El vendedor ambulante, ese que sale a las calles a ganarse el pan de cada día, y que a lo largo de grandes distancias pregona su mercancía, ha sido uno de los más perseguidos durante estos años en Cuba. Pero aún así, no han podido acabar con este popular personaje que, con su pregón, entra en nuestros hogares.
Cuando en los primeros años revolución castrista se perseguía a los vendedores por cuenta propia, estos tuvieron que adaptarse a las circunstancias. Fue así que comenzaron a vender por encargo; otras veces llevaban la mercancía a las viviendas, o procuraban hacerse de una clientela fija. Otros recorrían las calles exhibiendo disimuladamente una muestra del producto, como una forma muda de pregonar, y contaban con la complicidad de la población, que a su paso les preguntaban: ¿Lo vende?
Hoy, que se ha impuesto la licencia para los cuentapropistas, los inspectores y policías están a la caza de este tipo de vendedores. Pero aún así, muchos se niegan a pagar licencia, por lo que tienen que extremar las medidas de precaución a la hora de vender para no terminar en la Estación de Policía, con los productos decomisados y multados.
En mi barrio es popular un vendedor de frutas conocido como Nacho, que ahora viene con un ayudante que conduce su carretilla, mientras él, a cierta distancia, como único pregón, dice: “¡Vaya, que me voy!” Y todos saben que acaba de llegar. Las dos únicas veces que se ha perdido, ha sido debido a alguna redada policial.
Pero donde la ingeniosidad del cubano se ha puesto de manifiesto, es en los vendedores de artículos para el hogar. Vienen en tríos: uno camina como a setenta metros; es el explorador que alerta contra policías e inspectores. Otro, detrás, viene cargado de mercancías y pregona atropelladamente: “¡Escobas, haraganes, palos de trapear, chancletas de baño, sartenes, jarros de aluminio, palitos de tendedeeraaa!”. Y el tercero, que parece no tener nada que ver con los dos primeros, es el que guarda el dinero de la venta. Dicen que así es difícil que los sorprendan, y si pescan a alguno, no pierden el dinero.
De una forma o de otra, hoy en Cuba el pregón sigue en nuestras calles como un símbolo del folclor nacional. Que no lo dejen morir, para que siga inspirando a músicos y poetas.