Orlando González Esteva /Miami
'Estas pequeñas estrofas son y no son fotogramas independientes, juntas conforman un retazo de una película imposible: la película de mi padre.'
El hábito de fumar de mi padre marcó mi vida. Niño aun comencé a temer por la suya y a adiestrarme para que su muerte no me aniquilara. Ni la adolescencia ni la edad madura atenuaron ese temor. Al contrario: acabé dándole por suicida. Solo así podía explicarme aquella necesidad suya de consumir un cigarrillo tras otro desde mucho antes de que amaneciera, en obstinado y cada vez más obvio perjuicio de su salud; solo así podía, quizás, perdonársela. Mi padre prefería matarse y, por consecuencia, dejarnos solos a dejar de fumar, me decía. Qué egoísmo. ¿El suyo? ¿El mío? En nuestro hogar de exiliados, menesteroso y triste, se desafiaba a la muerte, y ésta aceptaba el desafío, pero con una condición inapelable: los hechos deberían sucederse en cámara lenta.
Ni los ataques de tos, ni la insuficiencia cardíaca, ni el enfisema que acabaría matándolo, ni las sucesivas estancias en el hospital, ni la dependencia del balón de oxígeno, ni las reiteradas punciones a que fue sometido para extraerle el exceso de líquido pleural, ni la agonía que sus doctores le auguraban, ni la angustia manifiesta de quienes bien le queríamos y oscilábamos, exhaustos, entre la cólera y la compasión, consiguieron apartar a mi padre de una práctica que había iniciado en Cuba, en un pueblo donde los jóvenes que fumaban tenían algo más de qué presumir —como si la juventud no les bastara—, y el olor a tabaco, la forma de empuñar y encender un cigarrillo, de llevárselo a los labios, de sostenerlo en una comisura de ellos, exhalar el humo y deshacerse de la ceniza los convirtiera, a los ojos de las jóvenes de entonces, en artistas de cine.
No hay Día de los Padres que no piense en mi padre. No hay día, en realidad, que no piense en él. Estas pequeñas estrofas son y no son fotogramas independientes, porque si bien es cierto que ninguna debería depender de las otras también lo es que juntas conforman un retazo de una película imposible: la película de mi padre.
Mi padre fuma demasiado.
La Muerte le sabe a Cuba.
*
Mi padre lee lo que el humo que exhala
escribe de él.
*
El cenicero de mi padre desborda
de pensamientos.
*
Ante la tos de mi padre, la Muerte
mira el reloj.
*
No son volutas de humo, sino señales.
Mi padre fuma.
*
Quien fuma vea su propio fantasma
jugar con él.
*
Mi padre teme que el futuro se alargue
y fuma adrede.
*
Humo del cráneo de mi padre, no tiembles.
Somos hermanos.
*
El cigarrillo de mi padre: la horma
de su destino.
*
Entre los labios de mi padre, la Muerte
viste de blanco.
*
Entre las sábanas de mi padre,
los sueños muertos son algas.
*
Una madeja de humo blanco: mi padre
se desenreda.
*
Tiento la cama donde murió mi padre:
ni sombra de alma.
*
Un punto rojo en mitad de la noche.
¿Quién fuma solo?
*
Madrugador, cedió el paso a la Muerte
antes que al sol.
Autor Orlando González
Orlando González Esteva nació en Palma Soriano en 1952. Fondo de Cultura Económica ha publicado una antología de sus textos: ¿Qué edad cumple la luz esta mañana? (México, 2008).
Otros textos suyos: El árbol de las moscas y Todo lo que brilla ve (Homenaje a Gaston Bachelard).