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ESTILOS DE VIDA: San Sebastían un Santo Patrón para los Gays
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 08/08/2011 16:56
 
SAN SEBASTIÁN  UN SANTO PATRÓN PARA LOS GAYS
San Sebastian" de Guido Reni, 1616, (S XVII)
  
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Según cuenta la tradición, San Sebastián fue un soldado romano que fue condenado por Diocleciano por no querer abjurar del cristianismo. Su martirio se producirá por medio de una lluvia de flechas que se clavarán en su cuerpo, aunque no conseguirán matarlo, recogiéndole Santa Irene por la noche, curándole las heridas. Más tarde será decapitado.
  
Aunque no muera en ella, será la lluvia de flechas el momento elegido para su representación por su potencialidad dramática. Sin embargo, y como empieza ya a aparecer en Mantenga y es habitual ya en todo el siglo XVI. La representación comienza a tener unas características muy poco comunes. Frente al dolor que debería representar, el santo suele aparecer tranquilo o, aún más, con una cierta cara de placer, que (ortodoxamente) debería ser interpretada  como un éxtasis  o gozo supremo ante la visión ya cercana de Dios.
 
Sin embargo, este éxtasis (como luego el de Santa Teresa) fue interpretado de otra manera y el santo (un hombre normalmente musculazo, semidesnudo en donde el placer y el dolor se unen) terminó por ser el patrón  popular de los gays a partir de finales del XV y XVI.
 
La Iglesia (sobre todo en Trento) intentó combatir esta costumbre, introduciendo decretos que impidieran la realización de obras excesivamente sensuales para la iglesia, poniendo veedores (expertos que calificaban las obras antes de su exposición pública) en todas las diócesis importantes, aunque al fin la medida no tuvo demasiado éxito y San Sebastián siguió siendo una de las imágenes más repetidas a lo largo del arte clásico.
 
Guido Reni. XVII, Escuela clasicista de los Carracci
 
Ribera, Siglo XVII. Escuela española
 
Y es que, fuera ya del mundo griego en donde la homosexualidad era una práctica común perfectamente asimilada entre las clases altas, en el Renacimiento hubo numerosos autores gays como Botticelli, Cellini, Donatello, Michelangelo, Rafael, Leonardo da Vinci, que gracias a sus vínculos con el poder pudieron más o menos seguir sus inclinaciones sin demasiados sobresaltos (aunque Leonardo, por la delación de un enemigo, llegó a ser encarcelado durante un año).
 
Era el llamado pecado nefando, y en casi todos los países era causa de muerte en la hoguera, aunque como siempre ha ocurrido las clases poderosas tenían una mayor libertad de costumbres y menor control social. En España la Inquisición actuó durante contra ellos, y el propio Conde de Villamediana (uno de los protagonistas del Señor del Biombo) fue asesinado acaso por sus inclinaciones sexuales (o tal vez por las contrarias, pues las relaciones entre él y la reina Isabel fueron algo más que amistosas)
Rebelde en el Imperio Romano, mártir del cristianismo, modelo de belleza masculina y musa pecaminosa para monjas, icono sadomasoquista y afiche gay.
 
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San Sebastián
 

No era un dios, pero era lo segundo mejor: un santo. San Sebastián, un baby-face de torso desnudo y piel blanquísima que, atado a una antigua columna, se retuerce como un alambre mientras las flechas se hunden en su carne.
 
Desde el Renacimiento hasta el siglo XX –cuando se irguió como santo patrono de la comunidad gay–, la imagen fue explorada por los artistas como excusa para una investigación sobre la anatomía humana (su iconografía construyó e inmortalizó una nueva belleza masculina) y, a la vez, como símbolo de la agonía y el éxtasis.
 
 Símbolo que podía ser cargado una y otra vez, como renovándose a cada paso y jamás agotarse. Tan es así que aún hoy sigue circulando. Acá van algunos apuntes sobre el santo y la flecha.En su última muestra en Sonoridad Amarilla, la dupla de Leo Chiachio y Daniel Giannone volvió sobre el tema: Los Sebastianos es un bordado enorme hecho con agujas-pluma sobre jean que, una vez más, resucita la imagen. Pero esta vez el San Sebastián se desdobla: los artistas se retratan a sí mismos atados al caño del patio escolar (quizás al colegio de monjas al que asistió Giannone y donde dice que tenía que esconder sus bordados, por miedo a que lo tildaran de maricón).
 
Flanqueados, ya no por las ruinas de la antigüedad y las nubes algodonosas del santo de Andrea Mantegna sino por unas flores esplendorosas, multicolores, que rodean a las figuras como terapéuticas flores de Bach que tranquilizan y curan. Y acá, presenciando la escena, no estamos más que nosotros. El dolor de Los Sebastianos es más privado y a la vez, al ser dos, la angustia se atenúa. Con los ojos cerrados y los músculos laxos, las figuras parecen haberse quedado dormidas en medio de su martirio, como acostumbrados a todo eso, o como si las flechas como agujas de anestesia los sumergieran en un sueño reparador.
 
Los cuerpos ya no son aquel cuerpo escultórico de colores terrosos del Renacimiento sino líneas sensuales mezcla de flower power y arco iris gay. Y es inevitable pasar los dedos sobre esos hilos y sentir que descansan como sobre una almohada mientras el tamaño de la tela (2,14 x 1,60 cm), al recordar el de una frazada, invita a meterse debajo.De una popularidad camp llamativa, San Sebastián, el oficial de la guardia pretoriana que en el siglo III fue condenado por el emperador romano Diocleciano por defender el cristianismo, se ha convertido en el mejor afiche publicitario sobre el deseo homosexual y, a la vez, en un retrato prototípico de lo histérico.
 
El guiño erótico a las flechas que lo penetran, su cabeza echada hacia atrás, su boca entreabierta –mezcla de gemido de dolor y placer–, su mirada hacia el cielo, tentadora, como invitando a probar el hilito de sangre que desde la ingle recorre su pierna. Todo traduce la imagen de un hombre embriagado en el placer de su martirio. Y lo más curioso es que este icono homosexual emerge desde el corazón mismo del cristianismo, el antagonista histórico y más feroz del deseo entre personas del mismo sexo. Como una imagen que en el camino pierde su religión.
 
Junto a la Santa Teresa de Bernini, la imagen de San Sebastián es quizás el mayor orgasmo místico (o encubierto) de la historia del arte. Por lo general los símbolos se crían, se desarrollan y mueren. Como una especie. Rudolph Wittkower, mientras trabajaba en el Warburg Institute en Londres por los años ‘30, publicó un estudio donde tomaba la idea de migración como metáfora para entender el movimiento de los símbolos, para intentar una teoría sobre la difusión de las imágenes, de los diseños y de los estilos a través del tiempo y las culturas.
 
La imagen de San Sebastián hamigrado desde lejos. Y el punto es que la fascinación gay con este santo no sólo no decae sino que crece.“Convengamos –escribió Federico García Lorca– que una de las posturas más bellas del hombre es aquélla de San Sebastián.” Se refería a la imagen que pintó Mantegna en 1480, y que hasta el día de hoy sigue siendo la más famosa. Y la mejor: la que muestra al hombre que aún no ha dejado este mundo, que aún se debate por dentro (hay otra, inferior, de Botticcelli de 1473, donde el santo aparece más frío y distante, y el efecto es infinitamente menos conmovedor). Un icono sadomasoquista, un dandy andrógino que ama la muerte como un Mishima cuya belleza florece en el momento de mayor dolor. En el libro San Sebastian: or a Splendid Readiness for Death, Louise Bourgeois, Derek Jarman, Wolfgang Tillmans, Francesco Clemente, Bavo Defurne, Pier Paolo Pasolini, Paul Schrader y Kishin Shinoyama exploran su iconografía. Pero en todos los casos son imágenes del deseo físico una vez que el amor ha sido destilado.
 
 Después, el santo tiene sus cameos: en la película Carrie, Sissy Spacek guardaba en su armario una estatua de San Sebastián. Esa madre, fundamentalista feroz, terminaría atravesada por los cuchillos.Hace un mes, el Boston Globe sugirió que, en rigor de verdad, San Sebastián no había muerto atravesado por las flechas de los soldados romanos.
 
Resulta que en el Museo de Bellas Artes de Boston se había encontrado una pintura de Bernardo Strozzi que mostraba a Santa Irene removiendo delicadamente las flechas del magullado cuerpo del oficial, suavemente, como quien retira agujas de acupuntura.
 
 Se dijo entonces que San Sebastián no sólo había sobrevivido al flechazo sino que, una vez liberado, se había dirigido nuevamente a desafiar al emperador quien, esta vez, lo había mandado moler a palos y luego lo había tirado en una alcantarilla. Pero se ve que la imagen del santo atado al árbol daba mejor en cámara que la menos glamorosa de un cuerpo deformado por los golpes. Tan buena fue la elección de la Iglesia que por su sola potencia la imagen elegida se les volvió en contra: llegó a cargarse de tal voluptuosidad que los líderes de la Contrarreforma, a comienzos del siglo XVI, decretaron que las pinturas de San Sebastián debían suavizarse para no agitar los deseos pecaminosos de las monjas.
 
 La de Chiachio y Giannone es una imagen sobre flechas que atraviesan la carne, construida a partir de agujas que atraviesan el lienzo. Francesco Vezzoli, un artista italiano que recrea telenovelas con actrices a las que se les ha pasado el cuarto de hora, suele incluirse en sus películas y siempre que aparece, aparece bordando. Esa puntada proustiana, esos hilos uno al lado del otro, como los palitos que traza un preso sobre la pared para contar los días que pasan, son tanto para Vezzoli como para la dupla argentina una forma de conjurar el tiempo.El bordado, también, como una escritura silenciosa de los sentimientos. Y ambos –sentimientos y técnica– históricamente asociados al espacio femenino (en sus interminables esperas, las castellanas del Medioevo copiaban en punto de cruz los motivos de las alfombras que sus hombres, entre Cruzada y Cruzada, traían de Oriente) y que ahora, apropiados por los artistas, se vuelven una forma de diálogo interior que lleva una doble misión: reúne a los hombres bajo una comunidad y a la vez los libera de su condición social.
 
Lo que termina siendo, como dice el texto de Viviana Usubiaga que acompaña la muestra, “una historia de amor”. Una obra en donde la dupla se vuelve en sí misma el hilo narrativo. Una historia que tiñe de romanticismo lo erótico: el sexo con amor, tanto mejor. Mientrasen sus manos amorosas el bordado adquiere un toque voodoo: como una forma de meterse dentro de las personas mediante una fina aguja.
 
Fuente de la red de internet


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