Por Luis Cino Álvarez /LA HABANA, Cuba,
Lo más parecido en La Habana a un mall yanqui es la Plaza de Carlos III. Se respira allí, para los que tienen dólares, aires de consumismo. Pero en la cafetería de la planta baja, inundada de olores exquisitos, hay una inmensa foto a todo color, donde predomina el verde olivo y el rosado, de Fidel Castro y un cartel que proclama: “Podemos construir la sociedad más justa del mundo”.
El complejo comercial en el corazón de Centro Habana es uno de los peores sitios posibles para hablar de igualdad.
Por los alrededores de la Plaza de Carlos III, siempre esquivando a la policía, amén de los prostitutas y los rateros, pululan pordioseros, vendedores callejeros (con licencia o generalmente sin ella), y los que recogen latas y botellas vacías del suelo o los cestos de basura, para venderlas o cambiarlas en los centros de recogida de materia prima.
Muchos son ancianos o impedidos físicos, sucios, mal vestidos y peor alimentados. Para ellos, los departamentos climatizados de la tienda, lo que exhiben las vitrinas y las apetitosas ofertas de sus cafeterías pertenecen a un mundo lejano e inaccesible.
Se calcula que cerca de la mitad de los cubanos no tienen acceso al peso convertible. Aunque a los gobernantes cubanos les moleste la insistencia en el detalle, hay que recordar que el salario promedio mensual en Cuba es 436 pesos (unos 18 dólares). El gobierno alega que sin incremento de la productividad no puede elevar los salarios ni erradicar la dualidad monetaria. Menos aún acabar con las desigualdades sociales, que ya se dieron por inevitables.
Pero últimamente insisten en perfeccionar el socialismo. El mismo que en 1987 el Comandante en Jefe aseguró que “ahora sí íbamos a construir”. Sólo que el general Raúl Castro advierte salvedades tales como que “igualdad no es igualitarismo” y que “varias formas de propiedad y producción pueden coexistir armónicamente, pues ninguna es antagónica con el socialismo”.
Por suerte, Raúl Castro acostumbra a avisar cuando empieza y termina un chiste, así que cuando habla de socialismo uno asume que debe ser exactamente a eso a lo que se refiere.
“Ahora más que nunca, socialismo para siempre”, dice un letrero de cartón colgado en un mugriento local de la calle Reina, en Centro Habana. Alguna vez fue una tienda. Ahora lo ocupan un relojero y una joyera. Se aburren. Apenas tienen clientes. Se ausentan a menudo para comer algo o resolver asuntos personales. En el local no hay agua. El servicio sanitario está clausurado. Los únicos muebles son un par de sillas y un polvoriento buró.
El autor del letrero sabrá por qué, precisamente ahora que hablan de eliminar subsidios y gratuidades indebidas y los Lineamientos del VI Congreso apenas tienen algo que ver con las ideas de Carlos Marx, es conveniente augurar la eternidad del socialismo.