Con 39 goles supera ya el mítico registro de Hugo Sánchez y Telmo Zarra
Miguel A. Herguedas
Hugo Sánchez lo vio por la tele y Telmo Zarra lanzó un guiño desde el más allá. De algún modo, ambos ya sabían hace unos días que eran pasado, que ahora, en esto del Pichichi, hay que postrarse ante Cristiano Ronaldo, autor de 39 goles en Liga, que ya se dice pronto. Una cifra sobrehumana, casi ajena cualquier análisis lógico. Una gesta con mayúsculas para hacer más llevadero el final de temporada del Madrid, que sacó de El Madrigal su quinta victoria consecutiva a domicilio (1-3), un exhibición más de su gran figura. [Narración y estadísticas]
Fueron dos libres directos como dos fulgores. Dos faltas casi calcadas, con la bota derecha, superando la barrera por arriba. Tan fuerte como permitía el tejido del balón. La parábola asesina, el portero turbado, la inminencia del gol. Un doblete para la eternidad, perfecto colofón para esta Liga. Mientras en el Camp Nou el Barça levantaba la Copa, Cristiano, ajeno a todo, se empleaba a tope. Pasarán décadas y se seguirá hablando de él, de su afán, de su récord.
Esa voracidad, consecuencia quizá de los traumas de la infancia, le permite mantener el pulso con Leo Messi, antagonista de leyenda. Y salir ganador en este mano a mano particular. Y acaparar todas las miradas. Y convertir un tedioso compromiso de final de temporada en toda una atracción futbolística.
A nadie podía importarle otra cosa que Cristiano. Ni el claro dominio del Madrid, plasmado en una contra de Marcelo, ni las recurrentes pataletas del Villarreal contra el árbitro, culminadas con una trifulca sin sentido entre Cani y el célebre Fermín, juez de línea de profesión. Ni el inservible 1-2, al poco de volver del descanso. Nada se debía interponer entre Cristiano y su destino. Desde hace unas semanas, cuando se entregó la Liga y la Champions, ya estaba escrito que iba a ser así.
Una víctima llamada Diego López La primera vez que se perfiló, tras un derribo sobre Kaká, chutó con la misma rabia de siempre, pero sin buscar la perfección. Algo centrado, aprovechando la respuesta tardía de Diego López, que vino venir aquello y apenas pudo oponer una meliflua manita. No merecía ese mal trago el gran portero gallego, porque ya el año pasado se había llevado otro zambombazo a balón parado en Chamartín. '¡Ni una falta más por aquí cerca!', imploró a sus compañeros. Una orden cumplida a rajatabla hasta el descuento, hasta el 92, cuando Marchena se llevó por delante a una camiseta blanca.
La pidió Cristiano, claro, porque le aguardaba la gloria. Cuando la rompió, con todo el empeine, temblaron las redes amarillas de El Madrigal. Y Diego, testigo de excepción, ni pudo pestañear antes de verla en la escuadra. Un golazo de bandera. El clímax perfecto de Cristiano, felicitado por los mismos de siempre, por Marcelo y Pepe, ese clan portugués del que nunca se separa.
No quedaba tiempo para más y ni maldita la falta que hacía. Undiano mandó a todos a la ducha y flotaron algunas banderas blancas por Villarreal. Quienes lo vieron en directo, por mucho que les cieguen los colores, lo podrán contar a toda su parentela. Un día de San Isidro, allá por el año 2011, Cristiano rompió todos los registros en El Madrigal. Así lo recordará la historia por siempre.