El ser percibido como consumidor de drogas marca muy negativamente la vida tanto social laboral del individuo. Produciéndose una construcción social referencial bajo el estigma de drogadicto o toxicómano, que es siempre arbitraria, cultural y totalizadora.
La Sociedad busca clasificar y dividir a los seres humanos en función del grado de pertenencia o no a ésta, por lo que excluye a unos colectivos (generalmente los más débiles) de toda participación social y lo hace en el ámbito de las ideologías excluyentes, bajo miles de atributos negativos que justificar ésta su exclusión/marginación, entendiendo por esto último la decisión social -de forma implícita-, de prescindir de ciertos individuos, aquellos que se encuentran en los límites o fuera de ellos (como es el caso de los toxicómanos).
El consumo es una pérdida de calidad de vida, pero también se convierte en un hecho diferencial con relación a quienes no son consumidores (la mayoría). El adicto vive la vida a través de la sustancia y adquiere sin saberlo el rol de drogodependiente, perdiendo su lugar/espacio en la Sociedad, siendo exiliado, apartado, separado, son minusvalorados socialmente.
La ruptura con el consumo es el primer paso para lograr la reinserción social, es crearse nuevos estilos de vida libres de drogas, adquiriendo nuevos valores psicosociales, logrando una cierta calidad de vida.
El siguiente paso sería su integración laboral. Esta pasaría necesariamente por un periodo de formación, en el que no sólo deberá adquirir los conocimientos necesarios para desempeñar una actividad laboral, sino las habilidades sociales perdidas. Porque tener un empleo no es sólo desempeñar unas tareas, realizar un trabajo y recibir un sueldo por ello, es mucho más. Es ocupar o volver a ocupar un puesto/lugar en la sociedad.
Sólo participando activamente en la sociedad (a través del trabajo) es cuando se nos reconoce como individuos de plenos derechos y deberes, es cuanto “somos” para los demás, es aceptación y responsabilidad social.