ALEJANDRO MAGNO EN EL TEMPLO DE JERUSALEM
Por Ignacio Monzón,
La semana pasada, hablando del desnudo en el mundo heleno, se mencionó el mundo del gimnasio. En un ambiente en el que la mujer no tenía cabida, a excepción del fenómeno espartano, la constante visión de hombres jóvenes desnudos cultivando sus cuerpos era tentadora para algunos. En los “Diálogos” de Platón son varias las referencias a estos amores y atracciones que podían prender como llamas ante la falta de autocontrol de los muchachos. Pero de forma paralela existió, como auténtica institución educativa, un tipo de relación entre muchachos y hombres maduros que ha despertado el desprecio y el interés por parte de la comunidad científica desde el siglo XIX: la pederastia. En nuestro siglo XXI –y también en el XX– esta palabra equivale a un auténtico pecado –no en vano se le llamo “pecado griego”– y a un acto ilegal e inmoral importante.
Sin embargo, el significado que se le daba a la “paiderastia” en el mundo heleno era diferente. Realmente no siempre estaba implícita la idea de la relación carnal, concibiéndose –sobre todo en las obras de Platón o de Jenofonte– como un ideal de unión intelectual consentida, donde el hombre adulto o “erastés” enseñaba al jovencito o “erómenos” lo que había aprendido de la vida: a comportarse en sociedad, a tener autocontrol y en general todas esas cosas que formaban el rol masculino. En muchos casos parece que el contacto físico llegó a convertirse en una realidad, como ilustran las fuentes textuales y la gran colección de cerámica ática donde jovencitos –reconocibles por su ausencia de barba o hasta por su inferior tamaño– se acercan a hombres maduros –con barba– que les acarician y a veces llegan a besar.
El tema de la cópula es más controvertido ya que la penetración anal, muy practicada en la heterosexualidad como una forma anticonceptiva, no era muy bien considerada en el caso masculino. Implicaba a un ser activo y a otro pasivo, un ser masculino y uno “afeminado” pues se pensaba que el mando y el dominio eran propios del hombre mientras que la obediencia formaba parte del carácter femenino. Este prejuicio, que a día de hoy no ha desaparecido en los países más civilizados, se aplicaba duramente a los hombres que eran penetrados, siendo una auténtica burla entre hombre adultos. De hecho algunas menciones sugieren que aparte de la masturbación o del sexo oral el interfemoral –la fricción del pene del “erómenos” entre los muslos del “erastés”– podía ser otra opción viable.
Esta institución de social y cultural estaba muy bien considerada en la marmórea Atenas del Arcaísmo o de la Época Clásica, pero no era ajena a los ambientes dorios de Creta –con raptos fingidos imitando el de Ganímedes– o Esparta, donde los nuevos soldados eran adiestrados por guerreros experimentados. Sin embargo este tipo de relaciones tenían sus propias reglas, tanto escritas como no, que delimitaban el momento y lugar en el que tenían cabida. No es cierta la idea de que todos los griegos eran homosexuales y que enseñoreaban sus relaciones sin más, aunque sabemos que sí existían parejas de hombres adultos que, de una forma quizá no demasiado correcta para la moral de la época, declaraban su amor o su pasión por jovencitos o hasta por adultos. Incluso existió una formación militar de hoplitas, conocido como el Batallón Sagrado de Tebas, integrado por parejas de amantes adultos que se prestaban su fuerza en combate de una forma magnífica.
¿Y qué pasaba con la contrapartida femenina? El amor de una mujer hacia otra no nació en el mundo heleno, formando parte de ese conjunto de características tan viejas como el ser humano, pero la denominación que le damos, lesbianismo, deriva de allí aunque de forma indirecta. En la Hélade de la Antigüedad a las mujeres homosexuales se las designaba con el término “tribein” siendo las lesbianas, o habitantes de Lesbos, famosas por sus artes amatorias –destacando el sexo oral– con los hombres. Safo, la gran poetisa del siglo VII a. C. que fue laureada por autores masculinos de todas las épocas, cantó el amor hacia hombres y hacia mujeres, convirtiéndose en un símbolo de la bisexualidad y la homosexualidad. El problema es que a ciencia cierta no sabemos si ella disfrutó de las atenciones de hombres y mujeres. No se debe olvidar que componía obras por encargo, por lo que muchos de sus poemas podrían malinterpretarse, aunque sin duda Safo conocía los sinsabores del amor y la pasión. Realmente como han señalado autores como Carmen Sánchez Fernández, sabemos que la sexualidad entre mujeres existió, pero los helenos no le prestaron mucha atención, igual que a muchos otros aspectos del mundo femenino.
Quizá uno de los mejores reflejos de la sexualidad la encontremos en lo que se considera uno de los puntos fuertes de la civilización helena: su arte, aludiendo en concreto a la cerámica y a la literatura. La primera de las manifestaciones recogió, sobre todo desde el siglo VI a. C. en el territorio ático, un tipo de decoración figurada que mostraba temas mitológicos pero también reales. Las famosas cerámicas de figuras negras y rojas plasmaron buena parte de las pulsiones vitales de la sociedad ateniense y en general griega, con representaciones de hombres adultos regalando liebres y gallos a jovencitos, un claro signo de declaración en toda regla. Besos, tocamientos y hasta penetraciones entre hombres además de entre varones y féminas también, no suelen enseñarse con tanta frecuencia y soltura como los grandes y hermosos motivos de héroes y dioses, pero su presencia es innegable. Para los habitantes de la Villa y Corte recomiendo la visita al Museo Arqueológico Nacional que aunque sigue en obras, exhibe algunas de sus mejores piezas.
En la parte que trata sobre la influencia helena se debería prestar atención a un ánfora de columnas con figuras negras –del Círculo del Pintor de Lydos– y fechada a mediados del siglo VI antes de nuestra era. Si en una de sus caras la escena muestra a un hombre que está recibiendo sus armas ante un inminente combate, en la otra cuatro sátiros muestran su ebriedad con unas erecciones desproporcionadas –y es que el tamaño desmedido parece que se consideraba como algo salvaje e incivilizado–. Pero este pequeño ejemplo no es más que una gota en un océano de lo más sugerente para la historia social, la antropología o la psicología. La literatura, también extremadamente desarrollada por el mundo de los helenos, no desatendió el tema de la sexualidad, bien de forma seria en la literatura amorosa que se prodigó de forma excepcional en el Período Helenístico, o desde un tono más burlesco, como nos ha quedado inmortalizado en las comedias de Aristófanes.
En algunas de ellas, como “Lisístrata” o la “Asamblea de las mujeres”, las damas de Atenas y Esparta principalmente, hablan sin tapujos de sus apetitos sexuales con escenas llenas de hilaridad, donde los hombres debían prestar sus “servicios” tanto a las jóvenes y bonitas como a las ancianas y las menos agraciadas. Curiosamente también en ellas se mencionan unos útiles conocidos como “olisboi” que servían para el placer femenino y que parece que las mujeres griegas empleaban con cierta frecuencia.