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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 23/08/2011 01:39
 
Gadafi, el tirano más cínico
El líder libio ha unido excentricidad y pragmatismo durante sus 40 años en el poder
pasando de financiar al terrorismo a reconciliarse con Occidente
 
 Muamar Gadafi, islamismo y «rock and roll»
 
ELPAIS.COMENRIC GONZÁLEZ
Calificar a Muamar el Gadafi de dictador excéntrico sería empequeñecer al personaje. Primero, porque no solo cumple hasta el último precepto del manual del buen tirano (41 años en el poder, conversión de Libia en una finca familiar, pretensiones dinásticas, culto a la personalidad, represión minuciosa de la disidencia), sino que aporta un toque exquisitamente cínico al oficio: acusa a los libios de todos los males del país, ya que, dice, en 1977 él les entregó el poder absoluto a través de la jamahiriya, un sistema político de su invención traducible como república de las masas; si las cosas no funcionan, es culpa de ellos.
 
Segundo, porque Gadafi es más que excéntrico. Hace cosas como viajar con su famosa falange de amazonas supuestamente vírgenes y con sus camellos, o lucir un vestuario singularmente exclusivo, pero además carece de límites cuando intenta expresar un punto de vista o desea permitirse un capricho: es capaz de irrumpir en una reunión de la Liga Árabe y ponerse a orinar en la sala, o de comparecer en un acto oficial maquillado como una Barbie y con zapatos de tacón.
 
Hablar de un "dictador excéntrico", aunque fuera en términos superlativos, seguiría empequeñeciendo al personaje. Gadafi es también un dirigente astuto y pragmático, que supo abandonar a tiempo el papel de azote de Occidente y máximo financiador del terrorismo mundial para convertirse en un estadista elogiado en Washington y las capitales europeas. Un diplomático francés le definió como "un kamikaze que jamás pierde el control". Un diplomático estadounidense le definió como "inteligente y reflexivo, bajo una apariencia estúpida".
 
A los hombres suele conocérseles por su infancia y su juventud. Muamar el Gadafi nació el 7 de junio de 1942 en un campamento beduino cercano al puerto libio de Sirte. Entonces, el país se llamaba aún Noráfrica Italiana. La guerra, cuyo fin supuso la caída del imperio de Mussolini, dejó tras sí un territorio desértico y arruinado, plagado de minas, del que nadie quería hacerse responsable. Se decidió entregárselo a un rey, Idris, más o menos complaciente con las potencias vencedoras. El niño Gadafi fue un beduino despreciado por sus compañeros de clase. El joven Gadafi, militar de academia, absorbió el sentimiento que más unía a la sociedad libia, un anticolonialismo furioso, y tomó como ídolos al Che Guevara y al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.
 
El 1 de septiembre de 1969, cuando participó en el golpe de Estado contra la monarquía, Gadafi no era nadie en la jerarquía militar: un simple capitán del Cuerpo de Señales, sin armas a su disposición. Pero era alguien entre sus compañeros, unos cuantos oficiales que nombraron presidente a un tipo carismático de solo 27 años.
 
En Libia acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo de excelente calidad, lo cual permitió a Gadafi establecer un régimen basado en los servicios sociales gratuitos (el nivel educativo y la esperanza de vida son hoy de los más altos en África), en el código moral islámico y en el nacionalismo panarabista. Imitando a Mao, otro de sus modelos, publicó entre 1972 y 1975 los tres tomos del Libro Verde, en el que expuso los principios teóricos de la jamahiriya, un sistema asambleario que definía como "democracia perfecta". Tan perfecta, según Gadafi, que el presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas no requería un rango superior al de coronel, dado que en una sociedad como la libia, cuyo poder era ejercido directamente por el pueblo, carecían de sentido las jerarquías tradicionales.
 
Imposible detallar aquí su actividad diplomática. Conviene recordar que intentó fusionar Libia con Egipto, Siria, Túnez y Sudán, que invadió Chad, que respaldó a los tres tiranos más sangrientos del África poscolonial (Bokassa en el Imperio Centroafricano, Idi Amin en Uganda, Mobutu en Zaire), que financió sin discriminaciones ideológicas a cualquier grupo guerrillero o terrorista que le pidiera dinero (solo exigía que el grupo en cuestión se definiera como "anticolonialista" o "antiimperialista"), y que participó en casos de terrorismo de Estado en el extranjero como la destrucción de dos aviones de pasajeros (UTA en 1986, Pan Am en 1988) o de una discoteca en Berlín (1986).
 
Es posible que su responsabilidad en esas matanzas no fuera tanta como la atribuida y que algo tuvieran que ver los servicios secretos sirios e iraníes. Pero Gadafi prefirió asumirla por completo y pagar el precio del perdón. El que fue gran aliado de Moscú descubrió, tras la caída de la Unión Soviética, que entre el odiado imperialismo estadounidense y el peligroso integrismo islámico debía elegir un mal menor, el que le permitiera mantenerse como "líder fraternal" de la revolución libia.
 
Había soportado en 1986 un bombardeo ordenado por Ronald Reagan en el que murió su hija adoptiva Ana, de cuatro años. Aun así, eligió la reconciliación. Pagó indemnizaciones, ofreció contratos petrolíferos, renunció a combatir el neocolonialismo, se sumó a la "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush y en 2008 acabó siendo invitado por Barack Obama a la cumbre del G-8. Incluso propuso que israelíes y palestinos hicieran la paz compartiendo un país llamado Isratina; cuando vio que no le hacían caso, afirmó que israelíes y palestinos eran "idiotas".
 
ELPAIS.COM
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 23/08/2011 01:47
Moamar Kadafi, desafiante hasta el final
 
   El gobernante libio Moamar Gadafi durante su primer y unico discurso ante la 64ta sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 23 de septiembre de 2009. En aquella ocasión, Gadafi dijo que el Consejo de Seguridad debía llamarse el "Consejo del Terror".     El gobernante libio Moamar Gadafi durante su primer y unico discurso ante la 64ta sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 23 de septiembre de 2009. En aquella ocasión, Gadafi dijo que el Consejo de Seguridad debía llamarse el "Consejo del Terror".

ElNuevoHerald.comPor KARIN LAUB y BEN HUBBARD / The Associated Press / TRIPOLI
Vestido con una túnica café a la usanza beduina y una boina negra, el dictador tomó su lugar en el estrado de la ONU y pronunció una diatriba airada, errática y a veces incoherente contra todo lo que detestaba.
 
En su primer y único discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2009, Moamar Kadafi divagó sobre el cansancio de viajar en avión, la gripe porcina, el asesinato de John F. Kennedy y de mudar la sede de la ONU a Libia, la vasta nación desértica que había gobernado con puño de hierro durante cuatro décadas.
 
Mientras los delegados se retiraban consternados del amplio recinto en aquella jornada, un Kadafi iracundo declaró que el Consejo de Seguridad "debería llamarse 'el Consejo del Terror'". Acto seguido hizo pedazos una copia de la carta de la ONU.
 
Aquel despotrique estrafalario de 96 minutos por parte del "Líder hermano y guía de la revolución" de Libia podría presentarse ahora como el desenlace adecuado a una vida extravagante, pronunciado menos de dos años antes de la sublevación de su pueblo y antes de los ataques a Libia de los aviones de los delegados de algunos países que asistieron a aquella audiencia.
 
Ese fin también llegó antes de que sus lugartenientes lo abandonaran uno a uno, entre ellos el mismísimo presidente de la Asamblea General, su colega libio Ali Treki, quien en 2009 le había dado la bienvenida elogiosa en el podio en Nueva York.
 
Cuando la insurgencia irrumpió el domingo en la noche en Trípoli y capturó al hijo y posible heredero de Gadafi, Seif al-Islam, el régimen del gobernante había prácticamente terminado, aun cuando algunas fuerzas leales continuaban su resistencia.
 
Posiblemente más que cualquier otro de los gobernantes autocráticos de la región, Gadafi era un hombre de contrastes.
 
Era un patrocinador del terrorismo que condenó los ataques del 11 de septiembre del 2001. Era un dictador brutal que derribó un muro de una prisión para liberar a prisioneros políticos. Era un nacionalista árabe que se mofaba de la Liga Arabe. Y en la cúspide de la paradoja, pregonaba el poder del pueblo, el cual salió en protesta a las calles y se le alzó en armas.
 
Para una vida marcada mucho tiempo por la convulsión, las excentricidades y lapsos de violencia, las únicas constantes de Gadafi fueron el control que tenía del poder -en el que jamás se le desafió hasta los últimos meses de su gobierno- y su hostilidad hacia Occidente, el cual lo calificaba de terrorista mucho antes del surgimiento de Osama bin Laden.
 
El secreto de su otrora permanencia eficaz y longeva en el poder se fincó en las reservas petroleras enormes que tiene en el subsuelo su república en el desierto del norte de Africa, y su capacidad para emprender cambios de rumbo drásticos cuando las circunstancias lo exigieran.
 
A finales de 2003, Gadafi escenificó diversos virajes espectaculares. Tras años de que lo negara, la Libia que dirigía reconoció su responsabilidad en el atentado con bomba que en 1988 destruyó un jumbo jet de la aerolínea Pan Am que volaba sobre Lockerbie, Escocia, hecho en el que perecieron 270 personas. Trípoli aceptó indemnizar con 10 millones de dólares a los parientes de cada una de las víctimas y anunció que desmantelaría todas sus armas de destrucción masiva.
 
Las recompensas no se hicieron esperar. En unos cuantos meses, Estados Unidos levantó las sanciones económicas contra el país y reanudó vínculos diplomáticos de bajo nivel con Libia. La Unión Europea recibió a Gadafi en Bruselas. El primer ministro británico Tony Blair lo visitó en Trípoli, aun cuando Gran Bretaña tenía razones más que suficientes para detestarlo y temerlo.
 
Cuatro meses después de que comenzara la rebelión en Libia, ante el asedio de los bombardeos de la OTAN, Gadafi se dirigió a sus fuerzas leales en un discurso que pronunció el 17 de junio por teléfono desde un lugar secreto. Todavía sonaba desafiante, el buen "Líder hermano", aunque ronco, agitado, abrumado y quizá consciente del final.
 
"No nos interesa mucho la vida", manifestó. "No traicionaremos el pasado ni los sacrificios ni el futuro. Cumpliremos con nuestro deber hasta el final".
 
ElNuevoHerald.com


 
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