La resurrección de Trípoli
Un mes después de la huida de Muamar Gadafi, la capital de Libia recupera
su vida diaria a pesar de las incertidumbres sobre el futuro del país
Una escena muy común de la vida cotidiana en Trípoli
LUIS DE VEGA
«Hay gente que quiere que el coche arranque a la primera después de 42 años parado». Saleh Sharif, un librero de Trípoli, resume así la alegría con reservas que embarga a la inmensa mayoría de libios en el rito purificador hacia lo que ellos llaman la libertad. Celebran el derrocamiento de más de cuatro décadas de dictadura pero, al mismo tiempo, saben que las incertidumbres les devoran. El ánimo lo recuperan cada mañana al comprobar que, a pesar del terremoto, el país no ha dejado de funcionar del todo.
La antigua Plaza Verde, símbolo del gadafismo, ha sido rebautizada como Plaza de los Mártires y late ahora como un nuevo corazón con las atracciones infantiles, los chiringuitos de palomitas y pinchitos morunos, y los puestos de todo tipo de objetos y recuerdos con los colores de la revolución. Sobre el escenario colocado junto a los muros de la ciudad vieja suena la música y desde los micrófonos lo mismo se dan vivas a Alá que se insulta al tirano depuesto al grito de «¡Busashufa!», algo así como pelo de estropajo.
Las familias pasean, los jóvenes cantan y bailan. Entrada la madrugada, los más imprudentes convierten la explanada en una pista de «rallies» con sus coches mientras disparan al aire en una interminable orgía de derroche de munición que dura ya semanas. Ante tal explosión de libertinaje los agentes de Policía observan y callan. Tienen que ganarse a la afición, como muchos otros.
Ahmed Khumsi, de 45 años, torea con el sentimiento de la responsabilidad tras haber sido secretario general de los Comités Populares de Muamar Gadafi en el barrio de Ben Ashour. ¿Se siente culpa? «Por una parte sí, pero por otra yo era elegido por la gente del barrio. Yo no era un enchufado del régimen». No sabe muy bien qué será ahora de su vida en una ciudad que resucita poco a poco.
El agua y la luz fluyen con bastante más normalidad en la capital que cuando llegaron los rebeldes en la última semana de agosto. Las basuras amontonadas en las calles son menos, aunque no parece que Trípoli haya sido un lugar impoluto nunca. Sorprende que las mayores colas sigan siendo las de ciudadanos que esperan por el pan y por la gasolina.
Los primeros saben que muchos de los panaderos eran egipcios o tunecinos que huyeron del caos. Los segundos aguantan estoicos horas ante las estaciones de servicio mientras la producción de petróleo se restablece. Este es un reto prioritario de las nuevas autoridades. El precio del combustible, casi regalado si se compara con el mercado europeo, se llegó a multiplicar por 18 hace un mes en el mercado negro. Una locura para los bolsillos en un país miembro de la OPEP.
En los vehículos, en los comercios, en los organismos oficiales, en las casas particulares, en la ropa… Por todos sitios se ve la nueva bandera negra, roja y verde con la media luna y la estrella blanca, recuperada de tiempos de la independencia en 1951. Los rostros de nuevos símbolos en forma de mártires adornan también calles y plazas. Son los caídos durante la revolución. Aunque para símbolos y rostros los que aparecen en la reina de la televisión, de nombre Al Yasira. El canal catarí convierte en héroe a todo el que entrevista y sus reporteros son verdaderos héroes a los que los viandantes llegan a tocar cuando son reconocidos como si fueran una especie de santones.
Los cafés son sede de animadas tertulias donde el tiempo pasa más despacio entre sorbos de té, «cappuccinos» o «macchiatos» (así, pronunciado bajo el influjo italiano) y narguiles. El fútbol es objeto apasionado de debate y ante la llegada del español la pregunta es obligada: «¿Madrid o Barça?». Algunos consideran imposible que la respuesta sea una tercera opción. Otros, verdaderos especialistas en las ligas de España e Italia, se saben de memoria alineaciones, títulos y fechas de hazañas como si hubieran jugado ellos mismos.
El fantasma de Gadafi
Es así como más de un mes después de ser tomada por los rebeldes, Trípoli recupera cierta normalidad en su ritmo de vida. Pero muchos de sus habitantes, al igual que los del resto de ciudades en las que ha triunfado la revolución, están preocupados por el futuro de Muamar Gadafi. Su fantasma sigue flotando aunque haya escapado. Creen conocerle y entienden que puede intentar regresar. Dan la impresión de no querer cantar victoria de manera definitiva hasta que no esté a buen recaudo. Son pocos los que lo ven detenido y juzgado, como ocurriera con Sadam Husein. Casi todos lo ven muerto al final de su huida. Y no descansarán hasta que eso no ocurra. Ese día el coche de Libia arrancará de nuevo de verdad.