El más famoso loco de Cuba ya fallecido,El Caballero de Paris
LA HABANA, Cuba Por Miguel Iturria Savón
Cada elemento de la vida tiene su lectura, aunque hay hechos ordinarios y cotidianos que resultan insólitos e inexplicables; pero no siempre nos inquietan, lo cual pospone la posible solución. La locura es uno de ellos, al menos en La Habana, donde crece como el marabú en las llanuras de Camagüey. Veamos tres casos.
El loco de la Cinemateca, en 23 entre 10 y 12, Vedado, es joven, blanco, apacible, simpático y a veces anda con un cartel que dice: “Soy loco pero bueno”. En ocasiones lo dejan entrar a las funciones de las salas Chaplin y Charlot, de donde hay que sacarlo, porque en medio del filme, realiza interpretaciones paralelas que desconcentran a los espectadores. Cuando comienza el Festival de La Habana o ciclos atractivos como el francés, alemán, español o ruso, opta por improvisar monólogos para quienes esperan afuera.
En la misma calle, caminando hacia el mar, encontramos en la Casa del perro, de 23 y K a un loco silencioso y hambriento. Es negro, cuarentón, anda sucio y sin zapatos y se dedica a pescar pedazos de pan con salchicha en los pequeños cestos de desperdicios de esa cafetería. Los policías del entorno, sospechosamente cuerdos, lo miran con desprecio. A veces algún extranjero le compra y obsequia la apetitosa lata de cola y el pan con perro caliente. El tipo los devora sin dar las gracias y luego cruza la calle en busca de uno de los bancos de la parada, donde duerme la siesta.
En el casco histórico de La Habana los dementes aumentan, pero las autoridades reducen su número mediante el plan de recogida que “limpia” la imagen de la ciudad ante el aluvión de turistas que se adentran en los museos, galerías de arte, hoteles y restaurantes de la zona, considerada el polo turístico más lucrativo de Cuba después del balneario Varadero.
Sin embargo, los locos resurgen y algunos son tolerados dentro del tinglado humano configurado por los especialistas del Historiador de la Ciudad, quienes cuentan con una veintena de mulatas vendedoras de flores, con vestuario coloridos como en el siglo XIX, ávidas por retratarse con turistas y recibir propuestas; así como los estridentes bailarines y músicos callejeros; los tipos uniformados con boina y tabaco que evocan a los guerrilleros de la Sierra Maestra que tomaron el poder en 1959; los vendedores de libros raros y la fauna de agentes y apóstoles enmascarados que agobian con su presencia.
Ha desaparecido en estos días el viejito negro que bailaba son en la tienda que promueve la música cubana en la calle Obispo de la Habana Vieja, pero surgió un loco atípico que camina, habla y canta por el medio de esa vía, lo cual llama la atención de los turistas, transeúntes y policías.
El hombre es negro, treintañero, respetuoso y combina en sus monólogos la situación de Cuba con sus preferencias musicales. El viernes pasado habló del período especial en tiempo de paz, declarado por los gobernantes en 1990. “Oh Elvis Presley, Lennon, Mac McCartney, Willy Chirino, ¿quién nos iba a decir que sobreviviríamos al hambre? ¿Quién me diría que hoy, al salir de Mazorra me espera Willy Chirino al final de la calle Obispo?”.
Mientras avanza al imaginario encuentro con el cantante exiliado, el hombre alterna su monólogo con baladas de los Beatles y con la canción Viene llegando, del célebre Chirino. Canta en español e inglés, y contesta en italiano, francés e inglés a los turistas que le regalan monedas y les tiran fotos. Al final, se sienta a esperar en la Plaza de Armas. ¿Conversaría por fin con su ídolo?