Por Omar G. Villegas
Se busca amante para compartir unas horas del día. No tiene que ser el más carita ni tener los músculos de un modelo. De hecho, esos cuerpos esculpidos en gimnasios, quirófanos y consultorios me resultan antipáticos. Prefiero las señales evidentes de tentaciones abrazadas y placeres gozados. De culpas ignoradas y hedonismos insaciables.
No tengo un “tipo”, aunque me atraen las barbas de arbusto y el desparpajo; quizá algo más altos que mis 1.70 metros y más robustos, capaces de envolver mi extraña delgadez de 63 kilos; quizá de ojos grandes y expresivos y, de preferencia, de manos desproporcionadas: gigantes, con dedos anchos y aplanados, con palmas casi ásperas. Los pies, si se puede, también que sean vastos. Pero estos gustos no son condiciones, claro.
Abstenerse los arrogantes, déspotas, insensibles, gritones, ignorantes, avaros e imbéciles. Sobre todo los imbéciles porque reunirían en un mismo ser tantas miserias. Más bien se busca un amante apasionado, arrebatado, capaz de la ternura, desinhibido, honesto, intrépido, inquisidor de dogmas, sediento de saberes. Inteligente. Inteligente no es pretencioso ni sabiondo, sino proclive al arte de prestidigitar.
Se busca amante para compartir lo mejor de mi mundo. Para pasar algunas horas haciendo el amor, riendo, viendo películas o paseando por algún rincón; para platicar ocurrencias, bailar en avenidas estresadas o cantar en la ducha; para leer poesía en algún balcón o rodar por pequeñas pendientes cubiertas de pasto.
No se exigen horarios ni estoicismos ni exclusividad. Si tú o yo estamos de malas, o no se trata de “un buen momento”, nuestras horas de amantes se guardan para otros instantes propicios para el coqueteo, la sonrisa, la seducción. Y si frente a nosotros, juntos o por separado, aparecen otros amantes: seremos libres de actuar como mejor nos parezca, mas con honestidad.
Se busca amante que reconquiste día con día y que a diario se deje cautivar; que no le tema a robar un beso, a llorar ni a las noches oscuras de luna; que esté dispuesto a regalar un abrazo en los atardeceres surcados por truenos amenazadores y que ayude a subir el garrafón de agua; que guste de la comida hecha con un cariño casi maternal. Me gusta cocinar y consentir, eso te ofrezco.
He de aclarar que no te podría ofrendar unas nalgas exuberantes, unas facciones apolíneas o un abdomen de lavadero; tampoco tengo bíceps de acero ni mucho menos ojos verdes. Ni piernas robustas o labios carnosos. Acaso puedo presumir de cierto encanto y de una curiosidad tumultuosa. Tuya sería una tímida pero ávida educación, aunque mi memoria incontinente no ayuda mucho. Tuyos serían mi hermosa biblioteca, mis devedés y mis revistas; mis suaves y mis desbordados ardores; mi inacabable paciencia, mis detalles y mis sentidos completos.
Te ofrezco mis labios todos, mis manos todas, mis recovecos todos. Mi generosa espalda íntegra con todo y sus marcas de acné y algunos vellitos irreverentes. Lo mejor de mi mundo por unas horas al día en las que no trastoquemos las obligaciones ni los placeres solitarios. Un pecho para acurrucarte y unos brazos para arroparte. Una casa a la cual correr si llueve y un plato de pasta. Una cerveza fría para el calor y vino verde siempre. Frutos y dulces para el antojo y el cosquilleo constante de un pastel.
Te ofrezco horas pletóricas de risas y besos; de caricias y guiños y, posiblemente, alguna caminata agarrados de las manos o… tú sugiere.