¿Que sentido tiene salir a marchar?
Creo que en el momento en que se produjeron los disturbios de Stonewall quizás pude haberlos visto en la televisión o en algún periódico, pero no recuerdo que haya tenido para mí un impacto particular. En el año 1969 yo tenía apenas 18 años de edad y me encontraba terminando el bachillerato.
En aquel momento, no tenía inquietudes relacionadas con la orientación sexual, cosa que no sucede con las personas que la tienen definida y clara desde la infancia o adolescencia. Si bien podría estar en la efervescencia propia de mi edad en ese momento, esa efervescencia no estaba acompañada de inquietudes y reflexiones sobre la orientación sexual.
Después de la gran movilización juvenil de mayo del 68 y por ser la época de las agitaciones del movimiento hippie, me encontraba altamente motivado por las transformaciones que se estaban dando por construir nuevas formas de convivencia en las comunas y por la transformación de las relaciones sexuales y afectivas entre todas las personas. Esto significaba que en ese momento no existía, o por lo menos yo no lo viví así, la preocupación por saber cuál era mi orientación sexual. Lo que sí existían eran las sacudidas juveniles por la utopía, el deseo de experimentar con los afectos y con la sexualidad y el interés por resolver los asuntos afectivos de manera colectiva.
La experimentación con la sexualidad era un tema frecuente de conversación entre los compañeros de colegio y posteriormente en la Universidad Nacional de Bogotá. Las discusiones giraban alrededor de las posibilidades de conformar una familia múltiple, donde se dieran relaciones entre las diversas personas sin distinción de sexos ni de orientaciones sexuales. En este contexto tuve la oportunidad de disfrutar diferentes experiencias con mujeres y hombres y no llegué a inquietarme en ningún momento sobre cuál era mi orientación sexual. Viví mi juventud en un período de grandes transformaciones culturales relacionadas con la sexualidad y la vida en común, y llegué a la conclusión de que simplemente soy un ser sexuado, que tiene ante sí todas las posibilidades de relación sin necesidad de plantearme el problema de mi identidad como heterosexual, homosexual, gay o bisexual. Posteriormente me enteré de la existencia del movimiento de liberación homosexual a través de la entrada en escena del filósofo León Zuleta, quien se presentaba a sí mismo como el líder de este grupo en Colombia. En la actualidad, después de haber vivido varias relaciones de enamoramiento con mujeres y hombres, por separado, pienso que sigo siendo un ser con posibilidades diversas de relación y no me siento identificado con ninguna de las categorías presentes en la sigla LGTBI.
En la actualidad algunos amigos me preguntan sobre cómo fue mi experiencia de “salir
del closet” y usualmente lo que respondo es que para que una persona pueda “salir del closet” primero tiene que haberse metido en él. No es mi caso. Pienso que todos los seres somos sexuados y que la característica fundamental de todo ser humano es su posibilidad de decidir sobre sí mismo y sobre sus circunstancias.
Entonces ¿por qué participo en la marcha del orgullo gay? Por varias razones. La primera es porque considero que toda manifestación orientada a reconocer los mismos derechos para todas las personas debe ser apoyada y respaldada por todo aquel que se considere demócrata y que esté dispuesto a ejercer su capacidad de ser ciudadano en las manifestaciones públicas.
Todas las personas, independientemente de nuestra orientación sexual, tenemos el derecho a vivir dignamente y a ser reconocidos como seres humanos con los mismos derechos que los demás. La dignidad no es tanto un valor que deban otorgarnos los otros sino un asunto que debemos ejercer libremente. Marchar colectivamente es hacer un ejercicio público por nuestra dignidad como seres humanos.
Con la marcha del orgullo gay se construye públicamente una nueva sociedad donde todos los personas nos reconocemos y valoramos mutuamente por fuera de nuestras maneras distintas de ser y de actuar. Esa nueva sociedad no es algo se realiza en un futuro si no que es algo que cada uno de nosotros, conjuntamente con los demás, construimos en el aquí y ahora, en el presente inmediato. Las movilizaciones en torno a los derechos del sector gay también ponen en relieve que las sociedades donde se ha asumido seriamente el horizonte de los derechos humanos y una cultura democrática, ya se han adelantado procesos que reconocen legalmente estos derechos a todas las personas y en ellas se ha demostrado que, para que la dignidad sea posible, es necesario que esto se refleje en las legislaciones y en los acontecimientos públicos.
Las marchas del orgullo gay también son un espacio donde el principio de lo femenino,
con su carga de colorido y sensibilidad, puede expresarse libremente en nuestros cuerpos en los cuerpos de los demás y sea ampliamente reconocido y valorado como un potencial de cualquier ser humano independientemente de su condición de hombre, de mujer o de cualquier figura de género que se desee asumir.
Valoro la expresión de lo femenino en todos los cuerpos, y por lo tanto reivindico los colores, las plumas y la liberación de las expresiones humanas. Que la vida pueda ser una fiesta y la celebración de la creatividad un don a realizarse en todos los seres humanos.
Debemos luchar contra todas las formas de discriminación. Por tal motivo, la marcha del orgullo gay es también un escenario abierto donde pueden participar todas aquellas personas que se han sentido discriminados por algún motivo, por su orientación sexual, por el color de su piel, por sus creencias religiosas, por su identidad de género, por su situación económica, por su capacidad física o mental. A todos aquellos que nunca se han sentido discriminados, esta movilización es, de igual manera, una oportunidad de solidarizarse contra las formas de exclusión y una ocasión para realizar un encuentro por la vida y la solidaridad.
Quienes realmente hicieron la revolución de junio de 1969 e inauguraron el actual movimiento los derechos de los homosexuales no fueron ni los gays, ni las lesbianas, ni los bisexuales: travestis y los transexuales. Esta afirmación cobra sentido si tenemos en cuenta que el Inn era frecuentado mayoritariamente por travestis chicanas y negras del underground de En este contexto aparece una travesti de origen puertorriqueño que se convirtió en el símbolo de la lucha por los derechos del sector LGTB. Su nombre: Sylvia Rivera. Curiosamente, a pesar de su ascendencia latina, su vida y su obra gozan en nuestro continente de una cierta invisibilidad. Sylvia Rivera nació el 2 de julio de 1951. Sin embargo, rodeada de aire legendario, hoy en día resulta difícil reconstruir su vida sin caer en imprecisiones, pues si se tienen en cuenta sus recuerdos y lo que dicen quienes que la conocieron, se llega a una maraña de confusiones. Se afirma que llegó al mundo en un taxi y que, tras ser abandonada por su padre en su infancia y quedar huérfana después del suicidio de su madre a los tres años, Rivera creció en las calles. Algunos sostienen que fue ella quien lanzó el primer cóctel
molotov a la policía durante los disturbios de Stonewall.
Sean ciertas o falsas estas versiones de su vida, muchos coinciden en afirmar que Rivera
tuvo un rol protagónico en los disturbios de junio de 1969 y jugó un importante papel en la fundación y consolidación del Frente de Liberación Gay y de la Alianza de Activistas Gays de Nueva York. Aun así, Rivera solía mirar con cierta displicencia a los grupos en defensa de los derechos de los homosexuales de la época, pues la mayoría de éstos estaban conformados por gays y lesbianas blancos y de clase media, ligados al mundo académico y a otras luchas políticas, como el incipiente movimiento feminista y los grupos en contra de la guerra de Vietnam.
Desde luego, su figura no fue siempre bien recibida en los conservadores y normativos
grupos activistas de finales de los 60s, que consideraban a la transgeneridad una manifestación “exagera” y poco “adecuada” de la homosexualidad. De igual manera, muchas lesbianas feministas no se atrevían a considerar a las transexuales y travestis como “mujeres de verdad” y sostenían que sus luchas no eran de tipo político.
Su amistad y conjunta militancia con la drag-queen negra Marsha P. Johnson también es histórica. Junto a ella, Rivera fundó el grupo activista Star (Travestis Callejeros por la Acción Revolucionaria, por sus siglas en inglés) e irrumpió con fuerza en las discusiones alrededor de las identidades transgeneristas y las reivindicaciones particulares de las prostitutas transexuales. A pesar de su poca estructuración y de contar con pocos miembros, Star creó albergues para meretrices sin hogar, lideró protestas públicas y se manifestó ante los crímenes de odio de las transexuales. Este colectivo sería el fermento de lo que más tarde se convertiría en el movimiento por los derechos de las personas transgeneristas en Estados Unidos.