Los cubanos esperan ansiosos la venta de casas
UN GRUPO de personas revisa el 30 de julio las ofertas de permuta en una improvisada pizarra de información en el Paseo del Prado, en la Habana
DAMIEN CAVE / The New York Times / LA HABANA
José es un ansioso “casi empresario” con grandes planes para los bienes raíces cubanos. Trabaja ahora ilegalmente en las permutas, casando a familias que quieren intercambiar sus casas y pagar un pequeño extra por las mejoras.
Pero cuando Cuba legalice la compraventa a fines de este año —como volvió a prometer el gobierno esta semana— José y muchos otros esperan una cascada de cambios: precios más altos, mudadas en masa, impuestos a la propiedad y una avalancha de dinero de los cubanos que viven en Estados Unidos y alrededor del mundo.
“Va a haber una enorme demanda”, dijo José, que declinó dar su apellido. “Ha estado prohibido por mucho tiempo”.
La propiedad privada es el núcleo del capitalismo, por supuesto, de modo que el plan de legitimizarla aquí, en un país donde las consignas como “socialismo o muerte”, deja boquiabiertos a muchos cubanos. En realidad, mucha gente espera regulaciones onerosas y, de hecho, el plan esbozado en la prensa estatal suprimiría el mercado al limitar a los cubanos a una casa o apartamento, y requerir la residencia permanente.
Pero aun con algún control estatal, las ventas de propiedades pudieran transformar a Cuba más que cualquier otra reforma anunciada por el gobierno de Raúl Castro, algunas de las cuales fueron enunciadas en la Asamblea Nacional el lunes. En comparación con los cambios que ya han sido aprobados (más empleo por cuenta propia y propiedad de celulares), o propuestas (venta de carros o reglas migratorias menos severas), “nada es tan grande como esto”, afirma Philip Peters, analista del Lexington Institute.
Las oportunidades de ganancias y préstamos serían mucho más grandes que lo que las pequeñas empresas de Cuba ofrecen, dicen los expertos, lo que podría crear las disparidades de riquezas que han acompañado a la propiedad privada en lugares como Europa del Este y China.
La Habana, en particular, puede encontrarse en camino de una vuelta en el tiempo, hacia la época en que era una ciudad más segregada por clases.
“Habrá una gran reorganización”, dijo Mario Coyula, director de urbanismo y arquitectura en La Habana de los años 70 y 80. “Va a haber una subida en la categoría de algunos vecindarios”.
A esto podrían seguirle efectos más amplios. Las ventas alentarían las muy necesarias renovaciones, creando puestos de trabajo. La banca se ampliaría, ya que, según las normas recientemente anunciadas los pagos provendrían de las cuentas de los compradores. Mientras tanto, el gobierno, que posee todas las propiedades ahora, entregaría las casas y apartamentos a sus ocupantes a cambio de impuestos sobre las ventas --imposibles en el actual mercado de intercambio, donde el dinero pasa por debajo de la mesa.
Y luego está el papel de los emigrados cubanos. Si bien el plan parece prohibir la propiedad extranjera, los cubano-americanos podrían aprovechar de las regulaciones de la administración de Obama que permiten enviar tanto dinero como deseen a sus familiares en la isla, fomentando las compras y dándoles un interés en el éxito económico de Cuba.
“Eso es, políticamente, un desarrollo extremadamente poderoso”, dijo Peters, argumentando que podría generar cambios en las políticas de ambas naciones.
La tasa de cambio, sin embargo, dependería probablemente de complicaciones propias de Cuba. La llamada “Perla de las Antillas tenía problemas con la vivienda incluso antes de la revolución de 1959, pero el deterioro, las reglas rígidas y las soluciones creativas de la población han creado hoy un laberinto de rarezas.
No hay vacantes en La Habana, señaló Coyula, el diseñador urbano. En cada vivienda vive alguien. La mayoría de los cubanos están esencialmente atrapados donde viven.
En las calles que dan al malecón del centro de La Habana, los niños miran desde edificios que deben ser condenados, y a los que les falta una tercera parte de la fachada.
Pocas cuadras hacia adentro, los cubanos como Elena Acea, de 40 años, se han subdividido los apartamentos en proporciones dignas de “Alicia en el País de las Maravillas”. Su apartamento de dos dormitorios es ahora de cuatro, con un entrepiso de madera contrachapada donde dos hijastros viven uno encima de otro, apenas capaces de permanecer en sus habitaciones.
Como muchos cubanos, Acea espera mudarse –intercambiar su apartamento por tres lugares más pequeños, para que el hijo mayor, de 29 años, pueda comenzar su propia familia.
“Él se va a casar”, dijo. “Tiene que mudarse”.
Pero otros, como el artista Ernesto Benítez, de 37 años, no pueden imaginar un mercado realmente abierto.
“Van a establecer un precio, por metro cuadrado, y eso es todo”, dijo.
Por supuesto, agregó, los cubanos responderán estableciendo sus propios precios. Y eso podría ser suficiente para estimular el movimiento, dijo.
El así lo espera. Benítez y la mujer con la que el ha vivido durante casi una década, rompieron hace 18 meses. Cada uno está saliendo ahora con alguien nuevo, y hay noches –así lo admiten—en que esto es un poco duro. Sólo un estrecho cuarto de baño separa sus dormitorios.
Katia González, de 48 años, cuyos padres le transfirieron su apartamento antes de morir (lo cual es permitido en Cuba), dijo que consideraría vender a un precio justo. ¿Qué precio pensaba ella que podría pedir por su apartamento de dos dormitorios, a pocas cuadras del mar, en el mejor barrio de La Habana? “Oh, 25,000 dólares”, dijo. “Un poco más, tal vez 30,000 dólares”.
En Miami, un apartamento similar podría costar casi 10 veces más -- que es lo que muchos cubano-americanos parecen estar pensando. José y varios otros corredores en La Habana dijeron que las transacciones inmobiliarias en el mercado negro contenían habitualmente dinero de los cubanos en el extranjero, especialmente en la Florida.
“Siempre hay dinero que viene de Miami”, dijo Gerardo, un agente que se reservó su nombre completo. “El cubano de Miami compra una casa para su primo en Cuba, y cuando viene aquí en verano por un par de meses, se queda en esa casa”.
Por ahora, los cubanos están tratando de captar los detalles básicos. ¿Cómo funcionará el sistema hipotecario? ¿A cuánto ascenderán los impuestos? ¿Qué es un precio justo?
Existe incluso la pregunta de cómo se pondrán en contacto los compradores y los vendedores. Los anuncios clasificados son ilegales en Cuba, lo que explica por qué los corredores como José pasan sus días en movimiento a través de bazares al aire libre, con libretas donde anotan los apartamentos en oferta o en demanda.
Él tiene ya dos empleados, y cuando la nueva ley llegue, sean sus servicios legales o no, espera contratar a más.
“Tenemos que coordinarnos”, dijo. “Va a llegar”.
UNA MADRE y su hijo duermen en la sala de su casa en La Habana mientras otros miembros de la familia lo hacen en una improvisada barbacoa.