Homenaje al Hijo de Dios hecho Hombre, Jesucristo, que nos dejó en la cruz el símbolo de su amor y de su sacrificio redentor.
El mundo cristiano se estremece de amor y de dolor cada Viernes Santo, cuando se conmemora la crucifixión y muerte de Jesucristo en el cumplimiento de su misión divina y humana sobre la faz de la tierra.
En la cumbre del Calvario, después de un recorrido que se identifica como la Vía Dolorosa, entregó Jesucristo su alma al Creador, a su Padre, en la culminación de un drama y de una tragedia cuyo recuerdo se eterniza en la conciencia universal con todo lo que significa aquella muerte. Fue una muerte con los brazos abiertos clavados en una cruz que, desde entonces, es símbolo supremo de la vida y la muerte del Hijo de Dios hecho Hombre, el Divino Redentor de la humanidad.
En torno a todo lo que representa el Viernes Santo, cabe la identificación suprema del mundo cristiano con ese hecho que significó un sacrificio máximo de quien, cumpliendo una misión divina, dio su vida para redimir a la humanidad.
Siete palabras inmortales dichas desde la altura ensangrentada del Gólgota, sellaron los labios de aquella figura divina que a su paso por la tierra, en tres años de ejemplar vida pública, le enseñó al mundo de entonces y al de siempre la doctrina capaz de salvar a la humanidad a lo largo de todos los siglos.
En la vida y en la muerte de Jesucristo, está el mensaje de inmenso contenido divino y humano para que prevalezcan la paz, el amor y la justicia en las conciencias de los que invocan la doctrina de ese personaje de la historia universal que, como Dios y como Hombre, es la figura suprema del Cielo y de la Tierra.
Mientras dure el tiempo, mientras se invoque con respeto la vida y la muerte de Jesucristo, la humanidad tiene que postrarse ante todo lo que representa esa vida desde su nacimiento en aquella fría noche de Belén, hasta lo que significa, en tragedia y sacrificio, el Viernes Santo. Este día recuerda el martirio supremo del Hijo de Dios hecho Hombre que, después de siete palabras inmortales, flagelado, entregó su alma al Padre Eterno entre truenos y relámpagos con eclipse de sol.