será nombrado Primer Secretario del Partido. O sea, en una suerte de sucesión dinástica el hermano pequeño hereda el trono de Fidel, hoy semi-retirado en sus aposentos y entretenido en cantinflescas disertaciones que él se empeña en llamar Reflexiones. Habrá nuevos nombramientos y ascensos de cuadros del Partido con la intención de inyectarle botox a una vetusta Revolución cuyo rostro nunca ha sido humano. Poco más cabría esperar de una dictadura arteriosclerótica.

Bien, ese es el capítulo ceremonial en un recinto donde es posible que aparezca el viejo comandante para recordar que mientras esté vivo no hay brizna que se mueva en la Isla a pesar del diagnóstico certero de su hermano: “o rectificamos o nos hundimos”. A fin de cuentas el naufragio ha sido lento (pero doloroso) a lo largo de más de medio siglo.

Hasta ahora rectificar ha significado sumar unas mesas en los paladares; permitir unas barberías privadas; mandar al paro a medio millón de empleados públicos; vender un chivo y que no te cueste la cárcel. Pero lo importante y fundamental está en no permitir ni un ápice de libertad individual.

Hundirse, sí, pero dentro de un gran campo de concentración milimétricamente diseñado para gasear la conciencia de la sociedad civil. Lo justo y con el tiempo necesario para que los Castro puedan morir con los galones y las botas puestas. Por algo el propio Raúl ha dicho que este Congreso será el último de la generación que hizo la Revolución. Bastará ver la edad de muchos de los presentes para comprender que están ganando tiempo con el vano propósito, como Franco antes de morir, de que lo dejan todo atado y bien atado. Ilusos.

Esa es la parte predecible del guión. Afuera, donde el tufo a gerontocracia sólo provoca desaliento, es donde radica el auténtico pulso de un pueblo consciente de que el barco se hundió hace mucho y ya no hay tímidas modificaciones que puedan salvar lo insalvable.

Cierto que los cubanos están amordazados y que sólo un puñado de disidentes y blogueros apunta con el dedo los cimientos podridos de un sistema en ruinas. Cierto que la policía política vigila, infiltra y debilita a una oposición de la que la mayoría procura distanciarse para evitar los gulags. Sin embargo, en medio del erial el disidente Oscar Elías Biscet proclama una verdad irrefutable: los únicos que sobran son Fidel y Raúl. Es hora de irse, les dice a la cara, para ir construyendo el cambio inevitable.

Este sábado la Habana será una multitud de banderas y más banderas. La soldadesca al sol. Los aplausos y vivas porque hace cincuenta años los vencedores aplastaron a los vencidos. Vencedores y vencidos. Al final ¿quién ganó? Fidel y Raúl se marcan un último tango amarraditos los dos. Más aplausos (enlatados).